De la violencia de Ares en la escuela a la felicidad de Bihotza: el viaje generacional de los niños trans

Ares nació en 1972 y, cada vez que en clase pedía que le llamaran Ares y no como sus padres le pusieron al nacer, volvía a casa con un ojo morado. Esa violencia hizo que se viera obligado a dejar la escuela. Cuenta, delante de una sala con decenas de personas, que tuvo su primer orgasmo con 33 años. Antes de eso, no se dejaba tocar por nadie. Cuando se atrevió a dar el paso, fue a un sex shop del barrio de Zabalburu, en Bilbao, y se compró el pene más grande. “Era tan grande que no me cerraba el pantalón”, bromea. Finalmente, se atrevió a contarlo en casa y, pese a que su padre era una persona tradicional y religiosa, le apoyó desde el primer momento, al igual que su madre. “En ese sentido, tuve mucha suerte a pesar de la época”, confiesa.
Elsa, del 1987, sufrió sobre todo, que le dijeran que le gustaban las “cosas de chicas” y la falta de referentes hizo que se “reapropiara” de dibujos animados cuando era pequeña. “Las personas trans de mi edad no teníamos personajes en películas o series con los que identificarnos, por ello tuvimos que reapropiarnos. Para mí, La Sirenita, Mulán, Fiona de Shreck o Jessica Rabit son mujeres trans”, reconoce. Para ella, el precio más grande que ha tenido que pagar para demostrar que era mujer fue “dejarse usar por hombres cis”. “Pagué un peaje muy alto y condicionó mis relaciones de después. No me gustaría que nadie pasase por algo así, por eso necesitamos referentes”, indica.
Ares y Elsa han narrado sus historias en el primer Congreso Internacional de Infancias y Adolescencias Trans organizado por la asociación de familias de menores transexuales Naizen que se ha celebrado este lunes y martes en Bilbao. Lo han hecho frente a cientos de personas que se han acercado a informarse sobre esta realidad, pero también frente a tres jóvenes, dos de ellos menores de edad, que han compartido a su vez sus experiencias como niños y niñas trans.
Eder es el mayor de ellos. Hoy tiene 25 años, pero se dio cuenta de que él en realidad era un chico con 17. Y decidió que quería llamarse Eder, que en castellano significa bello. Entonces comenzó a sentirse tranquilo y a percibir los cambios sociales. “Los chicos que hasta aquel momento me trataban de tonta, ahora me hablaban de fútbol, de caza, de coches. Como si yo supiera o me interesaran esas cosas. Los niños somos crueles, y en el instituto tienes que elegir entre ser guay o no serlo. A esas edades la estética es muy importante”, reconoce.
El joven confiesa que hubo un momento de su vida en el que tocó fondo y que coincidió con el suicidio de Ekai, un joven trans que se quitó la vida en el año 2018 a los 16 años. “Me di cuenta de que no hacer nada también es una forma de rendirse. Que era parte de una minoría y que no es fobia, es odio. Entiendes que formas parte de la resistencia”, señala. En su caso, tras el cambio de nombre en el registro y de sexo en el DNI, comenzó un proceso de hormonación que decidió dejar a un lado. “Al principio conseguí lo que quería. Tenía barba, la voz grave, se me quitó la regla. Pero al poco tiempo me di cuenta de que era una montaña rusa y decidí parar. Hoy tengo la suerte de pertenecer a la población gestante, siendo hombre. Con el tiempo comprendí que ser hombre no depende de las hormonas. Quien soy va mucho más allá de tratamientos y operaciones. No he dejado ser hombre por dejar las hormonas”, defiende tras agradecer a la sanidad pública y a los impuestos que han permitido que pueda llevar a cabo su proceso.
Izar siente que nunca ha hecho el tránsito, porque con cinco años fueron sus padres los que se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo. “Nunca he tenido el recuerdo de ser tratado como una chica y no he cambiado mi nombre. Tampoco he sufrido bullying. Soy muy feliz y siempre me han tratado como el chico que soy”, reconoce el joven que acaba de empezar con testosterona al entrar en la adolescencia y asegura, con una sonrisa de oreja a oreja que no ve “ninguna diferencia” entre los chicos de su clase y él.
El testimonio de Bihotza, que nació en 2012 es parecido. La pequeña, tranquila, entre risas y muchos aplausos, ha contado que es consciente de que “la sociedad puede hacer mucho daño”, pero que ella “no cree en la gente normal”. “Siempre dicen que la gente LGTBIQ+ no es normal, pero ¿qué es ser normal? No hay nadie normal”, dice animada. De forma cómica ha contado que, un día le dijo a sus amigos que no le llamaran Aritz, que ella se llamara Bihotza y que uno de sus amigos le dijo: “Como quieras, pero ven, que hay un pájaro muerto”. Con esa naturalidad Bihotza fue aceptada entre los niños y niñas de clase.
Naturalidad que Ares, Elsa o en diferente medida Eder no han vivido. “Hay personas trans que han vivido toda su vida de rodillas, para que nosotres podamos vivir de pie”, ha sido la frase que ha utilizado Elsa para resumir el sentimiento que ha inundado la sala en la que muchos lloraban y otros reían con el último relato, el de Bihotza, que ha llenado de esperanza y ha puesto la guinda final a un congreso en el que activistas, profesionales de distintos sectores y padres de menores trans han compartido sus experiencias y formas de vivir con el objetivo de conseguir que estos niños y niñas vivan en un mundo más amable.
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