Los escraches: una tradición con dos mil quinientos años
“Se hacía en voz alta y con una especie de canción para que se escuchara desde lejos, y acarreaba el escándalo, porque se consideraba que había una buena razón para ello”
El escrache o acoso a las viviendas de los políticos se ha convertido en una de las palabras de moda. Su legalidad o no, las modalidades de su organización y expresión se han convertido en temas de debate público. Sin embargo, el origen de esta práctica no se encuentra sólo en la Argentina de la crisis. La frase que abre este escrito fue redactada hace más de mil ochocientos años por un gramático romano llamado Pompeyo Festo. Prácticas similares tenían lugar en Roma durante la República, sobre todo entre los siglos V y I antes de nuestra era.
Estas costumbres se encuadraban dentro de la categoría de justicia popular, que contemplaba modalidades más amplias, incluidos el linchamiento y la lapidación. Sin llegar a eso, la occentatio, flagitatio o cánticos persecutorios tenían lugar especialmente cuando no se conseguía justicia de ningún otro modo. Espoleados por la persona agraviada, los vecinos se reunían y acosaban a la persona que hubiera cometido el delito no castigado.
Dichos cánticos tenían una estructura clara: debían mencionar un nombre (para que la comunidad pudiera identificar a quién se estaba vituperando) y además debían ser realizados en voz alta y causando escándalo. Habitualmente se intercambiaban graves insultos, que solían ser respondidos por la parte contraria. El poeta Catulo (siglo I de nuestra era) emplea esta práctica cuando intenta recuperar unos poemas suyos de una prostituta, que se niega a entregárselos: “Puta asquerosa, devuelve los escritos, devuelve, asquerosa puta, los escritos” (Catulo, poema 42, traducción Antonio Ramírez de Verger).
Esta práctica podía ser empleada en varias circunstancias. Si un adversario se negaba a aparecer en juicio, podía ser perseguido por la persona que lo había acusado, que le gritaba insultos regularmente en la puerta de su casa. Asimismo, un acreedor que no cobrara podía ponerse a gritar a la puerta de la casa del deudor: “¡devuélveme la deuda!”, como aparece en la obra de teatro “Mostellaria o la casa encantada” de Plauto. Finalmente, en el siglo I antes de nuestra era, opositores a ciertos políticos romanos organizarán este tipo de cantinelas delante de sus casas, para expresar su disconformidad con sus ideas políticas.
Habitualmente, estos cánticos tenían lugar delante de la casa de la persona que había cometido el agravio. Y esto no es casualidad que se repita en los escraches del siglo XXI: la casa no es sólo donde se centra la vida privada de las personas, sino también un símbolo de ellos mismos, un refugio ante las agresiones del exterior que ahora se les niega. Además, tanto en la Roma antigua como ahora, las cantinelas señalaban a los vecinos que la persona que allí vivía constituía una amenaza para la comunidad y que debía ser identificada por su entorno más cercano como tal. Sin embargo, a menudo, las cantinelas también tenían lugar en la calle o en el centro de la ciudad.
En ocasiones, los romanos llegaban a acumular carbones delante de la puerta de la casa, con la intención de simbolizar su incendio. En algunos casos, se llegaba a quemar sólo la puerta. Sólo en ocasiones excepcionales, como en el momento de las violentas luchas políticas de la década de los 50 antes de nuestra era, se llegarían a quemar las casas de varios políticos importantes. Incluso tras el asesinato de César, parte del pueblo corrió a las casas de los asesinos, con la intención de prenderles fuego, pero los criados les hicieron desistir.
Las cantinelas y el acoso vecinal delante de las casas pueden recordar a empresas como el cobrador del frac, que se dedican a conseguir que morosos paguen sus deudas por medio de la vergüenza pública. Sin embargo, esto no es así. El cobrador del frac es un negocio que se dedica a la recompra de deudas. Tanto la occentatio romana como los escraches actuales pueden ser entendidos como una válvula de escape. A lo largo de la historia, en momentos en que la justicia no podía o no quería dar solución a ciertos problemas que acuciaban al pueblo, la justicia popular ha echado mano de este tipo de actuaciones para intentar solventar la situación.
Sin embargo, el crítico literario Mijail Bajtín sugirió que este tipo de ocasiones podrían verse concebidas no como una válvula de escape, sino como un medio por el cual el poder otorgaba un espacio controlado en el que los oprimidos podían dar rienda suelta a sus frustraciones y, luego, volver a sus casas y a su vida cotidiana. En el caso de España en 2013, sólo la evolución de la situación podrá determinar si nos encontramos ante una válvula de escape de larga tradición con resultados efectivos o simplemente ante una forma infructuosa de lograr una solución al problema de los desahucios, mientras se desvía la atención, con discusiones sobre distancias y multas, del verdadero problema: una legislación injusta.