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Alivio, preocupación, esperanza, disgusto

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un mitin del PSC, a 2 de mayo, en Sant Boi de Llobregat, Barcelona, Catalunya (España)

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Han pasado muchas cosas desde el bombazo de la carta de Pedro Sánchez. Ente ellas el guion dramatizado de los cinco días de abril y su curioso —por ser amable— desenlace.

A pesar de los días transcurridos y los esfuerzos hechos para entender, continuamos sin conocer las verdaderas razones del presidente, pero ya atisbamos algunos de sus efectos.

Seguro que las lecturas son dispares, como la vida misma. En mi caso están marcadas por el cúmulo de emociones y sensaciones que me han ido atrapando durante estos días.

La primera sensación, me parece que compartida por muchas personas, fue de alivio. Por la decisión del presidente de “continuar con más fuerza si cabe” y la caracterización del momento como un “punto y aparte”. A corto plazo aporta una estabilidad institucional, imprescindible para cualquier acción de gobierno y mantiene abiertas las posibilidades de avanzar en las políticas de progreso acordadas por el gobierno de coalición.

El alivio no ha podido ocultar la preocupación que se ha venido incubando en mí durante el tiempo muerto pedido por el presidente. Es posible que estos cinco días le hayan servido a Pedro Sánchez para reflexionar, pero no han servido para relajar el clima político de país. Al contrario, y la reacción de las derechas, incluidos los “moderados” Feijoo y Almeida, lo confirman.

Tampoco han servido para mejorar la conversación pública. Durante estos días se han reforzado las burbujas cognitivas, en bloques impermeables a los argumentos ajenos. Se ha abusado de las falacias. La más evidente, la del “hombre de paja” practicada especialmente por Ayuso y su entorno, que imputan ataques a la libertad de expresión y a la independencia judicial a quienes se han limitado a denunciar bulos y guerra sucia. Me ha parecido detectar un crecimiento del maniqueísmo, extendido a babor y estribor, que nos clasifica a todos entre buenos y malos.

Aunque pueda parecer contradictorio, tampoco ayuda a la conversación pública la práctica de la equidistancia de algunos “virtuosos” analistas. Las epístolas que reparten responsabilidades por igual y sin distinción, a diestro y siniestro, no contribuyen a salir de la pocilga de la crispación. Una cosa es que en algún momento todos hayan podido contribuir al lodazal y otra muy distinta es considerar responsables por igual a todos los políticos, medios de comunicación o profesionales. Objetivamente estas posiciones, portadoras de la “virtud” de la equidistancia, incentivan que se mantenga el bloqueo del CGPJ. Con independencia de su intención, también incentivan el uso concertado de la desinformación, los bulos y el lawfare (guerra jurídica) como arma política de destrucción del adversario. La razón es obvia, si unos sacan provecho y la cuenta se paga a escote por todos, se generan incentivos perversos.

La preocupación mayor me ha llegado de la mano de algunos tics populistas, en las manifestaciones de apoyo a Pedro Sánchez y sobre todo en las formas plebiscitarias utilizadas por el presidente durante los días de reflexión y lo que llevamos de epílogo.

El híper liderazgo no es un fenómeno nuevo ni afecta exclusivamente a Pedro Sánchez, pero el grado de “pedrodependencia” del PSOE es exagerado. No augura nada bueno. Lo que hoy aparece como factor de estabilidad puede acabar siendo una fuente de inestabilidad, no solo para su partido.

Los liderazgos “eucaliptus” no ayudan a las izquierdas porque desecan los espacios colectivos, tan necesarios para combatir el individualismo extremo de las derechas. Avanzar en la regeneración democrática y en una agenda social requiere de un fuerte protagonismo de la sociedad organizada que actúe como poder social, como contrapeso, frente a los poderes reales no sometidos a ningún control.

Apostarlo todo al híper liderazgo de una persona, por muy resistente que sea y mucha “baraka” que tenga, es jugarse cada momento a la ruleta rusa. Las izquierdas si quieren avanzar en la transformación, aunque sea modesta, de la sociedad, necesitan de la fuerza que dan las organizaciones colectivas. También en la era de la digitalización.

En este torbellino de emociones, después del alivio y la preocupación, me llegó la esperanza de que la continuidad de Pedro Sánchez vaya acompañada de un programa de reformas que den sentido y coherencia a ese “punto y aparte” que nos ha anunciado.

Hay en la política y en la sociedad propuestas que pueden ser útiles. Aunque pasar de “il dire al fare” no es nada fácil. Sobre todo, porque se requiere de amplios acuerdos políticos y no parece estar el patio para ello. Ni En España, ni en Europa, ni en el mundo. Los partidos que dan apoyo al Gobierno deberán trabajar amplios acuerdos sociales, no para confrontar con la oposición, sino para vencer sus resistencias.

No les oculto que, así que van pasando los días, va creciendo en mí un cierto disgusto. La regeneración democrática no puede ser solo un relato que sirva a Pedro Sánchez para recuperar la iniciativa y dominar el juego bajo los aros. Una cosa es que el reto sea del conjunto de la sociedad y otra muy distinta que el presidente reparta responsabilidades a todos y no concrete las suyas.

Esperemos que la inconcreción obedezca al prudente gobierno de los tiempos políticos y no a un tacticismo más. Para que las expectativas generadas no acaben en más cabreo y frustración es imprescindible que en las próximas semanas se presenten, como gobierno de coalición, propuestas concretas.

Cuando creía que el tsunami de sensaciones agolpadas ya se había acabado me atrapó un fuerte sentido de realismo. El programa de reformas de “regeneración democrática” es necesario, me atrevo a decir que imprescindible, pero su concreción muy compleja. Para abrirse paso quizás sea necesario no afrontarlo como un paquete sino como medidas concretas. Avanzar, aunque solo sea en una de ellas ya sería un éxito. Dar pequeños pasos es mucho mejor que quedarse bloqueado, con el único consuelo de culpar a los otros.

Algo parecido sucede con la agenda social del gobierno. Se trata de un programa tan ambicioso como necesario para no despegarse de la ciudadanía. Para responder a las necesidades de esos sectores de la sociedad que tienen otras preocupaciones mayores que la continuidad o no de Pedro Sánchez.

La realidad parlamentaria es tozuda y no es la de la anterior legislatura. En política, como en la vida, la ambición de los objetivos ha de tener cierta concordancia con la correlación de fuerzas disponibles. Aquí de nuevo juega el papel de la sociedad organizada. El gobierno haría bien en incentivar la concertación social que lubrifique las dificultades y obstáculos parlamentarios que pueden venir de algunos de sus socios catalanes y vascos.

Agotado emocionalmente por este torbellino de emociones y sensaciones, me ha venido a visitar la calma. Mejor no ponerse muy ansiosos y confiar en el dicho popular de “vísteme despacio que tengo prisa”. Hasta después de las elecciones catalanas y europeas no tendremos perfilado el perímetro del campo de juego. No es un dato cualquiera para la estabilidad de la legislatura y la viabilidad de las políticas anunciadas.

No sé que van a hacer ustedes a partir de ahora, cuando ya no estén pendientes de todas las especulaciones de días pasados. Por mi parte voy a intentar convivir con la complejidad del momento y con las contradicciones que me suponen los sentimientos agolpados de alivio, preocupación, esperanza, disgusto, realismo y calma.

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