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La menstruación: ¿adaptación o chapuza evolutiva?

Ambrosio García Leal

Como cualquier varón puede constatar dolorosamente tras un golpe en los testículos, a veces las soluciones de la naturaleza parecen manifiestamente mejorables. Uno no puede dejar de preguntarse por qué una parte de nuestra anatomía tan esencial para nuestro futuro genético está tan expuesta y desprotegida. La explicación usual de este aparente error de diseño es que la espermatogénesis (la producción de espermatozoides) requiere una temperatura algo más fría que la del interior del cuerpo. Ahora bien, ¿por qué demonios la función testicular debe requerir una temperatura inferior a la del resto del cuerpo? ¿Acaso la selección natural no podría haber favorecido una espermatogénesis “caliente” que permitiera esconder los testículos en el interior del cuerpo, como ocurre con los ovarios femeninos?

Un problema evolutivo parecido es el que plantea la menstruación, esa “puesta a cero” mensual del ciclo reproductivo femenino, que además de molestias conlleva un sangrado recurrente, lo que representa una pérdida significativa de hierro y otros nutrientes valiosos. La explicación fisiológica de este sangrado menstrual es que de este modo el cuerpo femenino se desprende del revestimiento uterino engrosado que se había preparado para recibir un eventual óvulo fecundado que nunca llegó. Pero una solución evolutiva tan derrochadora e incómoda parece estar pidiendo a gritos una explicación. Y es que, aunque las mujeres no son las únicas hembras mamíferas que menstrúan, sí son, con diferencia, las que tienen reglas más abundantes.

Aunque a menudo se afirma que, a diferencia de las hembras no humanas, las mujeres no dan ninguna pista acerca de su fertilidad, esto no es del todo cierto, ya que la sangre menstrual no deja de constituir un signo obvio de infertilidad transitoria. De ahí que algunos biólogos hayan especulado que la menstruación tiene una función señalizadora. Pero entonces, ¿no sería mejor que las mujeres anunciaran su inminente ovulación a bombo y platillo, como hacen las hembras de chimpancé con sus aparatosas hinchazones genitales?

Otra conjetura digna de mención es que la menstruación sirve para prevenir posibles infecciones por los microbios que entran en el tracto reproductivo femenino con el esperma masculino. De este modo el cuerpo femenino se protegería por partida doble: por un lado se deshace del revestimiento interno del útero (donde es más probable que se instalen agentes patógenos) y, por otro lado, baña el tracto reproductivo con sangre rica en glóbulos blancos que atacan los microbios, eliminándose así tanto los agentes patógenos como su refugio.

Pero, en última instancia, puede que la menstruación, como los receptores conectados al revés de nuestras retinas o el diseño “picassiano” de las platijas, no sea más que otro ejemplo del aspecto “chapucero”, como lo describió el biólogo François Jacob, de los productos de la selección natural.

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