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Escapar de la ratonera reestructurando la deuda

Deuda pública

Javier López

La ratonera: el Euro y la austeridad

Al traspasar la soberanía monetaria, con la adhesión a la moneda comunitaria, infravaloramos sus consecuencias. El disfuncional diseño institucional del Euro ha dejado en la mínima expresión el margen de maniobra de los gobiernos nacionales y ha abierto la herida de la crisis de la deuda soberana. Pero a su vez está actuando como una jaula monetaria para el sur de Europa.

Taponar la herida sólo es posible con una acción clara y contundente de las instituciones europeas monetarias para que se comporten como tales: mutualización de la deuda (eurobonos), monetarizarla y salvaguardarla (protección del BCE) y diseñar un efectivo mecanismo de cooperación bancaria que proteja a los países con dificultades.

La política monetaria contempla además otras opciones. Podemos aplicar un agresivo shock monetario-fiscal. Imprimir billetes y regar la demanda con inversiones productivas provocando la devaluación de la moneda y un aumento de las exportaciones. Crearía empleo y sería una palanca para el crecimiento. Asumiríamos, eso sí, el coste de la inflación. En Japón ya funciona la fórmula.

Pero para esperar que se hagan los cambios institucionales necesarios o una proactiva y expansiva política monetaria deberíamos presuponer vida inteligente en el eje Frankfurt/Berlín/Bruselas.

Frente a estas opciones, ¿cuál es nuestra estrategia para salir del hoyo? Cavar más hondo. Una política presupuestaria agresivamente restrictiva (austeridad) y una devaluación interna en forma de bajada generalizada de salarios para ganar competitividad. Subestimando los efectos multiplicadores del gasto público y replegando el consumo interno con la devaluación, hemos situado la demanda en caída libre. En consecuencia, se agrava la recesión. Aumenta el paro, son necesarios mayores estabilizadores automáticos, más déficit, se hace inevitable una nueva dosis de austeridad, y volvemos a la casilla de salida.

La bola de nieve: la deuda

Cuando se abrió la herida de la crisis del Euro, España llevaba ya cinco años con un cuadro macroeconómico propio de una depresión; prolongadas tasas de paro y recesión. Un crecimiento desequilibrado cimentado en la barra libre de crédito y el boom inmobiliario nos ha llevado a la actual situación dejando a su paso ingentes tasas de deuda.

Si bien es cierto que nuestra deuda pública ha escalado hasta más del 85% del PIB tras el rescate al sistema financiero (desde un 36,30% en el 2007) nuestro gran problema sigue siendo la deuda privada. Actualmente la deuda total (pública más privada) en España supera el 400% del PIB. ¡El 400%!

Esta ingente deuda privada se formó especialmente en el periodo 2002-2007, pasó de los casi 1,2 billones de euros (159% del PIB) en 2002 a los 3,3 billones de euros (311%) en 2007. La principal causa, una burbuja de crédito fácil y barato provocada por el BCE. Las grandes constructoras, por ejemplo, retienen una deuda de 40.000 millones de euros, el equivalente a todo el rescate bancario europeo a España.

Los datos son muy claros. La deuda pública era mínima antes de la crisis y ésta ha provocado una transferencia continuada de deuda privada a pública. Es inconcebible ver como algunos analistas continúan culpando a la deuda pública de nuestros males económicos. Ésta es una consecuencia de la crisis, no su causa.

Esta enorme bola de deuda privada, combinación de familias y empresas, está machacando nuestra economía. Los esfuerzos de desapalancamiento están siendo inútiles. Es imposible asumirla en estas condiciones. España no es una potencia exportadora, tenemos una balanza comercial negativa. Y no parece que eso cambie de forma drástica sin tener la carta de la devaluación. Tampoco podemos hacer incentivos públicos (nacionales) con el déficit actual y con necesidades de consolidación fiscal (¡que deberíamos de relajar!).

En consecuencia, si descartamos por improbable el Plan Abe Europeo, el consumo interno y la inversión son las herramientas que pueden hacer recuperar, de forma más sostenible y equilibrada, la economía española. Pero esto, con la losa de la deuda encima es literalmente imposible.

Reestructurar el presente para tener futuro

¿Cómo solucionamos nuestro problema de deuda privada? Existen dos mecanismos. Uno, una elevada inflación durante algunos años. La inflación no hace disminuir el valor nominal de la deuda pero sí el real. Esto es imposible con una economía deprimida y sin voluntad de ejercer una política monetaria expansiva. Es más, es incluso posible tener deflación (bajada de precios).

Dos, reestructurando la deuda. Eliminando parte (con una quita) y haciéndola digerible. La deuda privada principalmente se basa en el mercado inmobiliario y su burbuja. ¿Y si quisiéramos reestructurar la deuda de forma justa y con impacto en la economía real? Podemos hacer una quita al sistema hipotecario que actualice las deudas contraídas al valor actual de los inmuebles. Las hipotecas y su terrible impacto social están en el centro del debate público pero también podrían ser una herramienta para generalizar una reestructuración.

¿Imaginativo? Sí, pero no tanto. Islandia en febrero de 2012 lo hizo. Actualizaron las hipotecas hasta un tope del 110% del valor actual de los inmuebles. Una operación muy razonable. Roosevelt durante la gran depresión, una situación con muchas similitudes a la actual, desarrolló un mecanismo de refinanciación de deuda y reestructuración del sistema hipotecario con la Home Owners’ Loan Corporation mediante la Homeowners Refinancing Act. Ayudó a alargar los plazos, estabilizar al sistema bancario y al mercado de bienes raíces.

Por otro lado, los inversores que inyectaron esas grandes cantidades de dinero de forma bochornosamente insensata en el periodo 2002-07 deben de ver ejecutado parte de los riesgos en los que incurrieron. Los activos inmobiliarios valen un 70% menos que en 2007. Es inconcebible y dañino que la deuda ligada a estos continúe intacta. El crash en el sector ha disparado los impagos, la tasa de morosidad agregada es del 19,35. Es preferible tener una deuda racional y bien estructurada que una mayor que no se vaya a pagar.

Una reducción de la deuda hipotecaria sería justa y permitiría tras la inyección al sistema bancario repartir la “ayuda” y aumentaría el poder adquisitivo y el consumo. Combinado con tipos de interés negativos, notablemente menores a la inflación, que penalizaran la no movilización de los recursos e incentivaran la inversión pondrían en circulación el capital suficiente para reactivar la economía y aumentar ingresos y gasto del estado. Y si nos lo proponemos, transformar nuestra economía caminando hacia un crecimiento equilibrado y con mejores cimientos.

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