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¿Qué fue del republicanismo cívico?

Antonio Estella

En los últimos cinco meses, todos los jueves cada dos semanas, a la hora de la comida, he tenido la tremenda suerte de poder disfrutar del magisterio del Profesor Pettit, aquí en la Universidad de Princeton. En nuestros almuerzos hemos ido pasando revista a muchas cuestiones que afectan a nuestro país, a Europa y al mundo en general. Como todo el mundo sabe, Philip Pettit es el padre del republicanismo cívico moderno, y durante la época en la que Zapatero fue presidente del Gobierno, sobre todo en la primera legislatura, muchas de las iniciativas que adoptó su gobierno encontraron su fuente de inspiración precisamente en esta teoría política.

¿Hay que recuperar al republicanismo cívico como filosofía política que podría inspirar, de nuevo, a la socialdemocracia en nuestro país, y en Europa? ¿Tiene sentido hacerlo, cuando el contexto económico ha cambiado tanto? ¿Es el republicanismo cívico una teoría que solamente vale para cuando las cosas van bien, pero que es menos válida para inspirar a los actores políticos cuando no van tan bien? En lo que sigue intento responder a estos y otros interrogantes, y al hacerlo, de alguna manera reflejo algunas partes de las conversaciones que hemos tenido el Profesor Pettit y yo aquí en Princeton. Por otro lado, algunas de estas respuestas se encuentran en On People’s Terms, el último libro de Pettit que acaba de salir publicado.

Recordemos de manera breve que el republicanismo cívico de Pettit es una teoría política, o para ser más concreto, un tipo de filosofía política, que defiende una idea de libertad basada en el principio de no-dominación. La clave para entender al republicanismo se encuentra en el siguiente punto: no basta, para poder disfrutar de la libertad, con la ausencia de interferencias por parte de otros actores en la esfera de libertad de las personas, sino que lo importante es que la mera posibilidad de que dichas interferencias ocurran sea eliminada o al menos limitada. Por tanto, el foco se pone no tanto en la ocurrencia de tales interferencias, sino sobre todo en la posibilidad de que ocurran, independientemente, por tanto, de su materialización. Para ello, Pettit defiende el establecimiento de toda una serie de mecanismos institucionales, tanto públicos como privados, orientados a la generación de un sistema de pesos y contrapesos, que al menos idealmente deberían conseguir que las instituciones que ejercen el poder político no puedan hacerlo de una manera arbitraria y por tanto contraria al principio de libertad como no dominación.

Siendo esto así, me parece que hay sobre todo dos aspectos de la teoría de Pettit que siguen siendo, incluso en medio de la crisis económica que estamos viviendo, claramente recuperables para el ideario socialdemócrata, aunque, desde otra perspectiva, también entiendo que el republicanismo cívico quizá debería ser complementado con una teoría que además de poner el foco en la esfera de nuestra libertad política, lo pusiera adicionalmente en la esfera de nuestra libertad e igualdad socio-económica. Estos dos conceptos son, por un lado, el de no-dominación, y por otro, el de ciudadanía activa. Pero al darles un sesgo no solamente político, sino también socioeconómico, el resultado sería aproximadamente el siguiente.

Por un lado, con respecto a la idea de no-dominación, creo que la crisis ha puesto de manifiesto hasta qué punto la socialdemocracia ha sido muy eficaz a la hora de desarrollar una teoría muy avanzada “de lo político”, siendo sin embargo menos eficaz a la hora establecer una teoría progresista “de lo socio-económico”. Los problemas de falta de libertad como no dominación los tenemos no tanto desde la perspectiva legal o política, sino fundamentalmente, en estos momentos, en el ámbito socio-económico. Es en la economía en donde nos vemos a menudo dominados por fuerzas que escapan completamente a nuestro control y en relación con las cuales nada podemos hacer; incluso la propia capacidad de acción de los gobiernos para controlar y corregir esas oscuras fuerzas del mercado que merman nuestra libertad es a menudo muy limitada. Por tanto, el enemigo a batir no es solamente o fundamentalmente el poder político, sino el poder económico, sobre todo el de tipo transnacional, en el marco de su connivencia en muchos casos con el poder político, o al menos, en el marco de la incapacidad del poder político de poner frenos al poder económico. El punto es que la idea de dominación no solamente sigue siendo válida, sino que es fundamental, creo, situarla en el corazón de la socialdemocracia, siempre y cuando junto a su dimensión política le añadamos esta dimensión socio-económica de la que hablo.

La segunda idea que me parece fundamental es la de ciudadanía crítica y activa que defiende el republicanismo cívico. En este sentido, el desafío es cómo podemos hacer para que, por un lado, los gobiernos ganen en eficacia política, y puedan recuperar parte de la capacidad de tracción que han perdido, al mismo tiempo que la ciudadanía emerge como auténtico controlador del poder político, tanto en tiempos de crisis como en tiempos normales. Mi propuesta en este sentido sería, por tanto, descargar al poder político de parte del sistema de pesos y contrapesos institucionales que tanto reducen la eficacia de la política, compensarla con el refuerzo y la incentivación de la emergencia de una ciudadanía activa, comprometida políticamente y probablemente mucho más organizada socialmente en grupos, asociaciones, movimientos, etc., y finalmente, recuperar de manera mucho más directa el sentido original de la palabra democracia, que, recordémoslo, significa “el gobierno del pueblo”, no el gobierno por el pueblo, y ni siquiera el gobierno para el pueblo.

De manera muy sintética, concluyo pues con los siguientes puntos: 1) políticamente, el problema no se encuentra tanto en cómo limitar a los gobiernos, sino en cómo hacerlos más eficaces frente a otro tipo de poderes, sobre todo económicos. En este sentido, algunos de los aspectos del republicanismo cívico nos valen, sobre todo la parte relativa a la emergencia de una ciudadanía activa y crítica; pero probablemente otros no tanto, ya que en lugar de hacer más complejo el sistema de pesos y contrapesos institucionales que tenemos, creo que la dirección debería ser la contraria, es decir, tender hacia su simplificación; 2) La idea de no dominación es fundamental para el ideario socialdemócrata, pero no solamente en el ámbito político, sino también, y quizá de manera fundamental, en el económico; 3) desde un punto social la socialdemocracia debería de volver a poner todo su énfasis en el problema de que cada vez las sociedades son más desiguales, y en cómo solucionar esta deriva. Esto conecta directamente con el papel que queremos que tenga el Estado, que debe ser menos pasivo y mucho más activador; 4) en el ámbito económico creo que la socialdemocracia debe de situar en el centro de su ideario la idea de pre-distribución, es decir, la idea de cómo hacer que los mercados sean mucho más justos en su funcionamiento para la mayoría de las personas; y 5) finalmente, señalar que los puntos 3 y 4 están claramente conectados entre sí: si conseguimos mercados más justos, que produzcan resultados más igualitarios a la vez que eficaces, entonces el papel del estado podría reducirse en alguna medida y centrase en lo fundamental, que es la activación y dinamización de la sociedad.

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