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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Deportados vascos a campos nazis: historia de Europa y memoria democrática

El dirigente nazi Heinrich Himmler saludando a diversas autoridades militares durante su visita a Donostia en 1940

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A lo largo de este año, desde el Departamento de Justicia y Derechos Humanos que dirijo y, en especial, desde el Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos (Gogora) hemos querido recordar y homenajear a los más de 200 vascos y vascas que fueron deportados a los campos de concentración nazis a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.

En primer lugar, porque han formado parte de una etapa muy poco conocida de nuestra historia. Fueron parte de esas miles de personas que se vieron obligadas a abandonar sus pueblos, sus hogares y su vida para enfrentarse a lo desconocido. Forzados a cruzar la muga francesa camino del exilio para huir de la guerra y de la cruel represión del régimen franquista, camino de un futuro repleto de incertidumbre, amenazas y miedo.

Son parte de la historia de miles de personas que cruzaban la muga, mayoritariamente por el puente de Irún, con el consuelo de quienes creían estar entrando en la república de la libertad, la igualdad y la fraternidad. De quienes creían que serían recibidos como hermanos y hermanas por la Francia que forjó las democracias liberales del viejo continente.

Sin embargo, el anhelo de paz y libertad les duró poco. Al otro lado del Bidasoa se encontraron una Francia dividida, que albergaba ya en su seno el germen del odio, de la xenofobia y del totalitarismo que, apenas un año después, haría que una parte importante de su sociedad agachara la cabeza pasivamente ante la llegada de los nazis y el colaboracionismo del Gobierno de Vichy.

Desafortunadamente, para ellos no hubo libertad, ni igualdad y fueron escasas las muestras de fraternidad. Miles de vascos y españoles se vieron encerrados en campos de refugiados, en condiciones de absoluta precariedad. Miles de apátridas a quienes el odio revanchista del régimen franquista les había negado la nacionalidad vasca y española. Encerrados entre alambres de espino, privados de lo más básico, del derecho a tener derechos, como diría Hannah Arendt.

Muchos de ellos y ellas, atrapados en aquellos campos de refugiados, acabaron en la maquinaria de exterminio puesta en marcha por la Alemania nazi, en este caso con el apoyo necesario y el silencio vergonzante de una parte nada desdeñable de la sociedad francesa. Enviados a campos de concentración nazis, terminaron en el pozo más oscuro al que jamás se ha visto arrastrada la humanidad. No solo se les negaron sus derechos, no solo se les negó su nacionalidad, sino que se les terminó negando su propia condición de seres humanos.

Por eso hemos querido organizar un acto de reconocimiento a los deportados y deportadas vascas. Porque, delante de tantas familias de aquellos deportados, delante de la representación de una buena parte de las instituciones vascas, quiero dirigirme a la sociedad vasca para reivindicar su recuerdo, reivindicar su memoria, su dolor, su ausencia y el olvido durante casi 80 años. Dirigirme también a las familias para pedirles perdón por tantas décadas de silencio. Ellos y ellas, más de 200 vascos y vascas, han de formar parte de nuestra memoria colectiva, de nuestra memoria democrática. Sus nombres jamás pueden volver a ser olvidados. Porque ya son parte del patrimonio democrático de esta sociedad. Son parte del germen de esta Euskadi que mira al futuro comprometida con la libertad, la igualdad y la fraternidad.

En Irún recordaremos los nombres y las vivencias de aquellos vascos y vascas que vivieron los episodios más oscuros de un continente enfrentado por el odio, el sectarismo, la xenofobia y la sinrazón. Con actos de memoria democrática como este queremos reivindicar una Europa unida, convencida y militante en la defensa de los valores de la democracia, la pluralidad, el derecho a la diferencia y los Derechos Humanos.

En primer lugar, porque se lo debemos. Se lo debemos a quienes perdieron su vida injustamente hace ochenta años. A quienes han poblado el olvido durante tanto y tanto tiempo. Pero, sobre todo, porque se lo debemos a las nuevas generaciones. Ellas también tienen que saber, conocer, construir su propia memoria de una forma crítica y reflexiva. Tienen que construir la ciudadanía del futuro interrogando al pasado. No podemos dejarles un relato precariamente tejido con medias verdades, silencios y dogmas incuestionables.

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