Cuatro quinces de mayo después
Han pasado cuatro años desde que comenzaron las movilizaciones ciudadanas de mayo de 2011, tiempo suficiente como para que podamos preguntarnos si entonces se gestó un movimiento social y si sirvió de algo.
Aceptando como válidas las consideraciones de Charles Tilly, uno de los principales estudiosos de los movimientos sociales (véase, por ejemplo, el libro, escrito con Lesley Wood, Los movimientos sociales, 1768-2008. Desde sus orígenes a Facebook, Crítica, 2009), para saber si estamos ante un movimiento social hay que verificar la concurrencia de tres elementos: un esfuerzo público, organizado y sostenido por trasladar a las autoridades pertinentes las reivindicaciones colectivas (campaña); el uso combinado de reuniones públicas, manifestaciones, peticiones,… (repertorio), y, finalmente, manifestaciones públicas y concertadas de valor, unidad, número y compromiso (demostraciones de WUNC).
Pues bien, y por resumirlo en muy pocas palabras, ya en febrero de 2011 el colectivo Estado de malestar anunciaba la celebración de reuniones “en diferentes ciudades españolas todos los viernes de forma pacífica para exigir una actuación transparente de todos los actores sociales, basada en los derechos y las libertades fundamentales”; en los primeros días de marzo empezó a organizarse Juventud sin Futuro y convocó una manifestación para el 7 de abril contra los recortes sociales. De manera simultánea se sistematizaron una serie de propuestas, que cuajaron en 8 apartados (eliminación de los privilegios de la clase política, lucha contra el desempleo, efectividad del derecho a la vivienda, servicios públicos de calidad, control real de las entidades bancarias, articulación de una fiscalidad más justa socialmente, desarrollo de las libertades ciudadanas y la democracia participativa, y reducción del gasto militar) y se convocaron las manifestaciones para el 15 de mayo de 2011 con el lema “Democracia real ¡Ya!” y la proclama “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”. Es decir, en el 15M hubo una campaña.
En segundo término, y a propósito de su repertorio, son bien conocidas las manifestaciones y reuniones celebradas el 15 de mayo y en los días posteriores, que continuaron el resto de la campaña electoral, la jornada de reflexión y el día de la elecciones y se mantuvieron semanas después en forma de acampadas. Este proceso se prolongó con movilizaciones masivas el 15 de octubre y el 15 de diciembre de 2011, el 12 de mayo de 2012,… A lo anterior hay que añadir, como elemento fundamental del 15M, la enorme incidencia de herramientas electrónicas como los blogs, facebook y twitter, que no solo sirvieron como vía de comunicación global y de debate, dentro del movimiento, y de éste con la sociedad, sino como un potente mecanismo para llevar a cabo actuaciones concretas.
En tercer lugar, hay que recordar que el valor se evidenció con la presencia en las manifestaciones y concentraciones de miles de personas de diferente edad y condición, de familias, grupos de amigos,…; la unidad se articuló a través de la asunción de reivindicaciones que se compartían –los 8 puntos mencionados- y consignas comunes –la más famosa, ¡No nos representan!-; el número quedó patente en la extraordinaria afluencia ciudadana a las manifestaciones y concentraciones y, durante cierto tiempo, a las acampadas; finalmente, el compromiso se puso a prueba en la reiteración de convocatorias y la persistencia de las demandas, algunas de las cuales han dado, a su vez, lugar a movimientos más “especializados”, como, por citar dos ejemplos bien conocidos, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y Stop Desahucios.
Por todo ello se puede concluir, al margen del concreto juicio que ello suponga, que el 15M fue un movimiento social y que responde a las causas que, históricamente, han venido explicando el surgimiento de estos fenómenos: un Gobierno en teoría muy reforzado, un conjunto de ciudadanos que se organiza para reclamar a ese Gobierno una serie de medidas concretas, la percepción social de que existe una élite política propensa a afirmar que gobierna en nombre del pueblo, mientras que los descontentos sienten que no les representan.
¿Y sirvió de algo? Cabe tratar de responder a esta cuestión desde las reivindicaciones concretas del movimiento y desde el plano más general de lo que ha podido aportar en términos sociales y políticos.
En cuanto a las demandas, en no pocas ocasiones se tachó a este movimiento de antisistema y le exigió que hiciera propuestas y no protestas, pero es que las propuestas estaban en el origen mismo de la protesta; eran esos ocho puntos, nada revolucionarios, a los que se ha aludido y que, en algún caso, ya habían sido reclamados por varias formaciones políticas integradas en el sistema (reforma del Ministerio Fiscal para garantizar su independencia, modificación de la Ley Electoral para alcanzar un sistema auténticamente representativo y proporcional, reducción de los cargos de libre designación,…) y por instituciones del sistema como el Consejo de Estado (modificación de la Ley Electoral) o el Consejo General del Poder Judicial.
Como poco o nada se ha conseguido de esos ocho puntos, habrá quien sentencie que lo que ocurrió hace cuatro años fue inútil, pero si se quiere hablar de fracaso habría que responsabilizar, más que al 15M, a la sociedad en la que se desarrolló y, en especial, a las instituciones a las que se dirigieron esas demandas, que han sido incapaces de eliminar ciertos privilegios de la clase política, reducir de manera relevante el desempleo, evitar los desahucios cotidianos de decenas de familias, domesticar a las entidades bancarias o potenciar una democracia más transparente y participativa.
En el plano organizativo se apremió para que el 15M se transformara en partido, y al margen de si tal cosa ocurrió, al menos en parte, tal exigencia parece asumir que la única manera de incidir en la política es adoptar esa forma organizativa, como si los partidos y las propias instituciones no hubieran dejado de ser, como diagnosticó Ulrich Beck, los únicos ámbitos donde se decide la transformación del futuro social. Los movimientos sociales pueden ser valiosos en sí mismos; primero, como resultado del ejercicio de derechos fundamentales propios de un sistema democrático –libertad de expresión, derecho de reunión y manifestación, derecho de petición,…-; segundo, como actores al servicio de la mejora de la calidad democrática de los sistemas políticos si son capaces de fomentar la participación ciudadana en los asuntos públicos, aproximar las relaciones entre gobernantes y gobernados, aportar nuevos puntos de vista a los debates políticos, dentro y fuera de las instituciones, y actuar como instrumentos de vigilancia y contrapoder en defensa del interés general.
El 15M fue una de las expresiones del renacimiento de los movimientos sociales y, con toda su heterogeneidad, contradicciones y problemas internos, ha sido un ejemplo del afán de centenares de miles de personas por independizarse del corsé que suponen unas instituciones de gobierno y unas organizaciones políticas anquilosadas y con discursos caducos, y del deseo de interactuar por medio del discurso con otras personas, experimentando así también la dificultad inherente a la toma de decisiones que nos afectan a todos. Sirvió, en suma, para recuperar la promesa de la política.