Urkullu, fin a 12 años como lehendakari que empezaron el 12 de diciembre de 2012 en medio de una gran crisis
12/12/12. Miércoles. Habían pasado 52 días desde las elecciones autonómicas. El PNV, como ahora, tenía 27 escaños. Su presidente, Iñigo Urkullu, comparecía en el Parlamento Vasco con 51 años, solamente dos más que los que ahora tiene Imanol Pradales. Se estimaba que unos 200 invitados y 100 periodistas acreditados iban a cubrir la primera sesión de la investidura del quinto lehendakari de la democracia.
Urkullu iba a heredar una Euskadi en crisis. El Gobierno de Mariano Rajoy había forzado a su predecesor, al socialista Patxi López, que ya había roto su luna de miel con el PP, a retirar la paga extraordinaria de Navidad a decenas de miles de funcionarios autonómicos y ésos eran precisamente los días de pago. El conflicto era mayúsculo. Para 2013, el año de su estreno, el lehendakari llegó a plantear un presupuesto con un recorte de 1.400 millones de euros que no pudo aprobar y que casi acaba de buenas a primeras con su mandato, aunque ahora al final su figura se asocie a un largo período de estabilidad.
El mundo también estaba en crisis. De hecho, había quienes pronosticaban que solamente nueve días después, el 21 de diciembre, se iba a acabar. El Vaticano estrenaba ese día cuenta en Twitter: Benedicto XVI puso su primer mensaje en aquella fecha.
Ese pleno de investidura fue el del estreno de una nueva coalición llamada EH Bildu, que aglutinaba a la izquierda abertzale relegalizada, a EA, a Aralar y a Alternatiba. Encabezada por Laura Mintegi se había convertido en la segunda fuerza parlamentaria. La profesora de la UPV/EHU formalizó también su candidatura y pronunció un discurso de 90 minutos igual que Urkullu. A sus 57 años, quiso acompañar la presentación de sus propuestas con un ‘powerpoint’ pero las tradiciones parlamentarias se lo impidieron. Todavía ahora nadie ha hecho algo semejante en un pleno.
Por la tarde, López quiso dar la réplica a su sucesor en primera persona, de lehendakari a lehendakari. El PNV, como ahora, tenía 27 escaños. Pero el PSE-EE estaba en la oposición. Así las cosas, Urkullu naufragó en la primera votación y no obtuvo mayoría absoluta. Hubo que repetirla un día después. Entonces, ya sí, la mayoría simple del PNV bastó para enviar a Urkullu a Ajuria Enea. Era el jueves 13 de diciembre de 2012.
Esa Euskadi en crisis celebró una multitudinaria manifestación que rodeó el Parlamento y obligó a desplegar a la Brigada Móvil (los antidisturbios de la Ertzaintza) durante la investidura. Eran trabajadores de empresas afectadas por ERE y sindicatos. Se cerraron por seguridad las cercas del edificio mientras se producían los debates y votaciones.
El Urkullu de 2012 tenía en lograr un “nuevo estatus” para Euskadi su gran promesa. Se llegó a hablar de 2015 como momento para hacer una consulta, aunque, luego, en un viaje oficial a Nueva York situó 2020 como el objetivo más razonable. El PNV tenía en su argumentario conceptos similares a los del soberanismo catalán de la época, como la creación de “estructuras de Estado”. Tras un paréntesis con un Gobierno no abertzale, lo simbólico adquirió gran peso en aquel arranque.
Más adelante, en 2017, Urkullu medió entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont para evitar una declaración unilateral de independencia y el consiguiente 155. A partir de ahí, Urkullu se vio más cómodo en la defensa del “autogobierno reconocido” y en la búsqueda de nuevas competencias. La bilateralidad, los acuerdos con el Estado y en Europa entraron en sus discursos para quedarse para siempre. “Diálogo, negociación, acuerdo y ratificación”, repetía y repite.
El sábado, 15 de diciembre, se completó la investidura con la solemne toma de posesión en Gernika. Si López, en 2009, eliminó el “ante Dios humillado” con el que habían jurado bajo el viejo roble foral Carlos Garaikoetxea, José Antonio Ardanza, Juan José Ibarretxe e incluso en 1936 José Antonio de Aguirre, Urkullu lo retocó para mostrarse “humilde ante Dios” y “ante la sociedad”. No recuperó la biblia y el crucifijo suprimidos por el único presidente vasco de izquierdas y posó su mano sobre un ejemplar del Estatuto de 1979 y otro del fuero viejo de Bizkaia.
En el libro de honor de la Casa de Juntas, Urkullu plasmó unas palabras. “Es mi objetivo lograr fortalecer nuestra identidad desde Gernika al mundo, llevar y propagar el fruto que hemos plantado y sembrado. Trabajaré con humildad y determinación por una Euskadi de progreso, en paz y libertad por sí misma en Europa y el resto del mundo”, redactó de su puño y letra.
Urkullu llegó ya a Gernika con el Gobierno hecho. Lo dio a conocer el viernes. Era el más reducido de la historia, muestra de la necesidad de mostrar austeridad. Su portavoz y mano derecha era Josu Erkoreka, entonces portavoz del PNV en el Congreso y que ya había seguido desde el palco los debates de investidura conocedor de su nuevo destino. Con él llegó de Madrid otra diputada, Arantxa Tapia. Son los únicos dos consejeros que le han acompañado doce años.
Los otros nombres eran Juan María Aburto, Estefanía Beltrán de Heredia, Cristina Uriarte, Ana Oregi, Jon Darpón y, al frente de los números, Ricardo Gatzagaetxebarria. De la primera hornada hasta ahora se han mantenido también otras personas como Miren Edurne Erezkano, secretaria de Urkullu antes de ser lehendakari y que lo seguirá siendo después, Iñaki Bernardo, Manu Castilla, Marian Elorza, Jonan Fernández, Luis Petrikorena, Silvia Palenzuela, Larraitz Gezala, Aitzol Zubizarreta, Jorge Arévalo, Olatz Garamendi, Rodrigo Gartzia, Sabino Torre, Estíbalez Hernáez, Toño Aiz o Jon Uriarte, entre otros.
El nombramiento lo firmó un jefe del Estado que ya ni es jefe ni vive en su Estado, Juan Carlos I. Los consejeros tomaron posesión en Ajuria Enea. Cuatro de ellos llegaron en el mismo coche oficial. Prescindieron de la referencia a la Constitución de los colaboradores de Patxi López y prometieron sobre un Estatuto traducido a diez idiomas, también al chino, al inglés o al gaélico. No hubo el cóctel habitual -apenas se sirvió café- y en el lugar no había cava, sino apenas dos cartones de leche y doce botellines de tónica Schweppes.
Con el paso de los años, Urkullu ha tenido 23 consejeros en total, seis de ellos socialistas. López, antes de dejar la política vasca, cerró un reencuentro con el PNV. El PSE-EE fue primero socio externo y luego ya en 2016 entró al Gobierno como socio minoritario. Esa es la gran diferencia ahora. Pradales y los 27 del PNV podrán ahorrarse la segunda votación porque parte con una cómoda mayoría absoluta.
0