María Victoria Atencia, semblanza de una poetisa de verso y vuelo
A María Victoria Atencia (Málaga, 1931) ya la describieron sus amigos los poetas con las palabras más bellas que pudieron encontrar. Jorge Guillén la bautizó María Victoria Serenísima. Ella, que de las “cinco orientaciones cardinales” eligió “con pasión la del vuelo”, es también la poetisa que pilotaba aviones. Ahora la “reina blanca de la poesía” española del siglo XX recibirá otra corona de manos de la Reina Sofía. El 28 de noviembre se entrega el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, otro más para la colección de quien asegura que no se presenta a las distinciones, pero las recibe con “ilusión”, según explicaba en conversación telefónica con eldiarioandalucía poco después de que se conociera el fallo, en mayo.
Explica María Victoria Atencia que quien escribe lo hace de manera natural, porque es algo que lleva dentro, y que lo hace casi más para escucharse que para que la escuchen. Ella estudiaba música y pintaba, pero a los 18 años nunca había escrito: “Pero conocí a un chico que era poeta, y por las cosas del mimetismo, por querer hacer lo mismo que el otro, empecé y una vez que empecé me gustó tanto que he seguido hasta ahora”. El “ahora” del poeta, ya se sabe, depende de ese momento que llega “cuando quiere”, y que los griegos relacionaban con el aliento divino: “De vez en cuando te viene como una luz, un deseo, y te pones y escribes”. Pero antes hay que haber leído lo adecuado al momento, y para eso se necesita un guía, porque “si un chico de 18 años lee un libro que debe leer a los 40 se le quitan las ganas”.
Para hacerse una idea de cómo escribe sirven las palabras del poeta Álvaro García, que durante los actos de la Feria del Libro de Málaga destacó que “respeta las formas, pero no se incorpora fácilmente a la tradición”. Sus poemas tienden a la brevedad. Por contemporaneidad, encajaría en la Generación del 50, pero de ella siempre dijeron los expertos que fue por libre y huyó de los ismos, y también que se convirtió en referencia de los novísimos. Quizá donde más cómoda se sintiera fuera en aquella revista malagueña, Caracola, continuación de la luego revivida Litoral. “Los grandes poetas que vivían colaboraron allí, y los que éramos muy jóvenes estábamos alrededor. Fue un momento extraordinario”, responde ella. En aquellos años trabó amistad con Dámaso Alonso y con Vicente Aleixandre, y a Juan Ramón Jiménez le envió una arqueta con la arena de la playa de Málaga para que él pudiera tocar la tierra de su país desde su exilio de Puerto Rico.
Y entonces, en 1961 dejó de escribir. También de volar, una afición a la que había llegado, como a la poesía, por el empuje de su marido, el también poeta Rafael León. Nunca explicó con claridad por qué se apartó de la escritura (¿El rechazo de la poesía social? ¿El final de Caracola? ¿Rilke? ¿Los hijos?) y el silencio de quince años sólo terminó (que no se aclaró) en 1976, con Marta & María. A partir de ese punto, los estudiosos sitúan su madurez. En la antología A este lado del Paraíso, publicada con motivo de su nombramiento como Autora del Año 2014, Francisco Ruiz Noguera explica que no fue hasta 1984, con Ex Libris, cuando la popularidad de Atencia creció, siempre entre las costuras de lo minoritario. De 1997 es Las Contemplaciones, Premio Nacional de la Crítica. De 2011, El Umbral, premio de la RAE.
“Si pones intención, es una pura sorpresa la vida”
Ruiz Noguera observa que la poesía de Atencia es “celebratoria”. “Son poemas que dan vida a lo que está adormecido. María Victoria sabe que la poesía anda por cualquier lugar”, dijo en su día Teresa García en una mesa redonda. “Hay tantas cosas que celebrar, desde que se nace… La vida, la naturaleza, el amor. La vida es una pura celebración”, replica ella, cuando se le cuestiona qué celebra. ¿Y sigue dejándose sorprender? “Es que la sorpresa es siempre. Si pones intención, es una pura sorpresa la vida”. Pablo García Baena, poeta y amigo, definía su escritura en 1980 como “encadenada fidelidad a lo real”, y citaba a Neruda: “Hablo de las cosas que existen. Dios me libre de inventar cuando canto”. Pero quizá la respuesta más completa a la pregunta sobre de qué se ocupan sus versos la diera a Revista de Zinc, en 1996: “He visto que suelo ocuparme de temas muy leves o aparentemente muy leves, por lo general sobre recuerdos de cosas o de sensaciones muy anteriores; que no lo hago sobre algo que me haya afectado con sobresalto (…) que de una taza no me importa su asa o su cuenco sino el vacío que la colma y al que debe su condición de taza”.
Capaz de contemplar lo pequeño para llegar a lo grande, hay en su poesía pomos de puertas, paraguas, la rueda de una maleta y mermelada inglesa. También el “deje femenino insobornable”, según Antonio Gómez Yebra en María Victoria Atencia: Reina blanca de nuestra poesía. “Ya está todo en sazón. Me siento hecha, / me conozco mujer y clavo al suelo / profunda la raíz, y tiendo en vuelo / la rama, cierta en ti, de su cosecha”, dejó escrito en el primer cuarteto de Sazón, uno de sus primeros textos publicados. En Godiva en blue jeans decía, para terminar: “Y luego, de vuelta del mercado, repartiré en la casa amor y pan y fruta”. Entre la fuerza de lo cotidiano y el afán de vuelo se mueve la poesía de María Victoria Atencia, según García Baena.
Atencia recibe este viernes el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y aunque reconoce que los poemas “más trágicos y más terribles” son los de juventud, cree que con la edad “se gana profundidad, conocimiento y de todo”. Eso piensa ella, que en Las Contemplaciones, se prohibió la nostalgia. “Se prohíbe la nostalgia. No hay más contemplaciones. / Atendedme sin embargo este canto final, y ya de abatimiento. / Toda historia se cierra –cuando no se interrumpe- en un final feliz, / y ya me puedo ir, en mi final feliz, con la Santa Compaña”.