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Aclarar las cosas para cerrar las heridas

Ciudadanos en el cementerio de San Fernando (Sevilla) exigien la apertura de una fosa.

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Supongo que los españoles que conocimos la dictadura franquista seremos ya una minoría de la población nacional. Nuestra obligación moral es dar testimonio de lo que fue aquel régimen antes de que una desmemoria interesada diluya o borre sus huellas. Nosotros no hablamos a partir de libros, documentales, páginas web o grupos de WhatsApp, hablamos de algo que vivimos personalmente.

Franco murió cuando yo tenía 21 años, así que ensombreció mi infancia, adolescencia y primera juventud. Más tiempo aún si tenemos en cuenta que hasta el fracaso del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 los demócratas no pudimos respirar medio tranquilos. El franquismo era un régimen opresivo y brutal surgido de un golpe de Estado militar. Empezó y terminó fusilando opositores. Aquello de, en cumplimiento de la sentencia del consejo de guerra, ¡preparen armas, apunten, fuego! Inimaginable entonces que, como hace ahora la señora Ayuso, los disidentes pudieran salir en televisión tan panchamente para tildar de dictador, autócrata o tirano al Caudillo de España por la gracia de Dios.

Equiparar la dictadura del general Franco con episodios democráticos de nuestra historia como la II República, como hacen ahora las llamadas leyes de concordia autonómicas promovidas por el PP y Vox, demuestra una ignorancia supina, o, peor aún, una sórdida complacencia con la sublevación militar del 18 de julio de 1936 y el medio siglo de despotismo que le siguió. El franquismo nació de un golpe de Estado muy semejante al del 23F, ya saben, españoles, la patria está en peligro, el Gobierno es un desastre, todo anda manga por hombro, la salvación está en la punta de nuestro fusiles. ¿Ha olvidado el PP el rechazo que, al menos de boquilla, le suscitó la intentona de Tejero y Milans. ¿O es que fue solo circunstancial, no el fruto de una inquebrantable condena de cualquier intento de derrocar un gobierno democrático por procedimientos no constitucionales?

La República, por el contrario, no nació de la sangre y el fuego. Nació de unas elecciones celebradas en paz, las del 14 de abril de 1931, y se gobernó mediante elecciones. Hasta el punto de que las derechas ganaron las de 1934 y casi empataron en las de 1936. Nadie impidió ser candidato al señor Gil-Robles.

Pero hablemos de violencia, si tal es lo que pretenden los promotores de las supuestas leyes de concordia autonómicas. Veamos, señores, la violencia franquista siempre fue institucional, ordenada por las autoridades del régimen. Desde el asesinato de Federico García Lorca en agosto de 1936 a los fusilamientos de cinco miembros de ETA y el FRAP en septiembre de 1975. Eran consejos de guerra y tribunales de orden público los que dictaban las condenas a muerte o a muchos años de encarcelamiento. Todo absolutamente oficial.

Nadie puede, en cambio, afirmar que la violencia republicana fuera ordenada por las autoridades. Al contrario, la República fue muy blanda con aquellos que querían derrocarla por la fuerza, y ahí está el perdón a los autores de la sanjurjada de 1932. Sí, claro, hubo violencia de izquierdas antes del 18 de julio y durante la Guerra Civil, pero en general fue reactiva, y, sobre todo, fue obra de individuos, grupos y movimientos particulares, no de las autoridades legales republicanas. Incluida, por cierto, la revolución obrera de Asturias, reprimida con puño de hierro por el gobierno republicano de derechas de aquel entonces.

Incluso ya en plena Guerra Civil, con las pasiones desbordadas, el esfuerzo de las autoridades republicanas para detener las ejecuciones extrajudiciales fue notable y contrastó con la incitación a la venganza y el exterminio del contrario que era la doctrina canónica del bando franquista. En el mismo campo anarquista, reacio por definición a la autoridad no consentida, destacó la figura de Melchor Rodríguez, conocido como el Angel Rojo, que, como delegado de prisiones en el Madrid cercado por Franco, salvó la vida de cientos de presuntos quintacolumnistas.

No, no fue lo mismo la II República que el franquismo. La mayoría de los jóvenes ignoran, porque nadie se lo ha enseñado, que las libertades y los derechos que hoy consideran naturales no existían en la España del Caudillo. El franquismo no solo prohibía la libertad de prensa, la existencia de partidos políticos y la celebración de elecciones. También obligaba a nuestras madres y abuelas a pedir el permiso del padre o el marido para obtener un pasaporte o abrir una cuenta bancaria. También encerraba en cárceles y psiquiátricos a los gais y lesbianas cual si fueran monstruos. También nos impedía leer los libros o ver las películas que consideraba contrarios a su ideología nacionalcatólica. También consideraba punible cualquier relación sexual extramatrimonial y tenía prohibido el divorcio. Todavía quedamos unos cuantos millones de españoles que lo recordamos.

La opresión de aquel régimen entre militar, fascistoide e integrista católico no era exclusivamente política. Era vital, alcanzaba a cualquier aspecto de la existencia de los individuos. Por eso el franquismo es considerado uno de los totalitarismos del siglo XX, junto a los de Hitler, Mussolini y Stalin. Nada que ver con el intento de la desventurada II República de incorporar a nuestra querida España a la modernidad europea surgida del Siglo de las Luces.

Viví el franquismo, ya lo dije. Como tantos españoles, tenía familiares en uno y otro bando de la Guerra Civil. Mis parientes republicanos estaban enterrados en fosas comunes o, si habían sobrevivido, vivían en el exilio o vegetaban acobardados en su patria. En cambio, aquellos que habían estado con Franco habían recibido digna sepultura y medallas de haber muerto, y sus familiares disfrutaban de pensiones, estancos o empleos públicos.

Y así siguen más o menos las cosas medio siglo después. El dictador reposó en el Valle de los Caídos hasta 2019, anteayer. Mientras tanto, Lorca y decenas de miles de compatriotas se habían podrido como perros en las cunetas, y la mayoría allí siguen. No sean absurdos, señores del PP y Vox, nadie quiere revancha.  Nadie quiere reabrir heridas. Se trata justamente de lo contrario: de cerrarlas dando digna sepultura a españoles que murieron por la libertad.

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