Los Alba: de aristócratas a empresarios 'gourmet'
Cayetana Fitz-James tardó en soltar las riendas de la Casa de Alba. No fue hasta sus 85 años, en 2011, que repartió en vida su herencia entre sus seis hijos antes de casarse con el que fue su último y tercer marido, Alfonso Díez. Y al hacerlo cedió el control sobre su inmenso patrimonio.
Lejos de separar sus intereses, dos años después los hijos optaron por unirse en torno a una nueva marca comercial, Casa D Alba, para modernizar el negocio familiar. Lo que hace apenas unas décadas sonaba impensable, un Grande de España ejerciendo de comercial, fue adoptado por la siguente generación de los Alba en 2013, como su apuesta de futuro para el nuevo siglo. Eso sí -que siguen siendo los Alba- de productos gourmet.
La marca se gestiona a través de la Fundación Casa de Alba, y se centra, hasta ahora, en cuatro productos, carne, naranjas, aceite y galletas. Todos ellos en un intento de rentabilizar sus fincas agropecuarias. “Somos ricos en patrimonio, pero nos falta liquidez”, le decía hace apenas un año al diario Expansión el quinto hijo de la duquesa, Cayetano Martínez de Irujo para explicar el porqué de la nueva marca.
La carne procede de 1.200 caberzas de vacuno y de 5.000 ovejas que pastan en siete fincas de las dehesas salmantinas, las naranjas de la finca sevillana El Aljobar, en Aznalcazar. Y las aceitunas salen de la Hacienda Buenavista, del municipio cordobés El Carpio, desde donde son trasladadas a la almazara que tienen en el también municipio cordobés de Castro del Río, gestionada a traves de la sociedad limitada Alcubilla 2.000. Todos estos productos son vendidos en tiendas gourmet especializadas, y a través del canal 'Horeca' (Hoteles, restaurantes y catering).
Son “las tres principales empresas agrícolas de la familia. Euroexplotaciones Agrarias, Eurotécnica Agraria y Agralsa. En total unas 25.000 hectáreas”, explicaba Cayetano en el diario económico.
Los Alba siguen apostando por ese cambio estratégico, y acaban de añadir las galletas a su marca para sacar provecho de sus grandes extensiones de cereal. A las que seguirán productos ibéricos y una cerveza artesana. Y no sólo eso: intentan rentabilizar ese rico patrimonio inmobiliario con iniciativas como el alquiler del madrileño Palacio de Liria para eventos privados a 50.000 euros la jornada, que incluyen catering en sus jardines.