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Una crisis de Cuidado

Berta Baquer

Desde el día que se publicó no he dejado de seguir el debate que se ha generado en torno al artículo “Why women can’t have it all” de Anne-Marie Slaughter, Professor of Politics and International Affairs en la Universidad de Princeton y ex-jefe de la oficina de Policy Planning del Departamento de Estado de EUA con Hillary Clinton (2009-2011). En España, salvo la aportación de José Ignacio Torreblanca en en su blog, poco impacto ha tenido este artículo, si bien es verdad que la realidad que plantea resulta de destacada importancia para la mujeres, pero también para la sociedad en general, ya que el problema que las mujeres “no lo pueden tener todo” no es responsabilidad únicamente de este colectivo sino que es sobre todo, una cuestión de organización social. En el fondo, nadie lo puede tener todo.

Lo interesante y el marcado éxito del que se conoce como el debate #HavingItAll es que engloba muchos temas calientes en América, pero también en todos los países europeos como son el patriarcado, la incorporación de la mujer al trabajo, las cuotas de poder y liderazgo, el equilibrio entre familia y trabajo, el reparto de tareas del hogar, en definitiva, un macro tema con un marcado componente de sexo. Una aproximación de fondo que ha salido de éste pretende entender el Cuidado, la atención, el cariño como el centro del debate, porque entiende que es un bien a preservar a nivel colectivo, no sólo relacionado con el de la mujer-madre, que conlleva un componente de responsabilidad social, también a nivel global. En este sentido, se afirma que el cuidado tiene vastas implicaciones para nuestra organización social y laboral, que afecta a los núcleos familiares, a la productividad pero también a la educación y a la (des)igualdad. En la pasada huelga general del 14N, lahuelga de cuidados también encontró su reclamo y apuntó a la importancia y al impacto del no cuidado en nuestra sociedad.

La sociólogaArlie R. Hochschild ha estudiado ampliamente el concepto de cuidado, desde la perspectiva de la sociología de las emociones. En particular, en sus libros últimos “The commercialization of Intimate Life” y “The Outsourced Self” introduce un interesante concepto llamado la economía de la gratitud, y lo explica como el intercambio o concesión de tiempo para lo que no es sólo económico-productivo. Con este concepto, la socióloga de Berkeley pretende explicar que en el ámbito del cuidado o el cariño, el mercado tiene límites, que el cuidado no sólo se compra y se vende, sino que es un bien colectivo y que se tendría que preservar. El cuidado, añade, es tiempo y el tiempo ya lo sabemos que es oro, pero es oro para lo que se ama, no sólo para producir. Asimismo, añade que el cuidado en el mercado ha sido feminizado y ha creado además la contradicción de la cadena del cuidado (del colonizador con el colonizado) o lo que también se conoce como global mothering.

A esta aproximación de la economía (global) del cuidado y cariño se añaden otras tesis socialmente y políticamente interesantes porque demuestran que la inversión en tiempo y cariño no sólo tiene buenas repercusiones “en casa” sino también tiene efectos sociales positivos. Robert Putnam por ejemplo, explica en su artículo The Long Climb from Inequality, que la desigualdad económica y el distanciamiento entre clases también pasa por comprar o no (poder) comprar tiempo. Esta misma idea es defendida por el premio nobel de economía James J. Heckman (@heckmanequation) en sus estudios sobre igualdad e intervención. En éstos se explican los efectos positivos que resultan de políticas de intervención temprana (predistribution) en núcleos familiares con niñ@s de escasos recursos. En este caso, el habla de la de la necesidad de fortalecer la Calidad Familiar, al demostrar que el “parenting” intensivo resulta ser un factor explicativo en el espectro de esta (des) igualdad de oportunidades y de la movilidad social.

A todo esto y en plena crisis económica, que nos obliga a pensar en profundidad sobre nuestra forma de vivir, destacados académicos como Richard Layard, Michael J. Sandel oSkidelsky se han sumado también a esta reflexión, dedicando libros y artículos en torno las limitaciones del mercado y la finalidad del dinero.

Así pues con el reiterado y necesario debate en torno al décalage que Anne-Marie Slaughter ha conseguido elevar en Estados Unidos referente a la compatibilidad entre su alta responsabilidad profesional con su condición de madre, surge la necesidad de reflexionar alrededor de un nuevo epicentro que no se centre sólo (aunque también) en el problema de trabajo y mujer y que trate la cuestión desde un nuevo epicentro. Este nuevo punto de partida, podría llamarse Oportunidad para el Cuidado que se podría abordar desde tres perspectivas.

Primera, plantear el término desde el punto de vista de la calidad familiarcalidad familiar. Estudios recientes, de izquierda y derecha demuestran que la posibilidad de acceder o no al intensive parenting tiene impacto en la movilidad social. Así pues, diseñar políticas para aumentar y promover la calidad de tiempo de cuidado, con un énfasis en las familias con pocos recursos económicos es un terreno a explorar.

Segunda, potenciar políticas de cuidado universales en las edades bien tempranas. Respondiendo a la necesidad de predestribuir para no tener que distribuir más tarde, el efecto de un sistema de cuidado y educativo de calidad en las edades tempranas ayudaría al proyecto de los que creen que la Oportunidad es importante para nuestras generaciones venideras.

Por último, y desde el punto de vista de la conciliación laboral y familiar, el debate del cuidado se tendría que articular en torno al horario flexible. Aprovechando las nuevas tecnologías y la necesidad de ir más allá del binomio conciliación-mujer, conseguiríamos responder mucho mejor a nuestra realidad familiar actual, con hombres y mujeres, padres y padres, madres y madres, divorciados, solteros como cabezas de familia.

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