Desconexión social
Nuevo retroceso de los socialistas. Ése podría ser, de forma telegráfica, uno de los grandes titulares de las elecciones celebradas ayer en Cataluña. Los socialistas no han podido conjurar la anunciada derrota que pronosticaban los sondeos. Los malos augurios se cumplieron y el PSC, con 20 escaños, se ha visto relegado, por primera vez, a la condición de tercera fuerza política catalana.
En términos de política catalana, se podría reprochar que la caída del PSC no implica un retroceso de la izquierda. La suma de ERC, PSC, ICV y CUP, suma 57 escaños, que es más de los 48 escaños de 2010. Sin embargo, esta visión queda matizada por las dificultades de ICV por recuperar buena parte del espacio perdido del PSC estos años, aunque ha subido mucho, y por la clara supeditación que en ERC se da del debate social al debate territorial y nacional. Que en estas elecciones ninguno de los tres partidos haya tratado de recuperar el rendimiento social del gobierno tripartito (2003-2010) es un ejemplo del debilitamiento y la fragmentación del proyecto de izquierdas en Cataluña. La irrupción de la CUP es un paso más en esa fragmentación. Es verdad que el aumento de la participación no ha beneficiado a CiU y sí a una parte de la izquierda catalana. Análisis no faltaran en este sentido aunque la tendencia es clara: fragmentación de la izquierda.
En términos de política española, el retroceso del PSC es un nuevo paso atrás para el PSOE. Claro está, PSC y PSOE pueden consolarse mirando a CiU, que no sólo no ha alcanzado la mayoría absoluta sino que ha perdido 12 diputados. Los socialistas también pueden justificar sus malos resultados por una convocatoria que les ha pillado con el pie cambiado (sin un líder consolidado; cuando la marca PSOE sigue cotizando a la baja; etcétera). O pueden reprocharse, el haberse presentado como una formación dividida en el tema estrella de la campaña: la organización territorial y el modelo de Estado. O el haber defendido posiciones intermedias en una batalla política que se libraba en los extremos (independentismo-españolismo) y a dos bandas (CiU-PP).
Pero estas “razones” no pueden ocultar el problema de raíz al que se enfrenta el PSOE. Y es que desde las últimas elecciones autonómicas y locales (mayo 2011), los socialistas se hallan inmersos en un ciclo electoral negativo que ni parece tener fin, ni fondo. En aquella cita vieron reducida su poder territorial a la mínima expresión. Seis meses después llegó el hundimiento -también histórico- de las generales, con la pérdida de más de 4 millones de votos respecto a 2008 y la reducción de su fuerza parlamentaria a 110 escaños. Ya en la oposición, la conservación del feudo andaluz con el apoyo de una crecida IU y la recuperación de Asturias sirvieron para mitigar la percepción de derrota. Una percepción que volvió a aflorar con toda su crudeza, hace un mes, en las elecciones gallegas y vascas, y lo vuelve a hacer ahora, tras las elecciones catalanas.
Algunos pueden interpretar estos malos resultados como parte del castigo electoral que sigue recibiendo el PSOE por su gestión de la crisis económica en la anterior legislatura y, en particular, por el cambio de timón -con la aplicación de las políticas de austeridad-, que dio el gobierno de Zapatero en mayo de 2010. Sin embargo, sería más acertado interpretarlos como un claro síntoma de desconexión social. Y la diferencia no es semántica, pues dependiendo del diagnóstico, el tratamiento es diferente. Ante un castigo electoral, se puede pensar que es necesario dejar que pase el tiempo para que el olvido dé paso al “perdón” del electorado. En cambio, ante una desconexión social, se requiere ser proactivo, porque el tiempo juega en contra.
Los estudios de opinión muestran que la sociedad española sigue siendo de centro izquierda. Que la sociedad española sigue abogando por un papel activo del Estado en la provisión del bienestar de los ciudadanos. Y que en España la desigualdad social cuenta con un elevado grado de deslegitimación. Pero el PSOE parece haber perdido la voz, la credibilidad y sus señas de identidad en un momento en el que ya nadie pone en duda, que la crisis económica ha dado paso, en España, a una grave crisis social e institucional (en la que se enmarcan la desafección política y las tensiones territoriales). Y su debacle de 2011 no favoreció principalmente la representación de otros partidos de la izquierda, sino que abrió el paso a la mayoría absoluta del PP.
El binomio social-democracia está en cuestión, en tanto que caminamos, y sin que nadie parezca impedirlo, hacia una sociedad más polarizada (entre ricos y pobres), y en la que los límites de la soberanía nacional y la preeminencia del poder económico sobre lo político, debilitan la fuerza del voto ciudadano. El PSOE debe abanderar la lucha contra la desigualdad social, mostrando que tiene claro un relato del sacrificio social de la crisis, y la mejora de la democracia (dando respuesta a los problemas de inclusión de las demandas ciudadanas en el sistema político y de encaje de las diferentes sensibilidades territoriales).
Frente a las propuestas deslavazadas, el PSOE necesita crear un proyecto global que muestre: a) cuál es la alternativa a los retos que nos enfrentamos en un mundo híper-globalizado y en el que la soberanía reside en poderes supranacionales y poco representativos; b) en qué se diferencia esa alternativa del modelo socioeconómico defendido por la derecha declarada o la derecha financiera-tecnocrática, y c) qué factores la hacen viable. Y todo ello en un nuevo marco de organización territorial y de reconocimiento de las diferencias en el modelo de Estado.
El camino no es fácil, pero los socialistas deben mirar con determinación al futuro, dejando atrás esa “edad dorada” en la que parecía ser válida la teoría de los techos y los suelos electorales y en la que estaba de “moda” ser socialista (porque el PSOE era percibido como una fuerza de progreso social). Los mitos y conceptos del pasado sólo sirven hoy para mantener la desconexión social y la fragilidad de la izquierda en un mundo donde todo parece estar en estado de refundación y en el que, tema no menor pero motivo de otro editorial, el concepto de progreso social ha saltado por los aires.