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Sobre este blog

La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, constituida en 1990, es una asociación de carácter privado, sin ánimo de lucro, cuyo fundamento lo constituye la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la ONU en 1948. Aunque el ámbito de afiliación de la APDHA y su área directa de actuación sea el territorio andaluz, su actividad puede alcanzar ámbito universal porque los Derechos Humanos son patrimonio de toda la Humanidad.

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La figura del cliente como un agente más en la realidad del trabajo sexual

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Área de Prostitución de APDHA

Cuando se habla de prostitución, rara vez se aborda el rol que ejerce el cliente. Los clientes son una pieza clave dentro de este mundo y desde la APDHA trabajamos para sensibilizarlos, fomentando una contratación de servicios sexuales respetuosos con los derechos de las personas que los ejercen, y para reivindicar el papel activo que pueden tener en la prevención y lucha contra la trata de seres humanos en el trabajo sexual.

Hemos mantenido una charla con Paco Majuelos, antropólogo y doctor por la Universidad de Almería, además de miembro del área de Prostitución de la APDHA, quien ha estado trabajando en estos últimos tiempos en una tesis doctoral que aborda la figura del cliente del trabajo sexual.

¿Cuáles son los objetivos de dicha tesis?

De manera muy resumida te diré que traté de exponer un panorama del trabajo sexual en el segmento estándar en la provincia de Almería, analizándolo como un sector económico más, y donde se le diera voz a los distintos agentes que participan de esa actividad, en particular a las mujeres que trabajan en él.

Sobre la figura del cliente, nos gustaría que profundizara con nosotras en algunas cuestiones. Existen muy pocos estudios que aborden la figura del cliente como un agente más en la realidad del trabajo sexual y, cuando los hay o se hace referencia a aquél, se cae en el estereotipo de varón agresivo y que no es capaz de controlar su sexualidad, para lo que recurre a los servicios de la trabajadora sexual. ¿Se corresponde este estereotipo con la realidad?

 

En realidad no hay muchos estudios de carácter científico o académico sobre los clientes en el trabajo sexual. Lo que sí existe son frecuentes juicios o valoraciones desde determinadas perspectivas ideológicas y/o morales que culpabilizan o criminalizan al cliente como sujeto genérico.

¿Se podría hablar de un cliente tipo o de un tipo de cliente determinado?

Lo que indican los estudios al respecto es que no existe un perfil psicosocial específico de los hombres que compran servicios sexuales. En mis investigaciones en el sector del sexo he podido corroborar esa idea: no hay diferencia entre los hombres que con mayor o menor frecuencia acuden a establecimientos donde se ofrece sexo de pago y los hombres que no lo hicieron nunca.

 

Se dice que las agresiones son el temor constante de las trabajadoras de la calle ¿es real esa sexualidad masculina agresiva? ¿Está sobrerrepresentada en los clientes de la prostitución?

Bueno, la pregunta incluye dos cosas diferentes. Por un lado, es cierto que las mujeres que trabajan en la calle suelen estar más desprotegidas que las que trabajan en hoteles o en otros establecimientos cerrados, si bien en ningún caso se puede garantizar que no se produzcan conflictos que puedan derivar en actos violentos. Algunas trabajadoras que han participado en mi investigación reconocen la existencia de estos conflictos por desacuerdos en el precio, por el incumplimiento de alguno de los pactos referentes al servicio o al pago de ellos, y eso puede ocurrir en cualquier espacio y modalidad de trabajo. No obstante, las mujeres que trabajan en la calle elaboran determinadas estrategias de seguridad para atenuar el riesgo. Otra cuestión tiene que ver con lo que has llamado sexualidad masculina agresiva. Realmente no entiendo muy bien el fundamento de esa aseveración procedente de determinadas corrientes ideológicas feministas, que afirman que la sexualidad de los hombres es de naturaleza más agresiva que la de las mujeres, producto de una cierta normativización acerca de lo que debe ser una sexualidad correcta y la que no. Yo no le doy mayor transcendencia a esa diferenciación. Y desde luego no tengo testimonios que la avalen.

Hay una serie de campañas de criminalización y estigmatización del cliente. ¿A qué cree que se deben?

Llevo aproximadamente 15 años en contacto con el sector del sexo, como mediador y como investigador, y he ido percibiendo un cierto cambio en los sujetos sobre los que recae la culpabilización o penalización, sea legal o social. De hecho hasta no hace muchos años la opinión mayoritaria responsabilizaba, cuando no incriminaba, a las trabajadoras –y a todo su entorno social– de su propio destino. Incluso la figura del chulo decayó para centrarse en las mafias que traficaban con ellas. Téngase en cuenta que desde finales del siglo XX la mayoría de esas mujeres provenían de la inmigración. En la actualidad parece poco correcto políticamente hacer recaer la condena social sobre las mujeres, así que la sanción social y penal se centra en las mafias que trabajan y tratan con las trabajadoras. Finalmente el cliente se encuentra entre esos objetivos penalizadores. Intentando concretar la respuesta, parece claro que, conviviendo con posiciones bienintencionadas, existe un proyecto de carácter político que trata de eliminar el trabajo sexual en base a argumentos ideológicos con determinada orientación moral. Proyecto político en el que se mezclan diferentes corrientes ideológicas del feminismo y del abolicionismo, algunas de ellas bien instaladas en diferentes  instituciones y administraciones de diferente nivel.

¿Cree que benefician o perjudican a las trabajadoras en la consecución de sus derechos?

Enlazando con lo anteriormente expresado, todo ese conjunto de ideas no podría abrirse paso si no incidiera en dos ideas fuerza –por simplificar la exposición–. Por un lado la consideración de que todas las trabajadoras sexuales son víctimas de trata y que, por tanto, existe una identificación inexorable y sustancial entre lo que se suele llamar prostitución y la trata de seres humanos –a pesar del categórico desmentido que los datos empíricos hacen de ella–. La segunda idea fuerza tiene que ver con el carácter victimario de toda mujer que tenga esa dedicación. De esta forma, toda trabajadora es una víctima –de la trata, del traficante, del empresario, del cliente, etc.– y sus opiniones y decisiones no cuentan. Lo cual lleva a la desconsideración de esas mujeres como sujetos sociales activos, sin capacidad de agencia y, consecuentemente, sin competencia para la negociación. A partir de aquí la reivindicación de derechos laborales, sociales, o su participación en las decisiones sobre cualquier otro asunto relacionado con su trabajo se convierte en una misión casi imposible.

En algunas ocasiones se llega a  asimilar a cliente con tratante ¿no sería mejor tener al cliente como aliado en la lucha contra la trata?

Ante todo, quiero dejar claro que lo que dicen los datos empíricos y los escasos estudios globales que pretenden cuantificar el fenómeno de la trata de seres humanos –generalmente provenientes de agencias de la ONU– es que los casos de trata vinculados al ejercicio del trabajo sexual son una parte minoritaria en relación al trabajo sexual en general. Y también que,  en el conjunto de casos de trata,  los relacionados con el trabajo sexual no son los más numerosos. Por lo que conozco, y lo que se desprende de otras investigaciones referentes al Estado español, la gran mayoría de las mujeres que decidieron en un momento de sus vidas dedicarse al trabajo sexual lo hicieron conscientemente y con un conocimiento aproximado de en qué consistiría su trabajo. Incluso algunas mujeres que utilizaron redes de tráfico –que podrían ser tipificadas como vinculadas a la trata de seres humanos– para introducirse en el sector lo hicieron con total conocimiento de lo que implicaría su decisión y aceptaron las condiciones de la red. En referencia al cliente, lo que transmiten diferentes agentes implicados en el sector del sexo de pago, y en particular las trabajadoras, tiene poco que ver con esa visión que se pretende transmitir. Lo que las mujeres expresan son insatisfacciones respecto a la higiene, al estado de embriaguez o al cumplimiento de las condiciones del servicio pactadas o intentos de evitar el pago del servicio, etc., pudiendo, en ocasiones, derivar en actos violentos por parte de los clientes. Piense que en no pocas ocasiones trabajadoras y clientes inician relaciones afectivas, establecen relaciones familiares estables –incluido el matrimonio– en numerosas ocasiones y comparten hijos, como cualquier pareja que se haya conocido en otros ámbitos laborales. Además, podríamos decir que los clientes son las personas que por su particular posición en el sector –próximos en el trabajo, sin intereses empresariales y ajenos a la familia de origen– pueden detectar casos de trata, de maltrato o de sobreexplotación de las trabajadoras, sin levantar sospechas de forma directa y sin verse involucrados en hipotéticos conflictos posteriores.

¿Cómo debería hacerse esto?

Desde luego la criminalización es un mal camino, más aún si el conjunto de agentes involucrados –especialmente las trabajadoras– perciben a las fuerzas policiales más como amenaza que como aliados. Los diferentes sectores sociales e institucionales concernidos deberían empezar a separar claramente los casos de explotación forzada –al igual que se hace con el resto de los trabajos– del ejercicio voluntario de la actividad. Ello exigiría un cambio en la orientación de las campañas; y, por supuesto, sensibilizar al cliente acerca de su potencial colaborativo para erradicar los casos que pudiera detectar. Pero, sinceramente, soy bastante escéptico de que tales cambios se produzcan, al menos en el corto plazo, ya que no se trata de errores perceptivos o de inadecuaciones de estrategias sino de convicciones ideológicas fuertemente infiltradas en el entramado social y de las administraciones, tanto estatal como de las comunidades autónomas y de las entidades locales.

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