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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Nacho Vegas o la revuelta de la honestidad

Nacho Vegas acaba de sacar nuevo disco.

Miguel A. Ortega Lucas

“Todo lo que he escrito me ha sucedido o me sucederá”: es una frase de la escritora norteamericana Carson McCullers, desde hace tiempo, al escritor español de canciones Ignacio González Vegas (Gijón, 1974). Nacho Vegas para ese público que viene aumentando, desde hace ya más de una década, sigilosa pero imparablemente; una variopinta cofradía en torno a la belleza cruel de sus canciones (canciones de cuna que acaban dando miedo).

Canciones que son profecías, también, a veces: que hablan de cosas que han sucedido o que sucederán, acabarán sucediendo, en alguna parte, con una siniestra e incontestable lógica… “No en plan Rappel” –replica el aludido, con retranca, mientras lía un cigarro ante su inofensiva cerveza–. “Pero sí que las canciones operan mucho con la intuición, con cosas que sientes que están ahí pero no sabes explicar de una manera racional; incluso al escribirlas no sabes bien de lo que estás hablando. Sólo sabes que es algo urgente, necesario, y que es verdadero. Lo que ocurre es que cuando pasa el tiempo, cuando ya tienes un poco de perspectiva, ves que terminan cobrando sentido”.

Le sucedió, “sí”, con algunas composiciones de su anterior LP, La zona sucia (2011): crónica del desastre sentimental en nueve capítulos y una coda. Y le acabó sucediendo poco después con una de las piezas más decisivas de su carrera, la que tal vez marcó el punto de viraje hasta la actual Resituación: la canción titulada Cómo hacer crac.

Tuvo, explica, “un momento de crisis en medio de la gira de ‘La zona sucia’, que fue muy larga. Dejé de disfrutar de los conciertos; lo pasaba muy mal antes de tocar… Bueno, los acababa haciendo, me forzaba… porque tengo también una banda y eso…” Fue en algún momento de esa crisis cuando comenzó a esbozar Cómo hacer crac, un fresco de tintes apocalípticos (pariente lejano, quizás, del First we take Manhattan de su maestro Cohen) que venía a dar la medida exacta del desasosiego ambiental que ya empezaba a asfixiar al país. Pero por debajo podía oírse (él lo oía, de manera no-racional) un crack: "…Y en la calle se hace un gran silencio, / pero si escuchas bien oirás un crac. / En toda España sólo suena un crac…”.

Nacho Vegas escribía esto un poco antes del estallido del 15-M. Si bien, irónicamente (de manera racional esta vez), no esperaba en el fondo que fuera a suceder gran cosa: “Recuerdo que hablando con mi amigo Roberto Herreros, él me decía ‘va pasar algo’; y yo: que no, que esto es una mierda, que aquí no pasa nada…”, se ríe ahora. Sí acabó sucediendo algo, y lo que en un principio era sólo una especulación lírica se terminó de cumplir de facto meses antes de editar la canción de ese EP homónimo, Cómo hacer crac (2011). No en plan Rappel, pero sí con incontestable lógica oculta (“…te informan de que han desarticulado / a la cúpula de la CEOE…”). “Fue también”, cuenta, “un ‘crac’ necesario para ilusionarme de nuevo con esto de hacer canciones; cosa en la que influyó mucho el proyecto de Fundación Robo. Así que las siguientes canciones, que son las de este disco, nacieron de ese bache”.

Hacer “lo que debes hacer”

Hacer “lo que debes hacer”El bache del miedo: el propio y el colectivo. El que podía paralizarlo a él para salir a tocar o al resto del mundo para salir a la calle a decir ‘no’. Aunque –sostienen unos cuantos, él entre ellos–, ese miedo esté “cambiando de bando”: “Sólo hace falta ver cómo intentan criminalizar [el Gobierno] cualquier respuesta social. Eso quiere decir algo. Lo que pasa es que ellos tienen armas muy poderosas…”. Un miedo, además, en su más amplio sentido, del que poco se permitía hablar en las últimas décadas, a riesgo de que te insultaran llamándote pesimista, aguafiestas o –peor aún– “¡cantautor!”.

Nacho Penas es de lo más suave que se le ha llamado al artista desde que lanzase su inesperado órdago a la escena indie de finales de los años 90 subiéndose al escenario con la única compañía de su guitarra y del nutrido elenco de monstruos de su armario personal; ésos que en otros casos han acabado tirando la puerta abajo, por desahucio o por saturación… “Sí, se trata de tomar conciencia de que nuestros problemas generalmente no son puramente personales, no empiezan y acaban en nosotros mismos. Cuando yo era ‘guaje’ los conflictos laborales todavía formaban parte del entorno urbano, los vecinos se apoyaban entre sí. Pero las estrategias de desmovilización, el individualismo feroz, consiguieron que la gente se dejara de apoyar; se empezaron a ver las revueltas como una cuestión de cuatro vándalos”.

“…Y sí, eso lo he percibido mucho siempre, aquello de ‘vamos a ver una película, pero para no pensar’ [risas]. Estaba como muy asumido que hablar de política era un coñazo. Y muchos grupos se quedaron en la epidermis, en lo puramente estético. En mi caso traté siempre de escapar de los clichés que veía, en mí mismo y a mi alrededor. Pero es que de todas formas hay una especie de deber moral también; haces lo que debes hacer, lo que crees que debes hacer, siendo absolutamente honesto contigo mismo; eso es lo que depende de ti”.

Existe, en estos momentos, cierto debate sobre el compromiso de los músicos con la coyuntura social y política; y lo cierto es que se están haciendo canciones (y videoclips) impensables hace apenas unos años. Pero de justicia es señalar que lo de Nacho Vegas (como lo de algún otro) no viene de hace diez minutos. Sólo ha cambiado, quizás, el trazo de su pincel, mucho más grueso últimamente. Pues qué son piezas como Maldición, Por culpa de la humedad o Canción de palacio (todas de 2003) sino afilados retratos en los que la subversión y la piedad por los perdedores estructurales laten siempre entre líneas, como un testimonio que rebasa el término canción protesta.

“Protesta y celebración”

“Protesta y celebración”Tiene Nacho Vegas mucha responsabilidad en el hecho de que el apelativo cantautor se venga pronunciando ya en ciertos círculos sin tener que bajar la voz y mirar alternativamente por encima del hombro, como mentando al malo de Harry Potter… Pero, ¿no será que el arte compromete siempre, que vivir compromete, y esa mirada “moral” se acaba filtrando de una forma o de otra en las canciones…? “Sí, estoy de acuerdo. En la mayoría de la música popular, en cada canción, hay un grito; que puede ser de protesta pero también de celebración: la protesta y la celebración, ahí es donde se mueve todo. Y para mí hablar del mundo, la vida, la realidad, pasa siempre por cuestionarla; por eso, si haces canciones de amor, debe ser real, debe hablar de gente que ama con todas las dificultades y problemas que eso conlleva; lo otro es ser deshonesto con lo que haces”.

La honestidad, de nuevo, como el único (o el primer) compromiso posible: “Quizá es lo único que esté en nuestra mano, ser honestos; porque ser más o menos brillante no lo está. Pero uno tiene que bucear hasta sus propios límites, aprovechar todo lo que tenga” … “Yo tenía mucho miedo a cantar, pensé en buscar a alguien que cantara mis canciones, pero al final”, se ríe, “no quedaba más remedio que cantarlas yo”.

Cantarlas él, para poder compartir sus terrores y evitar así la parálisis del miedo. “Nos quieren en soledad, / nos tendrán en común”, canta en Runrún –uno de los mejores temas de Resituación, reformulando un lema del combativo Patio Maravillas de Madrid. Otro de los viejos mitos en torno a Nacho Vegas, como el victimismo o las angustias: la soledad masoquista y militante. Prejuicios tan fuertes, en fin, como las torres gemelas, allá en Nueva York.

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