'No phone challenge' en Donostia: la lucha de un reducto de familias en contra de la hiperconexión de los menores

Miren Berasategi, madre de un menor de edad en Donostia, ha decidido realizar el reto “no phone challenge”. Y eso que se dedica a la comunicación. Tiene claro el problema: el teléfono móvil es perjudicial para los menores y los adolescentes. Y para ponerle solución o, al menos, para ser parte activa en su remedio, piensa que primero deben ser los propios progenitores los que den el paso de dejar el dispositivo. Ella no está sola en esta iniciativa. Una veintena de padres de la escuela de Axular Lizeoa han tomado la misma determinación ante el efecto negativo de la digitalización en menores que han detectado.
En Euskadi no se ha decretado una regulación general del uso de móviles y otros dispositivos en las aulas. Se está regulando desde los centros escolares. Según un informe presentado por la consejera de Educación, Begoña Pedrosa, ante el Parlamento Vasco en marzo de este año, el 98,95% de los colegios han adoptado una regulación, como les ha reclamado la Administración. Según las cifras, en los colegios públicos, el 90% abogan por la prohibición del móvil en clase. Sin embargo, en los colegios privados la cifra baja a 72%.
Si analizamos los datos con mayor detalle, en primaria –desde los 6 hasta 12 años– un 83% se ha inclinado por la prohibición “absoluta”, mientras que apenas un 14% permite su utilización, pero únicamente con fines pedagógicos. Por otra parte, en el primer ciclo de la Secundaria –alumnos de 12 a 14 años– la prohibición baja al 36% en los institutos públicos y en los concertados se queda en el 47%. En el segundo ciclo de la Secundaria –de 14 a 16 años–el 25% de los públicos y el 38% de los privados se inclinan por la prohibición “absoluta”. Cabe señalar que, en los centros públicos, el 39% de los colegios no ha estimado relevante compartir la regulación del uso del móvil con las familias, y el 69% no ha consultado al alumnado. En los centros concertados, estos porcentajes aumentan: el 52% no ha informado a las familias y el 64% tampoco ha involucrado a los estudiantes. Aunque, según los datos, se pueda vislumbrar que la mayoría de colegios de Euskadi actúan ante la problemática, según Berasategi “falta hacer una reflexión más consciente y activa sobre cómo se inteactúa con los móviles”.
Los efectos del móvil en los adolescentes
Maitane Ormazabal, psicóloga, psicoterapeuta y asesora psicoemocional en instituciones, ha publicado el libro 'Las voces del silencio: La salud mental adolescente en la década del cambio' junto a Telmo Lazkano, experto en salud digital, en el que, entre otras cosas, exponen la importancia de unir dos mundos: el tecnológico y el emocional. “Se estaban reflejando los porcentajes de subidas de malestar social entre los jóvenes que antes se daban en otro tipo de edades”, explica Ormazabal, quien, en lugar de cuestionar qué les ocurre a los jóvenes de hoy en día, prefiere darle la vuelta a la mirada y preguntarse qué le está ocurriendo a esta sociedad para que “los jóvenes estén así”.
Ormazabal separa claramente dos tipos de tecnologías: la que está al servicio del ser humano y la que poner al humano a su servicio. Según ella, con el auge del 'smartphone' hace diez años, empezaron a bajar los traumatismos y empezaron a subir todas las problemáticas de la salud mental y emocional. “Cuando aparecieron los primeros móviles el objetivo era llamar, pero los 'smartphones' no están diseñados para eso. Están creados para que se conviertan adictivos y, por lo tanto, se debe de enseñar a los jóvenes a saber convivir con ellos”, dice.
Según la psicóloga, la adolescencia es una etapa de transformación. “Se deja de ser niños para convertirse en adultos. Las redes sociales y las nuevas tecnológicas saben acerca de ello y utilizan esa fragilidad y vulnerabilidad”. En ese contexto, las redes sociales cubren cuatro pilares que son: el deseo de eliminar emociones desagradables; la necesidad de cambiar el cuerpo y querer entrar en un estándar igualitario; la necesidad de ser queridos; y la aceptación social. “Las redes sociales han captado la atención de los pilares que más necesitan los adolescentes”, explica Ormazabal.
En este marco, “¿dónde están los adultos?”, se pregunta la psicóloga. “Se ha señalado a los jóvenes, pero quienes les han dado esos dispositivos son los adultos. Además, se les está culpando de lo mal que están utilizando”, señala. Actualmente, según Ormazabal, se vive en una sociedad de miedo y control. “Por la hiperpresencia de los adultos, son capaces de tener un smartwatch o un móvil para controlar a los hijos”, ejemplifica. Esto hace que, según ella, los jóvenes confundan la seguridad con el control. “Entre las parejas adolescentes, se mandan las ubicaciones, y lo tienen normalizado. Todo control que ganan los adultos, pierden ellos en confianza y seguridad”, concluye.
Además, Ormazabal destaca la burbuja emocional. “Los adultos lo han entendido mal, ya que vienen de una frialdad emocional que no les ha ayudado a tratar y aceptar el sufrimiento de sus hijos, cuando el sufrimiento es algo vital”, señala. Expresa que “se ha creído que, con más control, se elimina el sufrimiento”, “Pero, en el fondo, se les está generando mayor descontrol y sufrimiento. Esta 'hiperburbuja' en la que se les está metiendo les está debilitando a través de su control”, apunta.
Otro factor determinante es el abismo entre lo tecnológico y lo emocional. “Se ha avanzado mucho en lo tecnológico, pero en lo emocional no”, relata. Y, según la psicóloga, aquí está el reto en la sociedad, es decir, en dar espacio al sufrimiento o al tiempo de la naturaleza propia.
También añade el factor de la arquitectura social, que se refiere al contexto en el que se ubica el sujeto. “¿Cómo está la arquitectura social para que el joven esté en su cuarto metido siete horas mirando el móvil y no pueda contar a sus padres que está teniendo pensamientos disruptivos?”, se pregunta, para después señalar que la solución no solo viene de que el sujeto se dé cuenta de las realidades, sino que el contexto vaya haciendo cambios para que puedan ayudar al sujeto. “En Dinamarca, el 19% de la sociedad tiene obesidad, en Kentucky el 49%. En Dinamarca, la arquitectura social ayuda a que vayan en bicicleta, sin embargo, en Kentucky todo el mundo se mueve en coche”, apunta. Con este ejemplo, señala que los adultos pueden hacer acciones para que los jóvenes estén mejor. Por último, añade con preocupación la disminución del juego libre: “un niño se da cuenta de las consecuencia de sus actos en el juego libre, y hoy en día, con la hipertecnologizacion, se está perdiendo esa experiencia de exploración y contacto con la naturaleza”.

La solución al problema
Lazkano cuenta que trabajaba de profesor en el colegio público de Usandizaga de Donostia. Todos los días cogía el tren y en el trayecto, se dio cuenta de que todos estaban mirando el móvil. Esa escena le marcó completamente. También le llamó la atención el recurso de algunos padres de dar el móvil a los niños para que se calmaran cuando empezaran a llorar. “Era como una anestesia digital”, narra.
Fueron algunos de los factores que despertaron en Lazkano la conciencia de los peligros de la digitalización. Empezó a investigar acerca del tema y tuvo que recurrir a estudios estadounidenses, ya que en Euskadi no se había empezado a tratar la problemática. Personas como Tristan Harris de Center for Humane Technology le hicieron verlo más claro. Entonces Lazkano pensó que “no era casualidad todo esto, sino que había una causalidad detrás”.
Un día, en clase, decidió preguntar a sus alumnos el tiempo que pasaban delante del móvil al día. “De media pasaban más de cinco horas. Pensé que tenía que hacer algo para que empezaran a cambiar un poco las cosas”, cuenta. Lazkano explica que hay un mundo, un diseño, un negocio detrás, que promueven el uso de los móviles. El modelo de negocio se basa en una multinacional que genera productos digitales para mantener a los menores de edad delante de la pantalla el mayor tiempo posible, para sacar un rendimiento económico en contra de su salud.
“Eso es explotación infantil” expresa. También podría definirse como “economía de la atención” o “economía del dato”. “Si se sabe que estos productos no son adecuados para los adolescentes, no se puede permitir que dicha industria acceda con sus productos dañinos a menores que se encuentran en pleno desarrollo”, expone. Cuando Lazkano, realizó la pregunta a sus alumnos acerca de las horas que pasaban delante de la pequeña pantalla, pensó que debía hacer algo. Es entonces cuando en su cabeza nació el reto “No phone challenge”.
El reto consta de tres fases. La primera fase se basa en construir un conocimiento amplio y riguroso sobre lo que sucede detrás de la pantalla, desde el efecto de las redes sociales hasta el modelo de negocio que las sustenta. En esta fase, los alumnos visualizaron el documental “El dilema de las redes sociales” y repartió 10 preguntas que tenían que ir contestando mientras veían el documental. Después del visionado, se realizó un debate acerca las preguntas como: “¿Qué es ser producto y qué consecuencias puede tener ser un producto?” o “¿Cuáles son los objetivos principales de estas empresas?”. En el debate, los alumnos, enriquecieron sus respuestas, pasaron a limpio y entregaron las respuestas al profesor.
Al ver el resultado, Lazkano decidió realizar una segunda fase para trabajar la mirada crítica. Planteó una redacción sobre el tema en cuestión. Para realizar el escrito, les preguntó a los menores diferentes cuestiones como: “¿Qué sucedería si quitaran los 'likes' de las redes sociales?”. De nuevo, antes de redactar, se debatió en clase. Lazkano, en todo momento, intentó aplicar la técnica mayéutica, consistente en no dar ninguna respuesta sino en que ellos llegaran a ellas, a través de las preguntas.
“¿Si sacáis un 'selfie' ahora y si lo mandáis a vuestra madre, utilizaríais un filtro estético?”, preguntó Lazkano. Todos respondieron que no. Después, todos cambiaron de respuesta cuando se les preguntó si ese “selfie” iba dirigido a las redes sociales. También se les preguntó acerca de qué querían ser de mayores y lo que significaba para ellos el éxito. Muchas de las respuestas salieron relacionadas con lo material, con lo que Lazkano hace una reflexión profunda: “se puede comprar un reloj muy caro, pero el tiempo no está en venta. Puedes comprar una mansión, pero la familia nunca la vas a comprar. Y puede comprar el sexo, pero el amor no está en venta”. Los adolescentes llegaron a la conclusión de que las cosas que realmente importaban no tienen precio, pero sí un gran valor.
En la última fase, el profesor les propuso dejar voluntariamente los “smartphones” durante una semana y escribir un diario a mano donde debían de recoger todo lo que habían sentido emocionalmente, las situaciones a las que tuvieron que enfrentarse y una reflexión final acerca del proyecto. De 23 alumnos, 19 aceptaron el reto. “Los primeros tres días, algunos alumnos tuvieron problemas para conciliar el sueño, otros tuvieron pensamientos intrusivos. A partir del tercer o cuarto día, sin embargo, empezaron a sentirse mucho más libres”, explica.
Según Lazkano, los alumnos describieron que habían cortado con una cadena y se “quitaron una losa de encima, lo que les hacía conectar mucho más con las cosas que hacían y las personas que les rodeaban”. Empezaron a invertir el tiempo en hábitos saludables, como caminar, ir al monte o empezar a leer un libro. “Una alumna comentó que fue a la playa de la Zurriola a ver la puesta del sol, y no a grabarla. Disfrutó de ese momento, mientras veía que los demás jóvenes estaban pegados a la pantalla”, narra. Otra alumna le explicó que “el domingo fue a pasar el día con la abuela y había sentido que había conectado con ella más que nunca”, cuenta Lazkano emocionado.
Algunos menores, antes de acabar el reto, comentaron que no querían tener de nuevo el móvil de vuelta porque tenían miedo de volver a la dinámica anterior. Al final, Lazkano entregó todos los móviles y debatieron acerca de los hábitos saludables que se podían poner en marcha.
Los padres actúan ante la problemática

Un grupo de padres del colegio de Axular ha querido trasladar este experimento a los padres, madres y profesorado. “Estoy en un grupo de padres y madres de nuestro centro, en el que llevamos un par de años moviendo la reflexión consciente de la interacción con el móvil”, señala Berasategi. Ella explica que muchas veces los padres dan el móvil a los menores porque “todo el mundo lo tiene”. “La idea era darle la vuelta a eso: conseguir que no todo el mundo lo tuviera”, agrega.
Por ello, una de las actividades que han llevado a cabo han sido los pactos familiares, que consisten en no dar el móvil a sus hijos “por lo menos, durante el curso o hasta verano”, añade Berasategi. En el colegio Axular llevan un par de años implementando este tipo de medidas con los grupos de quinto y sexto de primaria y primero de secundaria. “En la reunión de sexto, que es el grupo en el que está nuestro hijo mayor, se habló sobre el momento clave en el que se encuentran, ya que van a pasar a secundaria y suele ser un momento crítico”, señala.
Aun así, para Berasategi, la medida clave sería retrasar la edad de entrega de los móviles “para así tener un poco más de espacio para reflexionar”. De momento, “en sexto hay un grupo bastante numeroso de chavales y chavalas que no tienen móvil y cuentan con sus familias comprometidas a no dárselo hasta octubre del próximo curso escolar”. Estos hechos demuestran que, en Axular, existen padres y niños volcados con la iniciativa.
Berasategi, se encuentra pensativa, como si no existiera una solución fácil para la problemática de la digitalización. Después comenta: “Llegará el momento en el que sí lo tendrán. ¿Y entonces qué es lo que no se quiere que hagan con el móvil?”. “El objetivo principal es que se implante un entorno saludable antes de que tengan el móvil” explica antes de volver a la responsabilidad de los adultos como ejemplo. “Se sabe lo que es una adolescencia sin móviles, pero no se sabe lo que es vivir sin móviles en pleno 2025”, apunta. Por eso, considera inevitable pasar por ese “trance” de estar sin dispositivo en el ecosistema actual. Así es como llegaron a la experiencia de Lazkano.
Los padres de la escuela han intentado replicar la experiencia de Lazkano, respetando las tres fases desarrolladas por él. También mantuvieron el hecho de hacer un diario emocional, para que pudieran expresar cómo están viviendo durante todo el reto. Respecto a las conclusiones que sacaron los padres, Berasategi explica que “la experiencia ha resultado muy positiva, incluso para personas que necesitan el móvil por motivos laborales, ya que les ha permitido tomar mayor consciencia sobre su relación con el trabajo y cómo el móvil, en realidad, mantiene a muchos trabajando todo el día”. También, según explica Berasategi, el experimento ha contribuido a tomar conciencia de las exigencias de las relaciones sociales. “Nos hemos acostumbrado a la inmediatez”, recalca.
De esta manera, se cierra una de las peticiones que hacía Ormazabal al reclamar acciones concretas por parte de los padres, que son quienes construyen gran parte de la arquitectura social. Cuando se le pregunta a Lazkano si está satisfecho con el resultado, sonríe antes de expresar que “todo lo que pueda ayudar a mejorar el bienestar, sobre todo de los adolescentes, pero en general, social, bienvenido sea”.
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