Por un teatro más accesible
No es común que una obra de teatro esté adaptada para discapacitados. Mucho menos que artistas que tienen algún tipo de discapacidad sean los protagonistas de la función. El universo teatral, a pesar de que suela tocar los problemas de la humanidad, las frustraciones y deseos, apenas se detiene en este tipo de cuestiones más tangibles. Sin embargo, el dramaturgo José Ramón Fernández lo ha hecho con el texto Mi piedra Rosetta, que se estrenará el próximo 25 de abril en la sala Cuarta Pared de Madrid, que también ha sido adaptada para que la obra pueda ser disfrutada por aquellas personas que tengan alguna dificultad motriz o sensorial. La función ha sido dirigida por David Ojeda, autor de una tesis sobre artes escénicas y discapacidad.
“Mi piedra Rosetta cuenta la historia de cuatro personas que, como todo el mundo, viven en esa pelea por alcanzar la mirada del otro, la palabra del otro. Veo en la televisión a Wolfgang Schäuble, ministro alemán de Finanzas, hablando en el Bundestag. Me doy cuenta de que el señor Schäuble no podría hablar desde la tribuna del Congreso de los Diputados de mi país, porque el señor Schäuble se mueve con una silla de ruedas. No se puede acceder a la tribuna que representa la voz de mi pueblo si se camina en silla de ruedas. Es una anécdota, pero es algo más”, cuenta Fernández a modo de exégesis de este texto.
La obra fue una propuesta de la compañía Palmyra Teatro, en la que participan los bailarines Tomi Ojeda, que actúa en silla de ruedas, Christian Gordo, que es sordo, y la coreógrafa Patricia Ruz. “Decidí que jugasen las características especiales de Patricia, Tomi y Christian como intérpretes. En mi país, en muchos aspectos, las personas con una dificultad motriz o sensorial no existen, no son visibles. Mi obligación como dramaturgo es mirar eso y hacer que otros miren eso”, abunda el autor.
Como el descubrimiento que supusieron los signos de la famosa piedra, Fernández ha tratado de desvelar en qué consiste la otredad, qué es el encuentro con el otro y qué genera. El argumento es sencillo: un violonchelista ha tenido un accidente. Se recupera de eso y de un indescifrable deseo de desaparecer. Su hermano, sordomudo, busca un modo de ayudarle: lo hace encontrando a otra violonchelista, compañera de estudios, que trata de empujarlo a la vida a través de los ensayos de una pieza. Entretanto, el hermano sordomudo busca el modo de saber qué es eso que hace su hermano y provoca la emoción y la felicidad de los otros; para ello, busca a una profesora de baile que traduce en movimiento esas notas. Todos desean ser parte del otro, todos buscan un modo de no vivir como se sueña. Todos desean superar sus limitaciones, sus capacidades, lo que separa su vida de la vida de al lado.
“Aprender que soy solo si tú existes; y es esa medida la que quiero y me define”, decía Lluís Llach y a esta idea ha recurrido Fernández. Ahora le toca a los espectadores dejarse llevar por ella.
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