El apagón en los comercios: fiando medicinas y comida y el problema de la “dependencia” de la tecnología

En la farmacia de la calle Santa Ana de Bolueta, Adriana no pudo bajar la persiana hasta pasadas las diez de la noche. El portón eléctrico dejó de funcionar algo antes de la una de la tarde y desde entonces la farmacéutica se quedó custodiando el local, pero sobre todo, los medicamentos. “Tuve que quedarme porque no podíamos dejar la farmacia sin vigilancia”, cuenta a este periódico desde el otro lado del mostrador. Durante las más de nueve horas que se quedó el local -y el barrio de Bolueta- sin luz, Adriana no abandonó su puesto de trabajo por miedo a saqueos, aunque su preocupación principal era que los medicamentos refrigerados no se descongelaran. “Hay algunos como la insulina que puede aguantar bastante tiempo, pero tenemos otros que solo aguantan 12 horas, hemos estado al límite de perder productos y tener que llamar al seguro”, asegura.
A pesar de la oscuridad, ocho personas se acercaron a la farmacia de urgencia durante el apagón a por productos que no podían esperar a tener. Entre ellos, los padres de un menor con conjuntivitis aguda y una mujer con problemas respiratorios. Adriana se los dio sin cobrarles y está a la espera de que vuelvan a la farmacia para pagarle. “El colirio para una conjuntivitis no costará más de dos euros, pero la medicación para los problemas respiratorios y otros medicamentos sí que tenían un precio más elevado. El problema era que no veíamos nada y a día de hoy no nos conocemos los precios de memoria. Es una pena, hace años teníamos un libro con los precios y con una calculadora podíamos cobrar sin necesidad de electricidad, pero a día de hoy todo va con el ordenador y está completamente registrado”, sostiene.
“Los que vinieron a la farmacia lo hicieron porque les urgía mucho y se lo di porque sentí que era lo que tenía que hacer. Alguno de ellos me dejó a modo de fianza su tarjeta de Osakidetza, pero sé que van a volver a pagar porque estaban todos muy agradecidos por la atención pese a las condiciones. Por suerte todo pasó y pude marcharme a dormir a casa”, reconoce la farmacéutica, que pensó en un momento tener que dormir en el local, ya que no tenía forma manual de cerrarlo.
En la Cooperativa Peñascal, un centro de formación profesional destinado a para menores extranjeros y en situación de exclusión social, pasado el medio día las clases se pararon. Los cerca de 800 alumnos que pasan por las aulas de los cursos de Hostelería, Carpintería, Moda y Programación se tuvieron que marchar a sus casas tras el apagón, muchos de ellos a centros de menores ubicados fuera de Bilbao. “Nos aseguramos de que todos llegaran a salvo a sus casas, en los casos de quienes vivían más lejos, les llevamos en nuestros coches privados. Otros pudieron volver en autobús, ya que reforzaron algunas líneas”, sostienen desde el centro.

Este martes los jóvenes entran al centro de formación con total normalidad, de la misma manera que el lunes lo tuvieron que desalojar. “Se lo tomaron bien, estuvieron tranquilos. Muchos de ellos habían vivido apagones en sus países y no les sorprendía tanto como a nosotros. Vienen aquí a aprender, pero muchas veces quienes nos enseñan de la vida son ellos”, reconoce uno de los trabajadores, de la cooperativa, que prefiere no decir su nombre.
Según declara, a raíz de la falta de luz han perdido algunos alimentos que ofrecen en el grado de Hostelería. “La peor parte fue la de hostelería, donde además del curso ofrecemos comidas al público. Ahí hemos tenido que tirar productos, pero no nos ha parecido tanto como para tener que reclamar al seguro. Bastante tendrán los seguros ahora como para pedirles por algo de comida echada a perder”, reconoce este trabajador a preguntas de elDiario.es/Euskadi.
En el caso de la empresa Ancore, cuyo local también se quedó sin luz e internet hasta pasadas las diez de la noche, aún no saben si tendrán que reclamar pérdidas al seguro. Se trata de un proveedor de servicios de internet, un intermediario entre las compañías de energía, seguridad, telefonía y renting y los clientes. “Nos afectó a la hora de tramitar nuevas contrataciones, de gestión de incidencias en instalaciones de clientes y los traslados se complicaron, además de los problemas y preocupaciones a nivel personal. Las principales incidencias de nuestros clientes fueron de telefonía, porque no había red, y de seguridad en el caso de las cámaras instaladas que dejaron de funcionar, al igual que todo lo demás, y temían que hubiera robos”, reconoce Aitor, uno de los empleados de la asesoría.

“El día de hoy todo son llamadas con incidencias y correos electrónicos con quejas por instalaciones que no hemos realizado. Hay clientes que esperaban a los instaladores y no aparecieron y otros que lo contrario, los instaladores aparecieron en sus casas sin avisar, pero porque no había línea para poder llamarles antes de llegar. A los clientes estamos trasladándoles que no hemos podido contactar con ellos porque nosotros tampoco teníamos cómo”, reconoce Aitor, que cuenta con clientes de todo el país, como una familia de una pequeña aldea de Galicia que ha recuperado la conexión sobre las siete de la mañana de este martes.
Ángel no cerró la carnicería Gurea de Txurdinaga aunque la luz se hubiese ido. Sus cámaras frigoríficas mantuvieron la temperatura de la carne y los clientes no dejaron de ir en todo el día, aunque lamenta que gran parte de ellos no pudieron hacer la compra por no llevar dinero en efectivo. “Despaché a 36 personas que solo traían tarjeta de crédito para pagar, de ellos por lo menos 20 me dijeron que ya no iban a volver a salir sin dinero en la mano. Creo que eso ha marcado a la gente y me parecío algo importante. Da miedo la dependencia que tenemos a las tarjetas de crédito, a los móviles y a toda la tecnología”, lamenta el carnicero mientras lo comenta con otros vecinos.
Para Ángel, la jornada de este lunes tuvo algo de positivo. En su caso, conoció a unos vecinos que durante todo el día vio en la calle. “Era un matrimonio joven con dos hijos. Mi mujer bajó de casa a la carnicería y le dije que les preguntaran si necesitaban algo, porque me extrañaba que estuvieran tanto tiempo en la calle. Al parecer, le dijeron que no tenían comida ni dinero para comprarla. Les dimos sobres de jamón y comimos todos. Parece de cuento, pero lloramos todos. Nosotros no perdimos mucho, pero ganamos un gran aprendizaje”, concluye.
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