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Gobiernos (Ir)responsables

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Guillem Vidal

La era de la democracia de partidos ha llegado a su fin. Así comienza uno de los libros póstumos del maestro Peter Mair titulado ‘Gobernando el Vacío’ (Ruling the Void, 2012). Ruling the Void, 2012A través de un viaje empírico sobre los cambios en las múltiples dimensiones del comportamiento político, el autor vaticina el progresivo desfallecimiento del modelo occidental de democracia Europeo. Los síntomas resultan, si más no, convincentes.

La desconexión entre los partidos políticos y la ciudadanía ha llegado a niveles extraordinarios. La claras líneas ideológicas que los partidos políticos representaban, y que antaño abarcaban marcadas circunscripciones, se han difuminado. Los ciudadanos nos hemos convertido en votantes amorfos reticentes al compromiso que supone la afiliación partidista. De actores principales, los partidos políticos han pasado a ser gigantes con pies de barro incapaces de sustentar la democracia en su forma actual.

La situación resulta paradójica. El abrumador descontento con el funcionamiento democrático y los bajísimos niveles de confianza en las instituciones políticas, especialmente marcados en los países del sur de Europa, contrastan con los altos niveles de apoyo que goza la democracia como régimen político. Dicho de otro modo, lo que está en duda no es la democracia en sí, sino el ejercicio de ésta: democracia sí, pero no así.

Este fenómeno parece ahondar sus raíces en la perdida de capacidad de respuesta política, o ‘responsiveness’ en el termino anglosajón, que se refiere a la (in)capacidad de los gobiernos en responder a los intereses de la ciudadanía. Tanto la globalización como el reto de la integración Europea han traído consigo una serie de nuevos desafíos que desde el inicio de la Gran Recesión en 2008 han situado a muchos gobiernos en una encrucijada. Por un lado, nuestros representantes tienen el deber de gobernar acorde con los intereses de los ciudadanos. Por otro, deben actuar de forma responsable ante los compromisos con agentes externos como organizaciones internacionales o agencias de crédito. Si bien los gobiernos democráticos siempre han tenido que lidiar con intereses contrapuestos, el problema acontece cuando satisfacer ambos resulta en una tarea irreconciliable.

En el caso de los países del sur de Europa, este conflicto de intereses que Mair acuña como el dilema entre ‘responsiveness’ y ‘responsibility’, ha sido particularmente pronunciado. Los gobiernos Españoles, al igual que los Griegos, Italianos y Portugueses, actuaron de forma ‘responsable’ hacia agentes externos al implantar las medidas de austeridad prescritas por la Troika, por ello sacrificando la defensa del interés público. La creciente incompatibilidad de satisfacer ambos conjuntos de intereses –de los ciudadanos y de agentes externos- ha sido evidente en repetidas ocasiones, independientemente del color ideológico del partido gobernante.

Ante tal escenario, tanto la competencia entre partidos políticos como las elecciones parecen perder significado. ¿Qué sentido tiene acudir a las urnas si no hay alternativa? El resultado es una democracia electoral alejada de la ciudadanía que provoca, en tiempos de bonanza, indiferencia, y en tiempos de escasez, indignación. E ahí los famosos eslóganes ‘No nos representan’ o ‘PSOE y PP la misma mierda es’.

El Síndrome de Tocqueville adquiere especial relevancia en este contexto: 'la casta' es incapaz de justificar sus privilegios en la medida que cumplen cada vez menos funciones importantes. No es sorprendente, por lo tanto, que surjan nuevos movimientos sociales y partidos políticos reclamando recuperar la perdida soberanía popular o responsiveness. Muchos de ellos, bien se identifiquen con un lado u otro del espectro ideológico, abogan por reemplazar el modelo actual por un una democracia más directa y participativa que priorice el empoderamiento de la voluntad popular.

El mensaje que comparten cruza fronteras y océanos: las elites económicas y políticas han secuestrado la democracia, y nosotros, los verdaderos representantes del pueblo, vamos a rescatarla. Si bien en ocasiones este tipo de discursos han acabado por sofocar libertades características de las democracias liberales, estos partidos resultan atractivos en cuanto apelan a uno de los problemas fundamentales del modelo actual de forma sencilla y directa a través de la búsqueda de un enemigo claramente identificable, ya sea interno (partidos políticos, la corrupción, la casta…) o externo (la Unión Europea, la inmigración…).

Las democracias del Sur de Europa se enfrentan ante un grave problema de representatividad agravado por la crisis económica. Gobiernos de todos colores se han visto forzados a actuar conforme a las demandas de la Troika claramente en contra del interés publico. El resultado es la apertura de un nuevo espacio político para nuevos partidos y movimientos que prometen la recuperación de la soberanía popular y todavía gozan de la credibilidad que otorga su novedad. Queda por ver, sin embargo, cómo se llenan estos vacíos, y sobretodo, de que substancia.

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