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Tú eres franquista

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¿Por qué utilizamos un término como “fascista” que, en realidad, es ajeno a nuestra historia? Es cierto que el término “fascista” encaja perfectamente para denominar ideas o conductas antidemocráticas, totalitarias, ultranacionalistas o ultraconservadoras. Sin embargo, aunque en la España de los años treinta florecieron grupos y organizaciones con esa inspiración, la dictadura franquista pronto se apartó de esas estéticas por pura supervivencia en el contexto internacional. La búsqueda de una identidad propia, que no se saliera de tono, desemboco en el nacionalcatolicismo, que fue impregnando nuestro modo de pensar mediante un hábil mestizaje con la cultura y las creencias que la propaganda del régimen manipulo admirablemente. El resultado es una descontextualización del término “fascista” cuando lo utilizamos en la vida social y política española actual. Esto favorece que algunos se puedan poner de perfil con facilidad, escondiéndose detrás de argumentos que, en realidad, son franquistas.

Para evaluar adecuadamente alguna de las actitudes, opiniones o acciones que observamos a nuestro alrededor, deberíamos emplear el término “franquista”, que, más allá de significar un seguidismo al dictador, da significado a una posición ideológica muy bien definida. Naturalmente, me refiero al “franquismo” tardío, el del desarrollismo español de los años sesenta, que nos han querido edulcorar, pero que seguía conservando todos los ingredientes totalitarios, violentos y alienantes de su raigambre fascista. Hablo del franquista camaleónico que se ha adaptado a los tiempos, hablo del franquista que, por supuesto, es monárquico, hablo del franquista que funda partidos políticos, hablo del franquista que abraza la constitución que no votó, hablo del franquista que no ha pedido perdón, hablo del franquista de raza y no de razas, hablo del franquista que no le gusta encontrar por la calle ni vagos, ni maleantes, ni maricas, hablo del franquista que tiende la mano de la reconciliación y la concordia, hablo del franquista que se expresa con libertad pero que no ofende ni a dios ni al rey, hablo del franquista que ilegalizaría algunos partidos políticos, hablo del franquista que usa y defiende el derecho de manifestación, hablo del caballero franquista que da preferencia a las damas en las puertas, hablo del franquista que confía en las cabañuelas de su cuñado, hablo del franquista que saca música del mallete, hablo del franquista demócrata que sabe qué es legítimo y qué no lo es, hablo del franquista que admira el folklore y la gastronomía de campos, hablo del franquista que tiene una familia como Dios manda, hablo del franquista desmemoriado, hablo del franquista equidistante, del que tiene soluciones para todo, del que tiene valores, del que sabe la importancia de las tradiciones.

Hablemos con propiedad y llamemos a las cosas por su nombre. Hablemos de franquistas y no de fascistas, porque “franquista” es un término mucho más ajustado para los herederos de una ideología social y política que no han querido dejar atrás, casi cincuenta años después.

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