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“Nuestro modelo económico se basa en una imagen equivocada del ser humano”
Yochai Benkler, autor de La riqueza de las redes (Icaria), lleva más de dos décadas estudiando Internet e investigando el papel de la información en abierto y la producción colaborativa y descentralizada en una economía y una sociedad conectadas. Pronto se dio cuenta del potencial de la producción colaborativa online, de las que han surgido iniciativas como la Wikipedia o el sistema Linux, para generar una nueva lógica económica. Benkler, jurista experto en emprendimiento, trabaja en una visión económica que va más allá de la simple oposición entre Estado y mercado libre. El profesor de Harvard habla de una auténtica disrupción, de una revolución cultural global. “Al contrario de lo que nos quiere hacer creer, la ideología neoliberal, la propiedad privada, las patentes y el libre mercado no son los únicos pilares donde sostener con eficacia una sociedad. La producción entre iguales basada en el procomún nos ofrece hoy una alternativa económica coherente”, remarca.
Usted asegura que la crisis financiera demostró hasta qué punto la economía neoliberal no funciona. ¿Cuál es la alternativa?
En los dos países en el mundo donde la visión neoliberal de la economía y de la sociedad ha predominado más desde los ochenta, Estados Unidos y Reino Unido, vemos que la desigualdad ha aumentado enormemente. El resultado es conocido: Trump y el Brexit. Su nacionalismo económico viene a rechazar de plano el relato que tradicionalmente vendía el centro, tanto centroderecha como centroizquierda, sobre la organización de la economía. Defienden un orden económico basado en una liberalización sistemática que beneficia a una minoría muy pequeña y que pone el afán de beneficio como el principio fundamental. La visión de los dos candidatos de izquierda, Bernie Sanders en EEUU y Jeremy Corbyn en Reino Unido, retoma un papel más importante para el Estado… incluso abierta a nacionalizaciones en el caso de Corbyn. Por tanto, surge como rechazo al sistema existente quien propone soluciones desde un nacionalismo económico con odio hacia las minorías, como es el caso de Trump y el partido UKIP en el Reino Unido, hasta socialismo de la “vieja escuela”. Este contraste es muy fuerte en el mundo anglosajón, y en otros países, más matizado.
Es la eterna discusión sobre quién organiza mejor la economía: el estado o el mercado…
Ambas visiones sobre nuestro modelo económico se basan en la idea de que las personas son seres racionales que persiguen su propio interés. Esta idea se remonta a la filosofía política de Thomas Hobbes y Adam Smith. Es una idea antiguada y equivocada. Tenemos que revisar y reescribir todo nuestro sistema económico de acuerdo con nuevas reglas. La investigación de las últimas décadas en ciencias sociales, biología, antropología, genética y psicología muestra que la gente tiende a cooperar más de lo que pensábamos. Por lo tanto, es importante que diseñemos sistemas que impulsen valores como la colaboración. Muchos de los sistemas sociales y económicos existentes, desde las empresas jerárquicas hasta la escuela, usan mecanismos de control y se basan en sanciones o recompensas. Sin embargo, las personas se sienten mucho más motivadas cuando viven en un sistema comprometido, en el que existe una cultura de comunicación clara y donde comparten objetivos comunes. Las organizaciones que estimulan nuestros sentimientos de generosidad y cooperación son mucho más eficientes que las asumen que nos movemos sólo por interés propio.
¿Y esta idea cómo se puede aplicar a la macroeconomía?
A lo largo de la última década han surgido nuevas formas de producción creativa a través de Internet. Son formas que no están controladas ni por el mercado ni por el Estado. El software de código abierto como Linux, la Wikipedia, las licencias Creative Commons, diversos medios de comunicación social y numerosas asociaciones en la Red han creado una nueva cultura de cooperación que hace diez años nadie hubiera considerado posible. No son un fenómeno marginal, sino la vanguardia de las nuevas tendencias sociales y económicas. No se basan en la propiedad privada y las patentes, sino en la cooperación libre y voluntaria entre individuos interconectados por todo el mundo. Es una forma de bien común adaptada al siglo XXI: son bienes comunes digitales.
¿Por qué es eso tan revolucionario?
Basta con tomar el ejemplo de la licencia Creative Commons, que permite compartir el conocimiento y la información bajo ciertas condiciones. Es un sistema flexible que considera el conocimiento como un bien común al cual otros pueden contribuir. Es algo fundamentalmente diferente de la filosofía que hay detrás de los derechos de autor. Demuestra que la gestión colectiva del conocimiento y la información no sólo es posible, sino que también es más eficiente y conduce a mucha más creatividad que cuando está capturada en licencias privadas. Después de la caída del comunismo, muchos pensaron que los modelos que parten de una organización colectiva conducirían necesariamente a ineficiencia y tragedia. Este análisis explica la desregulación y privatización de la economía desde entonces, cuyos efectos hemos visto en la crisis de 2008. La nueva cultura de cooperación global abre una nueva gama de posibilidades. La economía del procomún nos ofrece hoy una alternativa coherente a la ideología neoliberal, que resulta ser un callejón sin salida.
¿Qué es este modelo de gestión procomún?
La producción y la gestión entre iguales tienen siglos de antigüedad, pero como tradición intelectual consistente nace con Elinor Ostrom, ganadora del Premio Nobel de Economía. Ostrom demostró que cuando los ciudadanos gestionan infraestructuras y recursos compartidos como un espacio común, a menudo en consulta con las instituciones públicas, ello conduce a un modelo sostenible, tanto ecológico como económico. Igualmente, el modelo de gestión procomún es capaz de integrar la diversidad, el conocimiento y la riqueza de la comunidad local. Es capaz de tener en cuenta la complejidad de las motivaciones y compromisos humanos, mientras que la lógica del mercado reduce todo a un precio, y es insensible a los valores o las motivaciones que no son inspirados por las ganancias. En las últimas décadas, la gestión del procomún ha adquirido una nueva dimensión a través del movimiento del software de código abierto y toda la cultura de los bienes comunes digitales.
¿Cómo podemos aplicar este modelo a la economía moderna, extremadamente compleja? ¿Puede poner algunos ejemplos?
Ejemplos de bienes comunes en la economía moderna son, además de los bienes comunes digitales anteriormente mencionados, el modelo de gestión del espectro Wi-Fi. A diferencia de las frecuencias de radio FM-AM, que requieren licencias de usuario, todos son libres de usar el espectro Wi-Fi, teniendo en cuenta ciertas normas, y colocar un router en cualquier lugar. Esta apertura y esta flexibilidad son inusuales en el sector de las telecomunicaciones. Ha hecho de Wi-Fi una tecnología indispensable en los sectores más avanzados de la economía, como hospitales, centros logísticos o redes inteligentes. También en el mundo académico, cultural, musical y de la información, el conocimiento o la información se considera cada vez más como un bien común que se puede compartir de manera libre. Los músicos ya no sacan sus ingresos de las grabaciones, sino de los conciertos. Los académicos y los autores de no ficción publican su trabajo más a menudo bajo licencias de Creative Commons porque ganan su pan enseñando, haciendo consultoría o mediante fondos de investigación. Un cambio similar se produce en el periodismo.
¿El mercado y la economía del procomún son incompatibles?
El bien común es imprescindible para cualquier economía. Sin un acceso abierto al conocimiento y a la información, a las vías públicas, a los espacios públicos en las ciudades, a los servicios públicos y a la comunicación, no se puede organizar una sociedad. Los mercados también dependen del libre acceso a los bienes comunes para existir, aunque luego intenten privatizarlos una y otra vez. Pero los bienes comunes y los mercados pueden existir uno al lado del otro. Si la idea de que una empresa debe obtener el máximo beneficio para satisfacer a sus accionistas domina como corriente principal es porque la ideología neoliberal ha logrado marcar la agenda en los últimos 40 años, en la política y en la regulación. Pero no existe ninguna ley natural que diga que la economía debe organizarse así. Wikipedia muestra que las personas tienen motivaciones muy diversas para contribuir voluntariamente a esta comunidad global que crea valor para toda la comunidad. Los ejemplos de los bienes comunes digitales pueden inspirar a crear proyectos similares en la economía real. Cuando una sociedad pone los bienes comunes en el centro, los protege y contribuye a su crecimiento, entonces pueden convivir diversos modelos de organización económica, tanto proyectos del procomún como privados, públicos, y sin ánimo de lucro. Una economía basada en el bien común pone las personas en el centro, con sus distintas motivaciones.
Parece muy optimista sobre el futuro de la producción y la gestión compartidas...
Hay muchos ejemplos inspiradores de autoorganización según el modelo común, pero está claro que su expansión no ocurrirá de forma automática. Son necesarias decisiones políticas para transformar la economía y llevarla más allá de la lógica del mercado. Es necesario un gobierno que regule, que tenga una actitud resuelta contra la concentración económica, y que apoye con el marco legislativo tanto a modelos de procomún como distintos tipos de cooperativas. Al mismo tiempo, más persones deberían basar sus ingresos de empresas con un lógica procomún. En este sentido, el movimiento del cooperativismo de plataforma es una evolución muy interesante. Desarrolla nuevos modelos de cooperativas que operan a través de plataformas digitales y trabajan juntas en redes globales. Son un contrapeso a los modelos de negocios de Uber y Airbnb, que aplican la lógica del mercado a la economía digital.
Eso nos lleva a las transformaciones del trabajo…
La crisis económica actual y los recortes proporcionan las condiciones favorables para la experimentación con nuevas formas de organización. A la vez, y como resultado de la automatización creciente de la producción, se expande el debate sobre el futuro del trabajo que separa “trabajar” y “ganar dinero”. Una renta básica ofrecería la posibilidad de construir un sistema que permite tener diversas motivaciones para trabajar. Otra opción podría ser una semana de trabajo más corta. Nos enfrentamos a una tarea enorme y no tenemos un manual detallado que nos muestre el camino.
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