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Muerte de un trabajador

Pinturas viejas y materiales de desecho, que se almacenaban en los lugares de alojamiento de trabajadores en Qatar, octubre de 2012 © Shaival Dalal

Andrew Richards

El 7 de febrero de 2014, Antônio José Pita Martins murió en el trabajo. Con 55 años, se convirtió en el tercer trabajador en morir durante la construcción del estadio de fútbol de Manaus, en Brasil. A ellos hay que sumar otros tres trabajadores muertos en los estadios en construcción en Sao Paulo y Brasilia para el Mundial que se celebrará el próximo verano. Sin embargo, estas estadísticas deplorables palidecen en comparación con las de Catar, sede del torneo en 2022. El 24 de enero de 2014, The Guardian informó que 185 trabajadores nepaleses de la construcción murieron tan sólo en 2013 como consecuencia de las pésimas condiciones de trabajo, similares a la esclavitud. La Confederación Sindical Internacional (CSI) ha pintado un panorama aún más horrendo. Dada la necesidad de Qatar de captar entre 500.000 y un millón de trabajadores adicionales de Nepal, India y otros países del sur de Asia y África para completar sus preparativos para 2022, la CSI ha advertido de que, con las tasas de mortalidad actuales, más de 4.000 trabajadores se arriesgan a perder su vida “antes de que la pelota empiece a rodar” en 2022.

Los preparativos para el evento deportivo más importante del mundo, obviamente, generan publicidad, y en parte es por ello que organizaciones como la CSI o Amnistía Internacional están poniendo de relieve el sufrimiento que supone. Sin embargo, este sufrimiento representa sólo la punta de un enorme iceberg en comparación con las condiciones de trabajo deplorables y las muertes sufridas por millones de trabajadores en todo el mundo, especialmente en los países en desarrollo. En septiembre de 2005, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) informó que aproximadamente 2,2 millones de personas mueren a causa de accidentes y enfermedades relacionados con el trabajo cada año. Y añadió que esta cifra probablemente sea una subestimación debido a la mala presentación de informes y sistemas de cobertura en muchos países en desarrollo. Por ejemplo, en 2005 la India informó tan sólo de 222 accidentes mortales en el lugar de trabajo, mientras que la República Checa, con una población activa que representa aproximadamente el 1% de la de la India, informó de 231. Es por ello que la OIT estima que el número real de accidentes mortales en la India asciende a 40.000.

Estas cifras tan altas de mortalidad son una muestra de las débiles o inexistentes protecciones para muchos trabajadores en la mayoría de los países en desarrollo. Ciertas actividades económicas presentes tanto en los países industrializados como en los países en desarrollo, como la minería y la construcción, son inherentemente peligrosas, pero las tasas de mortalidad en estos sectores son mucho más altas para los trabajadores del mundo en desarrollo. Al mismo tiempo, hay sectores económicos que se han concentrado en gran medida en el mundo en desarrollo - por ejemplo, la producción textil en el sur y el sudeste de Asia- que son conocidos por sus regímenes laborales brutales y peligrosos, con horas de trabajo excesivas, salarios bajos y el uso de trabajo infantil. En Bangladesh, por ejemplo, la industria del vestido tiene un valor de 20.000 millones dólares, emplea a 4 millones de trabajadores y representa el 80 % de las exportaciones del país. Sin embargo, los 1.129 trabajadores que murieron cuando la fábrica Rana Plaza se derrumbó encima de ellos el 24 de abril de 2013 ganaban 38’50 dólares al mes.

Estos sectores son también conocidos por su represión de los sindicatos. Aunque la Derecha se dedica a ridiculizar a los sindicatos por ser instituciones anticuadas que obstruyen el funcionamiento del capitalismo global, al final son los sindicatos los únicos capaces de garantizar el bienestar económico y físico de los trabajadores. Precisamente por esta razón los sindicatos y los sindicalistas son reprimidos y perseguidos en gran parte del mundo en desarrollo, tanto por empresas multinacionales como nacionales, a menudo en connivencia con los gobiernos, desesperados por atraer la inversión extranjera a través de la presencia de un amplio suministro de mano de obra barata.

Desde 2006, la CSI ha monitoreado la violación global de los derechos sindicales. Mientras que el poder de los sindicatos en los países industrializados ha disminuido en general en las últimas décadas, esta disminución no es nada en comparación con la situación desesperada de los dirigentes sindicales y sindicalistas en gran parte del mundo en desarrollo. Por ejemplo, 18 sindicalistas fueron asesinados en Colombia en 2012; 21 trabajadores camboyanos permanecen en la cárcel por participar en huelgas en enero de 2014; 91 miembros del sindicato turco KESK fueron detenidos en junio de 2013. En términos de represión global, Guatemala, notorio por sus regímenes laborales feroces en la producción de plátanos y otras frutas, se ha convertido en el país más peligroso del mundo para los sindicalistas. Desde 2007, al menos 53 líderes sindicales y representantes han sido asesinados, además de innumerables actos de intento de asesinato, tortura, secuestros y amenazas de muerte sufridas por otros. Una de las víctimas más recientes del país, Marlon Dagoberto Vásquez López, activista y miembro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Construcción y Servicios de Guatemala, tenía tan solo diecinueve años.

De vuelta en Manaus, el ministro de Deportes de Brasil ofreció sus condolencias a la familia de Antonio José Pita Martins. Sin embargo, con la protección adecuada en un lugar de trabajo cuyos inherentes peligros se han exacerbado, como en todas partes, por los vastos intereses comerciales en juego, habría vivido para disfrutar de los frutos de su trabajo.

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