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Una democracia hecha a la medida de los que más tienen

What democracy looks like

Pedro C. Magalhães / Besir Ceka

Artículo publicado anteriormente en LSE Europp Blog: The meaning of democracy changes for Europeans depending on their education status, income and national contextLSE Europp BlogThe meaning of democracy changes for Europeans depending on their education status, income and national context

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Cuando se pregunta sobre ello en las encuestas, la mayoría de las personas prefieren la “democracia” a cualquier otra forma de gobierno. Como dijeron Inglehart y Norris “En la última década, la democracia se ha convertido prácticamente en el único modelo político con un atractivo global.” Sin embargo, lo que no está tan claro es lo que la gente entiende realmente por democracia, ni tampoco lo que explica los diferentes significados que se atribuyen a este ideal.

Nuestro conocimiento sobre las actitudes hacia la democracia se ha profundizado en los últimos años. La Encuesta Social Europea (ESS) ofrece una gran oportunidad para investigar más el apoyo hacia la democracia. Esta encuesta incluye una lista cuidadosamente diseñada de muchas de las cosas que la “democracia” podría significar para la gente, y pide a los encuestados que las califiquen en una escala que va de “No es importante” (0) a “Muy importante para la democracia en general” (10).

De los análisis con los datos del EES realizadas por Hanspeter Kriesi, Willem Sarris y Paolo Moncagatta en el próximo libro titulado Cómo ven y evalúan la democracia los europeos (en el que también se incluye nuestra investigación) surgen tres concepciones de lo que es la democracia. La primera es una concepción democrática liberal, con dos sub-componentes: liberal (Estado de Derecho y protección individual de las libertades y los derechos de las decisiones arbitrarias por parte del Estado y de las acciones de los demás) y las elecciones (libres y justas, y otros aspectos fundamentales de formación y agregación de las preferencias). La segunda es una concepción de la justicia social, que incluye la protección de las personas contra la pobreza y la reducción de la desigualdad de ingresos entre ricos y pobres. Por último, una concepción de la democracia directa, la demanda de una voz directa en la formulación de políticas a través de la utilización de los referendos y las iniciativas.

Un análisis de los datos sugiere que, para un gran porcentaje de los europeos, la democracia significa más que simplemente “elecciones libres y justas” (Figura 1). Por ejemplo, un número considerable de los encuestados también ven la igualdad ante la ley o, en menor medida, la “rendición de cuentas horizontal” y los esfuerzos para proteger a los ciudadanos contra la pobreza, como “condiciones necesarias” para la democracia.

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¿Cómo se explica esta variación en la intensidad con la que las personas adoptan diferentes concepciones de la democracia? Nuestros análisis muestran, por un lado, que la mayor parte de la varianza en nuestras escalas (aproximadamente 90%) se puede atribuir a las diferencias entre los individuos, no entre los países. De hecho, la experiencia democrática de un país medida en número de años, su experiencia en el uso de referéndums, hasta qué punto un país redistribuye entre ricos y pobres o incluso los efectos de la Gran Recesión son todos factores que no explican apenas la diferencia econtrada entre individuos.

De hecho, nuestros resultados muestran que el grado en que los individuos hacen hincapié en una u otra concepción de la democracia está fundamentalmente estructurado por el estatus social del que gozan en sus sociedades. Es decir, en línea con la teoría de la dominación social, los individuos de alto estatus -tanto en términos de ingresos como de nivel educativo- son más propensos a abrazar las concepciones que son consistentes con el status quo político en sus países, por un lado, y a abstenerse de las concepciones de democracia que pueden constituir un reto para que el estatus quo, por el otro.

Tomemos las opiniones democráticas liberales. Como podemos ver en la Figura 2, en sociedades con una mayor experiencia como democracias liberales, entendido por el número de años que un país ha sido una democracia (sobre la base de medidas de Polity IV), las personas de mayor estatus tienden a adjudicar significativamente mayor importancia a los componentes democrático liberales de la democracia que los de menor estatus. Sin embargo, en los países donde está menos instaurada la democracia o incluso nunca ha echado raíces, tal diferencia desaparece. De hecho, cuando medimos el estatus en términos de la educación familiar, la relación es en realidad al revés: las personas de mayor estatus son menos propensos a enfatizar los aspectos democrático-liberales de la democracia que los individuos de menor estatus.

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En otras palabras, la idea generalizada de que los individuos con mayores recursos materiales y cognitivos tienen más probabilidades de mantener las instituciones que permiten la libertad de elección es sólo cierta en algunos contextos. Los individuos con un estatus social más alto son más propensos a considerar las instituciones democráticas liberales como más importantes que las personas de menor estatus. Pero esto sólo es así cuando estas instituciones resultan ser del status quo establecido. Si no, su concepción “liberal democrática” de la democracia no es más firme que la de los individuos de menor estatus.

Un patrón similar se desprende del análisis de la importancia asignada a la democracia directa. El grado en que los individuos de alto y bajo estatus social ven la “democracia directa” como una parte muy importante de la democracia parece depender de la disponibilidad real de los instrumentos de democracia directa y su uso real en diferentes países, como se recoge en el Índice de Democracia Directa. En aquellos contextos en los que la democracia directa está altamente institucionalizada, los individuos de alto y bajo estatus son indistinguibles en la cantidad de democracia directa que exigen. Sin embargo, lo que resulta interesante es que en los países donde las instituciones de democracia directa están menos institucionalizadas, o no existen, las personas de mayor estatus resultan ser menos propensas que las de menor estatus para entender la democracia como algo que debe incluir referendos e iniciativas. Una vez más, los miembros de los grupos socialmente dominantes no muestran una mayor inclinación a ver la democracia en términos de instituciones que aumentan las oportunidades de participación y elección. O al menos no lo hacen cuando esas instituciones representan un desafío al status quo.

Por último, ¿quién ve como muy importante para la democracia la justicia social y la redistribución? Obviamente, tal comprensión debe ser más frecuente entre las personas de menor estatus. Como Sidanius et al. argumentan, “el compromiso con la igualdad es probable que esté relacionada con el estatus social del propio grupo. Los miembros de los grupos dominantes que son más resistentes a la redistribución de los recursos.” Sin embargo, esto también puede depender de la medida a la que los regímenes de bienestar, impuestos y transferencias favorecen tal redistribución. Cuando no lo hacen, debemos esperar que los individuos de alto estatus pasen a ser aún más reacios a abrazar una visión de la “democracia” como de justicia social, que en este contexto podría comprender un cambio significativo en el status quo.

Hemos estimado la diferencia entre los grupos de alto y de bajo nivel en la medida en que ven la protección contra la pobreza y la redistribución de ricos a pobres como aspectos centrales de la democracia, pero esta vez relacionándolo con el nivel de redistribución de la renta real en sus países (la diferencia entre los índices de Gini brutos y netos, en Solt 2009). Aunque la evidencia de un efecto de interacción no es tan fuerte como en los análisis anteriores, los individuos de mayores ingresos tienen menos probabilidades de hacer hincapié en la justicia social que los de ingresos más bajos cuando el nivel de redistribución del ingreso es muy bajo, mientras que en países con una alta redistribución -como Suecia o Dinamarca- la diferencia no es significativa. Una vez más, la relación entre el estatus social y la comprensión de la democracia depende de lo que pase a ser status quo.

Diferentes concepciones de la democracia implican diferentes instituciones y prácticas, que a su vez tienen consecuencias distributivas, provocando que algunas personas estén relativamente más acomodadas y algunas personas en peor situación. No parece haber ninguna relación universal positiva entre la prosperidad y la autonomía cognitiva, por un lado, y una mayor comprensión de la democracia en términos de los derechos democráticos liberales y procedimientos, por el otro. En cambio, lo que vemos es que los que tienen posiciones sociales dominantes en la sociedad, son más propensos a abrazar las concepciones de la democracia que son consistentes con el status quo político. Los significados que los ciudadanos dan a la democracia reflejan conflictos sociales sobre el diseño adecuado de las instituciones y políticas, con las implicaciones que ello conlleva para las bases/los cimientos del privilegio en cualquier sociedad.

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