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Pacto de Estado, sí... pero contra el machismo

Mujeres del movimiento feminista extremeño con el mensaje 'No votes machismo'

Miguel Lorente

Primero fueron 22 segundos en un debate electoral, luego que si un pacto sí o un pacto no, a continuación nos dicen que se trata de un pacto para pactar, no de pactar para un pacto; luego llegará el “qué” hay que abordar dentro de él, más adelante el “cómo hacerlo”, después el “cuándo”, e imagino que al final se pactará sobre el “con qué”, es decir, el presupuesto necesario para hacer lo pactado realidad en la forma y en el tiempo consensuado.

Desde luego, esta primera aproximación ya hace dudar mucho del interés en encontrar soluciones eficaces e inmediatas para erradicar la violencia de género, y evitar los asesinatos de mujeres que se producen envueltos por la pasividad de una sociedad, que prefiere dirigir la mirada hacia un lado cada vez que se habla de violencia de género, porque enfrentarse a ella exige mirarse en el espejo de la realidad.

Cuando se argumenta que hay “interés político” en hacer algo da la sensación de que no existe voluntad real, y que todo viene a formar parte de un juego de voces y silencios en el que las palabras se camuflan entre sombras para sólo hacer lo dicta su eco. Y preocupa que ante una realidad tan objetiva y dramática como la de la violencia de género, con 60 mujeres asesinadas al año y 700.000 maltratadas, con niños y niñas asesinados, huérfanos y afectados por esa misma violencia, con un porcentaje de denuncias de sólo el 25%, y una sociedad en la que nada más que el 1% considera que todo ello es grave, la respuesta sea ahora, y no antes, un “pacto de Estado”.

Y por supuesto que hace falta un pacto de Estado para avanzar en la erradicación de la violencia de género, pero hace falta ya y que el avance no se haga a cambio de dejar en el camino los víveres necesarios para continuar el recorrido dentro de un tiempo. Y es lo que puede suceder cuando se juntan las prisas por llegar a la meta con el desconocimiento del camino y las circunstancias que lo envuelven.

La violencia de género es el machismo y el machismo es la desigualdad. La violencia de género por tanto es consecuencia de la desigualdad, o lo que es lo mismo, de la posición de privilegio que tienen los hombres sobre las mujeres, y de todas las ventajas y beneficios que obtienen a partir de esta organización, entre ellos el de poder maltratar para controlar y dominar a las mujeres con impunidad, pues sólo un 5% del total de los 700.000 maltratadores terminan condenados.

Plantear cualquier política para erradicar la violencia de género pasa necesariamente por alcanzar la Igualdad y desplazar al machismo y su desigualdad como referencias que permiten articular las relaciones de poder construidas sobre las identidades y roles de hombres y mujeres. Unas relaciones de poder levantadas originariamente sobre la referencia masculina y femenina, pero no limitadas a ella.

La progresiva sofisticación de la sociedad ha permitido introducir otros elementos sobre los que articular el poder (ideología, etnias, creencias, diversidad sexual, origen…) pero todos como instrumentos de poder que pivotaban sobre el eje principal y original hombre-mujer. Por esa razón se producen las resistencias a la transformación social que conllevaría erradicar la violencia de género,  pues hacerlo sería desarticular todo ese entramado de poder en el que los hombres ocupan la posición de privilegio.

Ese es el motivo por el que se prefiere adoptar medidas puntuales dirigidas a algunas de las manifestaciones de la desigualdad y a determinadas circunstancias de la violencia contra las mujeres, en lugar de buscar una transformación global.

El pacto de Estado no puede limitarse a las consecuencias de la violencia de género, sería como querer detener una inundación colocando sacos de arena en las puertas de las casas, mientras se suelta más agua de un pantano repleto de agua.

Lo que se observa en la actualidad ante el avance de la Igualdad y el aumento claro de la crítica social hacia la violencia de género, es un incremento de la violencia en muchas de sus formas, hasta el punto de que, concretamente, se ha pasado de los 400.000 casos de 2006 a los 700.000 en 2015 (macroencuestas), todo ello acompañado de una respuesta institucional más deficitaria que lleva a que en 2016 el 42% de las mujeres hayan sido asesinadas tras haber denunciado la violencia que sufrían. Una situación que no es un accidente, sino la consecuencia de la reacción del machismo y de la pasividad social.

La violencia explícita sólo es una parte del machismo, hoy cuenta con otras formas de conseguir control sin necesidad de golpear, algo parecido a lo que ocurría años atrás cuando la violencia no necesitaba ser tan objetiva, pero tenía la misma capacidad de control. Y hoy el machismo cuenta, además de con la violencia directa, con el poder de la economía, la opinión, la religión, el mercado laboral, las redes sociales, con los mensajes del posmachismo para crear confusión… Todo forma parte de la misma realidad en la que unos mueven los árboles y otros recogen las nueces.

No ser consciente de esta realidad conducirá a un fracaso, con pacto o sin pacto. El problema principal no está en la respuesta a los casos más graves, es algo que hay que mejorar, pero no es lo más grave; el problema es la pasividad. Y no puede haber una pasividad tan grande ante la violencia de genero y sus 60 homicidios cada año, si esa pasividad no se tradujera, en otro orden de cosas, en ventajas y beneficios para el machismo y los machistas que no quieren desmontar su orden social y cultural.

La única forma de erradicar la violencia de género es acabar con el machismo que la genera, así de sencillo. Por eso el pacto de Estado no debe ser sólo contra la violencia de género, debe ser un “pacto de Estado contra el machismo”.

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