Mi padre y yo. Un western
Hace ya bastante tiempo colgué en Facebook una conversación con mi padre. Era una más de las que solía —y suelo— tener cada tarde con él en su casa. No recuerdo si entonces pensé algo interesante antes de hacerlo. Pero, conociéndome como me conozco, es muy probable que no. Lo normal es que la colgara sin visualizar una idea brillante o un mensaje cifrado tras aquellas palabras que me soltó. Lo que sí recuerdo es que nunca antes uno de mis estados en esa red social había tenido tanto éxito.
Después de publicar tres conversaciones más, me di cuenta de que había conseguido definir con gran nitidez dos personajes. El de mi padre y el mío. Y que la mayoría de quienes leían aquellos brevísimos duelos dialécticos estaban interesados en que mi padre opinara casi de cualquier cosa: política, poesía, familia, crisis, amor, meteorología o arte. El tema era casi lo de menos. Lo importante era que mi padre leyera el mundo desde detrás de sus gafas. Y yo tenía la obligación de empujarlo a esa lectura.
Un año y medio después, en diciembre de 2012, El Gaviero Ediciones publicó Mi padre y yo. Un western. Una selección de conversaciones en las que los dos nos batimos en una especie de duelo doméstico; un libro cargado fundamentalmente de humor —muchísimo humor—, ternura, ironía y silencio.
Quizá podríamos hablar durante un buen rato de la natural colisión entre la esfera que ocupa el personaje de mi padre y la que ocupa el mío. Eso nos permitiría reflexionar sobre perspectivas generacionales distintas, sobre dos maneras de entender cuanto nos rodea, sobre la sensatez y la ingravidez, la realidad y la ficción, el ruido y el silencio. Pero creo que tales honduras no van con la concisión, la puntería y la espontaneidad sobre la que ambos personajes han enarbolado el libro. De tales cosas, si acaso, tendrá que hablar el lector si le parece oportuno. Aquí van algunas de las conversaciones que conforman Mi padre y yo. Un western.
3.
Yo: Qué difíciles son las despedidas, papá. Ella está ahí, pero a la vez ya no está. Ni yo tampoco. Es algo raro. Y sin saber muy bien cómo decir las cosas. ¿Sabes de qué te hablo?
Mi padre: Ahora vengo.
4.
[Al teléfono]
Yo: Papá, ¿cómo estás hoy?
Mi padre: Espera, que es tu madre la que lleva ese asunto. Te paso con ella.
12.
Mi padre: Entonces, se cristaliza una idea en tu mente, sacas ese cuaderno negro, intentas darle la única forma posible, que en tu caso es la escritura, lo dejas un tiempo que repose, vuelves al texto para sacarle brillo y, si consideras que capturaste con precisión aquella idea o emoción, das por terminado ese trabajo. ¿Es así?
Yo: Eso es.
Mi padre: ¿De verdad?
Yo: Que sí.
Mi padre: Juan, las cosas que tengo que aguantarte.
19.
Yo: Me he pasado toda la noche escribiendo.
Mi padre: Juan, ¿tú por qué eres así? ¿Tu madre y yo te hemos hecho algo?
28.
Yo: Papá, a veces siento un gran vacío interior que no sé nombrar. Quizá nostalgia. Quizá melancolía. Quizá miedo.
Mi padre: Juan, si fueses normal simplemente sería hambre.
31.
Yo: Me han invitado a un encuentro de poetas andaluces.
Mi padre: Juan, creíamos que ya habías salido de todo eso.
35.
Yo: Menudo plan. Estoy escribiendo una novela más intimista de lo que esperaba. A veces me asusta tanto conflicto interior, tanto hurgar y hurgar donde apenas apetece detenerse… No sé. Quizá debería…
Mi padre: Juan, esperaré a que la lleven al cine. Ya sabes, sin rencor.
42.
Mi padre: Tengo entendido que son muy pocos los escritores que comen de la literatura.
Yo: Poquísimos. ¿Por qué? ¿Qué me quieres decir ahora, papá?
Mi padre: Tu madre te ha dejado los Tupperware en el segundo cajón del congelador.
46.
Mi padre: Feliz cumpleaños, Juan.
Yo: Es mañana.
Mi padre: Está el tiempo loco.
52.
Mi padre: ¿La filología en qué consiste exactamente?
Yo: Se ocupa del estudio de los textos escritos a través de los cuales intenta reconstruir, lo más fielmente posible, el sentido original de los mismos con el respaldo de la cultura que en ellos subyace.
Mi padre: ¿Y no es eso mucha hambre junta, Juan?
63.
Yo: Papá, hace tiempo que no hacemos nada juntos.
Mi padre: Tienes razón. ¿Qué te parece si salimos a pescar ahora que el lago está congelado y los viejos osos del bosque no son un peligro?
Yo: Lo capto.