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Álvaro Campos Suárez: “Vivir en poesía es más bello que escribirla”

Álvaro Campos Suárez, en Málaga / N.C.

Néstor Cenizo

¿Escriben poesía los jóvenes? Dice Álvaro Campos Suárez (Málaga, 1981) que sí, que escribir está hoy al alcance de todos. Pero ¡ah!, otra cosa es publicar un libro. Eso, tiremos de refranero, es harina de otro costal. Él publicó su primer poemario, Buda en el Bolshoi (Ediciones en Huida) en 2014 y con esa obra se convirtió en el finalista más joven de los ocho candidatos al Premio Andalucía de la Crítica de Poesía, que concede la Asociación Andaluza de escritores y críticos literarios. Estaban ahí Francisco Ruiz Noguera o Eduardo García, poetas con bien ganado prestigio, reconocidos… pero ¿por quién? Conviene no engañarse. La poesía fue, es y probablemente será un género minoritario. “Hay una frase muy común en este mundillo: la poesía la compran los poetas. Eso es en gran medida así. Sobrevive porque a los poetas les gusta mucho la poesía”, dice Campos, un poeta joven.

Campos explica que para ser poeta o escribir poesía (¿es lo mismo?) él siguió el camino clásico: “Leer, emborronar cuadernos… Primero publiqué en revistas, tuve la suerte de que contaron conmigo para una plaquette, y después de ese cuaderno, un libro de poemas”. Hay todo un universo de revistas especializadas, de editoriales, de recitales al que es ajeno, casi siempre, incluso el lector habitual de literatura. Falta difusión y atención mediática en el país que tiene como referencias literarias esenciales a Antonio Machado, Federico García Lorca o Juan Ramón Jiménez. Los poetas del pasado son estrellas casi mediáticas en el mismo lugar, en la misma librería, en la que los libros de los poetas del presente aguardan castigados en un rincón el vistazo del lector intrépido.

Vivir hoy de la poesía está al alcance de casi nadie. Dijo Blas de Otero que él hablaba al hombre de la calle y la calle no pide mucha poesía. Pero Campos, que no vive de escribir, cree que “vivir en poesía es más bello que escribirla”, y matiza: una cosa es editar al uso y vivir de ello, y otra escribir. El poeta escribe para sí mismo (“para comprender el misterio de la vida y la poesía”, dijo una vez María Victoria Atencia) y para eso bastan ganas y talento, que no es poco: “Han salido muchas editoriales nuevas dedicadas a la poesía, ha habido una explosión de lo digital. Hay revistas y blogs en los que foguearse y ya no hace falta tener a quien te publique tu primer poema”. Él encontró a Ediciones en Huida, una editorial andaluza, pero antes tropezó varias veces. “Alguna editorial a la que le gustó el poemario me pidió dinero. Es algo que está a la orden del día, no es más que encubrir una autoedición. El trato era ”dame este dinero, y equis ejemplares van para ti“, y aunque nunca hubiese aceptado, encima hacías el cálculo y no salía”, relata.

Un poemario aparecido en una cárcel secreta de Irak

No parece que los tiempos inviten a la lectura sosegada, y la poesía requiere paciencia en quien la destila y quien la bebe. Álvaro Campos Suárez tardó cuatro años en preparar los textos de Buda en el Bolshoi, una obra metaliteraria. El punto de partida es el siguiente: cuando las tropas estadounidenses se retiran de Irak, alguien encuentra un poemario en una cárcel secreta. Los textos resultan haber sido escritos por un profesor de Estética de ascendencia andalusí a quien la CIA acusa de organizar una célula terrorista en el sur de España. “Del vate, nada más se conoce que sus versos, elaborados mayoritariamente durante su cautiverio”, se lee en la nota del editor (Fernando de Pessoa, otro guiño) que adquiere el poemario en una subasta electrónica. No se busca justicia, “ni siquiera la poética”: “El profesor cautivo está acusado; se trata de jugar con que no todo sea dicho”.

El profesor de ascendencia andalusí recorre en su estrecha celda el camino a una especie de Nirvana espiritual en cuatro actos: luto, aprendizaje, ascenso e iluminación. Su mundo es el de la fantasía en la realidad post-11S. “Como obra literaria me interesaban los mundos alternativos que crea la persona privada de toda libertad”, explica Campos Suárez, porque esa persona llegará más lejos que nadie en su huida espiritual. El poeta es aquí el preso en Irak y no Campos: “El libro existe en la ficción y yo ficciono sobre esa ficción. Eso me permite alejarme, aunque siempre esté claro que el yo poético es distinto de la persona física”.

“¿Seré capaz yo/estando allí esa chica/de centrarme en/la política española o/la romana o la rusa?”. Esta es una cita de Yeats que encabeza el poema Rojo sobre rojo: “Aquel verano en que los dragones/lanzaron fuego contra nuestra aldea/vino a la mente del petit-bourgeois/el fin de un tiempo, el inicio de otra era”. Hay, incluso, una dedicatoria a Mohamed Bouazizi, aquel joven tunecino que sobre su cuerpo prendió la mecha de la Primavera Árabe. Pero este no es un libro político. O sí. Es el libro de un poeta de ahora, encarnado en un refugiado de la realidad: “Triste el que transita/la senda de su propia vida./ Vivir en lo vivido/ es morir”. Así se hace hoy la poesía.

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