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Mi querido Pedro

Beatriz Gimeno

Diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid —

Me siento a escribir de Pedro y a estas alturas de la tarde me encuentro con que ya se ha dicho todo de él, todo lo bueno, lo que importa. Veo que los medios están llenos de las palabras cariñosas de muchísima gente que le conoció bien y que compartió con él cosas importantes. Veo que casi todo el mundo coincide y que era una persona muy querida y valorada. Por eso, ahora, voy a permitirme hablar un poco de mí. De mí con Pedro. Y puedo contar que cuando hace pocos meses se supo que iba a ser diputada en la Asamblea de Madrid el primer mensaje de felicitación que recibí fue el suyo. Y yo me imaginé que estaríamos otra vez juntos, como juntos hemos estado durante más de 20 años en una lucha que nunca supusimos que nos fuera a llevar tan lejos. Ayer se abrió el periodo de sesiones y yo estaba en mi sitio, pero el lugar que tenía que haber ocupado Pedro estaba vacío. Se me hacía muy raro estar allí sentada, donde yo nunca pensé estar y que él, en cambio, que siempre quiso estar en la política institucional, no estuviera. De haber estado en su banco, estoy segura que me hubiera guiñado un ojo cuando los diputados y diputadas de Podemos pronunciamos nuestra heterodoxa promesa sobre la Constitución y el Estatuto de Autonomía que hizo revolverse a las bancadas del PP.

Y durante el minuto de silencio que guardamos, no pensé en la lucha por la igualdad de más de dos décadas que hemos compartido, sino que me acordé de las veces en las que al principio de nuestro activismo recorríamos España en autobús; y recordé el día en que nos perdimos por Almería, cuando nos despertamos en Burgos en medio de una nevada impresionante, que una vez nos persiguieron unos nazis, que tuvimos reuniones secretas con el gobierno de Aznar, que compartimos un vuelo en el que pensamos que nuestro avión se estrellaba, que en todas las reuniones de activistas éramos siempre los primeros en marcharnos a la cama y que por eso nuestra vida estaba hecha también de desayunos compartidos en los albergues. Que hemos compartido la juventud y que la hemos gastado en un empeño común que creó entre nosotros dos un vínculo irrompible; que nos conocíamos como si fuéramos hermanos, que yo conocía al dedillo sus defectos y él los míos; que nos hemos reído mucho y que hemos sido muy felices. Que durante muchos años nos hemos llamado por teléfono todos los días; que hemos crecido juntos y que estábamos envejeciendo a la vez porque teníamos la misma edad. Que un día bromeamos con quién iría al entierro de quién.

Y recordé también ese día en que me llamó desde el Congreso del PSOE, cuando yo iba en mi coche hacia Denia a pasar las vacaciones, y él estaba a punto de entrar en la ejecutiva de Zapatero. Me llamó pocos minutos antes de que dijeran su nombre y me dijo: “mi niña, eres la primera persona a la que llamo”. Y aquella llamada que se suponía feliz a mí me sonó muy triste, porque era en realidad una despedida. El Pedro activista y compañero se despedía para dejar paso al Pedro político en las instituciones. Era un adiós y yo lo viví así; como un adiós a la lucha en común, al empeño político de toda una vida, pero también a los autobuses y los albergues, a las risas a lo tonto, a las reuniones interminables, a las llamadas de teléfono a cualquier hora, a los planes, las estrategias, las cenas y los desayunos; a la juventud en definitiva, a la ligereza de una vida que nos íbamos inventando día a día porque todo estaba por hacer; que la quisimos feliz y que así la vivimos, porque la alegría era también una conquista.

Después dejamos de vernos tan a menudo. Luego, cuando enfermó de un cáncer que todos sabíamos mortal, no supe en un primer momento qué hacer ni qué decirle. Quedé paralizada por mi timidez, por el miedo a molestarle. Tuve miedo de que mis palabras “¿qué tal estás?” pudieran confundirse con las palabras vacías que por entonces debía estar escuchando a todas horas de mucha gente que a lo mejor apenas le conocía, que no le querría verdaderamente; tuve miedo de que mis palabras pudieran confundirse con palabras de cortesía. Estuve varios días sin saber qué hacer hasta que una mañana cuando pasaba por delante de lo que era su despacho en la Plaza de la Villa, le escribí un whatsApp que simplemente decía: “Pedro, te quiero mucho”. Me contestó: “Y yo a ti, mi niña”. Y jamás volvimos a hablar de su enfermedad, ya estaba todo dicho. Después sólo nos vimos un par de veces y nos mandamos varios whatsapp. Su último mensaje fue el día en que se hicieron públicos los resultados de las primarias de Podemos y me escribió para felicitarme. Le contesté que ojalá volviéramos a estar juntos como diputados y le dije en broma, “si coincidimos, nos ponemos a correr por los pasillos”. Y me contestó que ya no, que estábamos mayores para eso.

Soy muy tímida, y soy de esas personas a las que les cuesta expresar sentimientos, así que es muy posible que de las cosas que más me ha costado en mi vida haya sido decirle a Pedro lo mucho que le quería. Seguramente esa es también una de las cosas de las que me siento más orgullosa; de vencer mi timidez y poder decírselo; que sí, que te he querido mucho Pedro Zerolo.

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