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¿Judíos sí, moros no?

Más de 3,5 millones de judíos podrían pedir la nacionalidad española

Agustín Martínez Morales

No hay peor decisión político-gubernativa que aquella que no tiene voluntad de ser aplicada por igual a todos aquellos que tendrían derecho a beneficiarse de la misma. Ese es el jardín en el que se ha metido de lleno el Gobierno con la modificación del Código Civil para posibilitar la concesión de la nacionalidad española a aquellos sefardíes descendientes de los judíos expulsados de nuestro país en 1492.

La aprobación el pasado 7 de febrero de ese cambio que posibilitaría que tres millones de sefardíes puedan solicitar la ciudadanía española, no ha tardado en tener respuesta en la comunidad morisca, igualmente obligada a abandonar su país por Felipe III, 120 años más tarde de que los Reyes Católicos expulsaran a los judíos, en lo que alguno de los más respetados andalusíes actuales, como Alí Raisuni, califica como “la primera gran limpieza étnica de la era moderna”.

Aunque ya se habían alzado voces reclamando al Rey Juan Carlos el mismo trato para la comunidad morisca que para la sefardí, que hace unos años recibió las disculpas del monarca español por la expulsión de nuestro país, la decisión de abrir la posibilidad de conceder la nacionalidad española a los sefarditas, ha llevado a la comunidad andalusí a reclamar el mismo trato, ya que lo contrario sería incluso racista, según calificaba ayer el presidente de la Asociación Memoria de los Andalusíes, Bayib Loubaris.

Sin restar un ápice al derecho de los descendientes de los sefarditas a poder optar a la nacionalidad que durante siglos detentaron sus antepasados, exactamente el mismo es el que asiste a los cerca de tres millones de descendientes de los 300.000 moriscos expulsados de su patria, después de que sus reyes incumplieran vergonzosamente los acuerdos por los que concluía la guerra de Granada y por lo tanto la reconquista.

Si los sefardíes han conservado lengua y tradiciones, tanto o más cabe decir de los andalusíes asentados en Tetuán, Fez, Chefchaouen, Rabat, y en menor medida en Argelia y Túnez. Sagas que han conservado como auténticos tesoros apellidos como Olivares, Vargas, Lucas, Bueno ... documentos que acreditan propiedades como casas y tierras en ciudades y pueblos de Andalucía, música, fiestas, tradiciones, gastronomía e incluso vestimentas que aún se utilizan en las grandes ocasiones.

Si la comunidad judía tuvo una gran importancia en los reinos peninsulares que configuraron España, mayor aún fue la de la morisca, a la que además, las capitulaciones firmadas entre los Reyes Católicos y Boabdil garantizaban religión, propiedades y costumbres; una garantía “Por siempre jamás”, según puede leerse en el documento histórico y que solo duró una década.

Ciudades fundadas por esos españoles expulsados como Tetuán, Chefchaouen o Salé, con más de 821 apellidos españoles acreditados, 5.000 refranes y miles de documentos fechados en Granada, Málaga, Almería, Córdoba o Jaén y que Hasna Daoud custodia en esa joya para la memoria de este paìs que es la biblioteca Daoudia de Tetuán, son argumentos más que suficientes como para que aquello que se va a otorgar a los sefarditas se conceda también a los moriscos. No hay ninguna razón histórica para que eso no sea así, por lo que nuestro Gobierno debería cuanto antes dar explicaciones convincentes de cuál va a ser su hoja de ruta en este asunto.

Aunque muchos puedan pensar lo contrario, no es conseguir la nacionalidad española lo que guía las reivindicaciones de los andalusíes, quienes afortunadamente gozan en su mayoría de un estatus razonablemente acomodado; y es que, al contrario que los sefardíes, no podrían acogerse a la doble nacionalidad que no existe entre España y Maruecos. Se trata de conseguir el reconocimiento que se les ha negado durante siglos por parte de un país que fue el suyo durante más de 800 años y al que hicieron uno de los más importantes de su tiempo.

Es hora de romper de una vez el sentimiento de abandono y expolio del que la comunidad morisca se siente víctima. España tiene una magnífica oportunidad para reparar una injusticia histórica tan flagrante para una comunidad como para la otra y para volver a dar sentido a estos versos de Najib Abú Mulham:

“Amigo, yo soy aquel huésped que se ha convertido en anfitrión

aquel visitante que se ha vuelto residente

aquel extraño que ya es un familiar

Amigo, yo soy el cautivo del embrujo andalusí“.

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