El papel de los europartidos
La Unión Europea (UE) no es un espacio demasiado idóneo para los partidos políticos ya que no se rige por la lógica mayoría de gobierno/minoría de oposición, a la vez que ni existen un electorado europeo ni una verdadera opinión pública supranacional. La UE funciona de acuerdo con el método comunitario que busca como regla el máximo consenso posible y procura rehuir votaciones divisivas, aunque cada vez hay más votaciones por mayoría cualificada en las materias comunes.
Si se aspira a una genuina unión política, el papel de los partidos debería incrementarse y ya hay síntomas de ello: las viejas federaciones internacionales de partidos (de hecho, confederaciones) se han formalizado como Europartidos, sobre todo porque el Parlamento Europeo (PE) tiene más poderes que antes. Ha aumentado la disciplina parlamentaria (aunque los “intereses nacionales” a veces la rompan) y los Europartidos son más cohesivos. Las coincidencias suelen ser mayores en asuntos que dividen a la derecha de la izquierda mientras que, en cambio, son menores en el eje supranacionalidad/ intergubernamentalismo. En efecto, la UE no deja de ser un club de Estados reacios a seguir cediendo ilimitadamente espacios de soberanía nacional y esto explica que la integración política sea tan complicada.
El sistema europeo de partidos es de multipartidismo acentuado (existen unos 170 partidos nacionales en el PE) y confuso por su alta heterogeneidad. Con todo, los partidos nacionales actúan hoy en el seno de siete grupos parlamentarios, la gran mayoría de ellos configurados ya como Europartidos. Algunos de ellos son ya bastante cohesivos (Populares, Socialistas, Liberales, Verdes, Izquierda), mientras que otros están más atrasados (Nacionalistas, Conservadores), a la vez que la familia ideológica de las derechas radicales populistas no se ha articulado como Europartido probablemente por sus pulsiones ultranacionalistas que dificultan tal desenlace.
En el eje socio-económico, al margen de la derecha radical populista, las posiciones más favorables al libre mercado están representadas por Populares y, sobre todo, Liberales, toda vez que Socialistas, Verdes y Nacionalistas son favorables a más regulaciones y prestaciones sociales, situándose la Izquierda en las posiciones más partidarias del intervencionismo público, un escenario muy previsible a priori. En cambio, en el eje supranacionalidad/ intergubernamentalismo es interesante constatar algunos cambios transversales ya que, Populares y Nacionalistas tienen ciertas reservas a la hora de ceder competencias políticas a la UE y los Socialistas bastantes menos, mientras que los Liberales y, sobre todo, los Verdes son mucho más favorables a la federalización comunitaria. La Izquierda podría aceptar un desenlace federal, pero con muchas condiciones pues preconiza “otra” Europa sin neoliberalismo y sin su actual “déficit democrático”, a juicio de esta opción. Ni qué decir tiene que la derecha radical populista tiene concepciones proteccionistas del mercado, de reserva de las prestaciones sociales a los autóctonos y de rotundo rechazo de la unión política por atentar, a su juicio, contra las “verdaderas” patrias europeas.
La política de partidos en el PE pivota alrededor de un sistema triangular (Populares, Socialistas y Liberales) que forman el “bloque central” y que domina lo esencial (cargos, agenda, recursos) en tal institución. En todo caso, los Europartidos no pueden equipararse a los partidos nacionales y tienen menores posibilidades de expansión porque no existen ni un Gobierno europeo ni un pueblo europeos y porque las elecciones europeas son consideradas, de hecho, de segundo orden por élites y ciudadanos, de ahí la habitual tan alta abstención.
A los Europartidos les falta visibilidad: no concurren como tales a las elecciones y los medios de comunicación los ignoran. Los europarlamentarios se deben a sus partidos nacionales y no a los Europartidos, de ahí que- en caso de conflicto interno- opten siempre por aquellos. En definitiva, los Europartidos son laxas coordinadoras descentralizadas de partidos nacionales, con estrategias poco perfiladas, con manifiestos muy genéricos y sin liderazgos claros. Además, funcionan de modo discontinuo, hiperconsensual (lo que aplaza decisiones polémicas), carecen de poder ejecutivo sobre los partidos nacionales, no determinan las carreras profesionales de los políticos y carecen de militancia directa.
A pesar de todo, hay elementos potenciales que pueden permitir su desarrollo futuro: los Europartidos elaboran manifiestos comunes, intercambian informaciones, celebran conferencias, disponen de reglamentos internos, reciben financiación comunitaria y gozan de reconocimiento normativo.
Las claves para consolidar y ampliar la influencia de los Europartidos serían la reforma institucional para encaminar la UE hacia un sistema con una división de poderes más parecida a la de los Estados nacionales y, sobre todo, la movilización de la opinión pública para interesar a la ciudadanía en la participación política en asuntos comunitarios. Por tanto, habría que combinar el aumento de competencias del PE y la ampliación de las votaciones por mayoría a todo tipo de materias sin exclusiones, a la vez que tomarse en serio la voz de los ciudadanos si no se quiere que el euroescepticismo acabe dominando la escena política de la UE. Para ello, los Europartidos tendrían que hacer mucho más diferenciada que ahora su oferta ideológica y confrontarse también mucho más sobre proyectos diferentes de construcción europea y de sus políticas públicas.
En suma, la mera reforma institucional no basta (algo que algunos políticos parecen no ver), ya que la clave es asumir la necesaria complicidad social para que el proyecto europeo funcione y, tal vez, pueda culminar en una verdadera unión política supranacional.