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Ellas conocerán, ellas inventarán

Marie Curie

Lina Gálvez

En 2015, Naciones Unidas implantó por resolución el 11 de febrero el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia para reconocer el papel clave que las mujeres desempeñan en la comunidad científica y la tecnología y para tratar de afrontar el problema que supone para las propias mujeres y para la humanidad en general su poca presencia en este campo tan esencial de la vida social.

En la foto de la V Conferencia Solvay de 1927, que todavía hoy pasa por ser la más importante agrupación de científicos de la historia, sólo había una mujer, la dos veces galardonada con el nobel Marie Sklodowska, Marie Curie. En la VII conferencia celebrada en 1933 hubo finalmente sentadas tres mujeres: la propia Marie Curie, su hija Irene Joliot-Curie que también recibió un nobel, y Lise Meitner, a quien nunca se lo dieron a pesar de que sus descubrimientos sobre la fisión nuclear fueron básicos en el desarrollo de la física moderna y sirvieron para el nobel que sí le dieron a su colega Otto Hahn.

Y casi ochenta años más tarde, en la foto de la Conferencia Solvay de 2011 que celebraba el centenario de la primera conferencia de 1911, sólo había dos mujeres invitadas entre los “grandes” físicos del mundo, Lisa Randall y Eva Silverstein, y que significaban una proporción menor que sus antecesoras de un siglo atrás.

Apenas se ha avanzado en este sentido a pesar de que las mujeres son mayoría en los estudios universitarios, incluso en algunas carreras de las ramas de ciencias experimentales y sobre todo de ciencias de la vida.

Multitud de estudios han demostrado en todo el mundo que efectivamente hay más mujeres que terminan los estudios superiores pero que van despareciendo a lo largo de la carrera científica y académica como si de una tubería que pierde líquido se tratara, un fenómeno que precisamente por eso se ha denominado leaky pipeline.

La primera criba

En el caso español sabemos (gracias a las investigaciones recientes como la de Nazareth Gallego que un momento crucial en que eso empieza a ocurrir es el de obtener becas de formación de profesorado universitario FPU que son las que permiten a las y los jóvenes investigadores realizar sus tesis doctorales con ciertas garantías, seguridad y dignidad, y posteriormente seguir la carrera académica. Así, resulta que el número de solicitantes mujeres es superior al de hombres pero que estos últimos las consiguen en mayor proporción.

Estas becas tienen una primera criba solo por nota media que las mujeres deberían pasar sin problemas puesto que los datos también nos hablan de que no solo egresan en mayor porcentaje que los hombres de los grados y los masters, sino que lo hacen con notas medias superiores. Sin embargo, las FPU conllevan una segunda etapa de evaluación donde se incluye, entre otras cosas, la presentación de un proyecto de tesis, y los curricula del candidato o candidata, de su director o directora de tesis y del grupo de investigación en el que se integra. Y es ahí donde la labor de “mentoring” debe variar por sexo ya que las mujeres no llegan al 20% de las cátedras, lo que quiere decir que en teoría -si asumimos que quien llega a la cátedra lo hace por tener mejor expediente en calidad y cantidad-, el 80% de los considerados mejores expedientes son de varones.

Y es en el mentorazgo pre y post doctoral donde se produce la apuesta mayoritaria por el varón como han demostrado estudios internacionales como el realizado en la Universidad de Stanford donde el mismo expediente ficticio fue valorado mejor y con más sueldo –un 13% más-, cuando el nombre del candidato era John que cuando era Jane. Y a pesar de que lo fue tanto por los hombres como por las mujeres, éstas últimas valoraron muy ligeramente por encima a Jane de cuanto lo hicieron sus colegas varones. La candidata ficticia mujer fue percibida, teniendo un curriculum vitae idéntico, como menos competente y hubo menos científicos entre una muestra de cien, listos para hacerle de mentores o contratarla para llevar su propio laboratorio. En ambos casos, los estereotipos ligados a las mujeres y al cuidado por una parte y a la “independencia” de los varones y su mayor disponibilidad de tiempo para “casarse” con la ciencia, entraron en juego. Pero, además, sabemos que en las universidades y centros de investigación como en la sociedad operan relaciones de poder masculinos que favorecen la promoción de los varones.

Compleja discriminación

La brecha se agrava con las post-doctorales y los inicios de los contratos con tenure, con estudios que demuestran que las mujeres tienen que ser 2,5 veces más productivas que sus pares varones para consolidarse en la carrera científica y académica. Factores de oferta, de demanda e institucionales como en otras carreras profesionales explicarían estas diferencias, con el agravante de que en la ciencia y la academia la falacia de la meritocracia opera con mayor fuerza que en otros ámbitos, lo que hace a las mujeres ser poco conscientes de su situación múltiple y compleja de discriminación, las más de las veces sutil, pero igualmente dañina, y no lugar para revertirla.

En cuanto a los factores de oferta, las mujeres como en otros ámbitos tienen por lo general menos tiempo disponible dada la falta de corresponsabilidad de los hombres para con el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Lo que limita también su movilidad, un aspecto de gran importancia en el desarrollo de la carrera científica. Su socialización diferenciada las hace menos seguras de sí mismas o menos propensas a competir, o faltas de confianza en sus propias capacidades o con problemas de autoimagen y autoestima, o las hacen derivar su vocación hacia profesiones o terrenos más acordes con el ideal femenino mayoritario en el que no entra el de científica o tecnóloga.

Esos factores de oferta alimentan a los de demanda que a su vez alimentan a los de oferta en un círculo vicioso que se retroalimenta y que hace funcionar lo que conocemos como discriminación estadística que hace que los –y las- empleadores que tienen información imperfecta sobre las personas que van a contratar o promocionar se dejen influenciar por los estereotipos. Los estereotipos no son otra cosa que considerar como naturales atributos o características de las personas que son en realidad construcciones sociales, culturales, históricas. Los estereotipos de género son de los más potentes y persistentes en nuestras sociedades y estos nos dicen entre otras cosas que los hombres tienen un compromiso mayor con sus profesiones mientras que para las mujeres lo prioritario siempre es su familia. No importa que los resultados nos hablen de mujeres, también o incluso sobre todo madres, fuertemente comprometidas con su carrera, los estereotipos siguen mandando. Y la utilización de estos estereotipos hace que se considere mano de obra preferente a los hombres para aquellos puestos de trabajo que requieren mayor dedicación o compromiso como por ejemplo la carrera científica y académica en general.

Igualmente, esas menores posibilidades de las mujeres en la consecución de una carrera profesional disminuyen sus capacidades de negociación de tiempos y trabajos en la familia desembocando en una división del trabajo doméstico desigual y en el cumplimiento de la profecía de las expectativas autocumplidas por las que las mujeres se postularían menos a determinados puestos o promociones sabedoras de que tendrán menos posibilidades de conseguir esos puestos. Su autoexclusión no solamente hace cumplir la profecía sino que alimenta la segregación ocupacional y los propios estereotipos que la explican.

Si a la interacción de esos factores de oferta y de demanda unimos los institucionales, tenemos el cocktail perfecto para la perpetuación de la desigualdad. Unos sistemas fiscales y de bienestar que todavía funcionan con el sesgo de la familia del hombre como ganador de pan, con la posibilidad de la fiscalidad conjunta que desincentiva la participación en el mercado de trabajo del segundo perceptor familiar, o un sistema de permiso de cuidados claramente discriminatorio y muy alejado de la igualdad, por poner un par de ejemplos. Y específicamente en el ámbito universitario, contamos con sistemas aún poco meritocráticos y con la existencia de fuertes mecanismos de nepotismo y cooptación que suelen favorecer al inmovilismo que en el caso que tratamos es una masculinización de la carrera científica sobre todo en la cúspide. Sobre todo en los países en los que la carrera científica está más valorada social y pecuniariamente.

Necesidad de modelos

Y que haya más mujeres en la cúspide es especialmente importante porque sabemos que las niñas y las jóvenes requieren de modelos para desarrollar su vocación y poder seguirla y para permitir y ayudar a que realicemos una socialización más igualitaria y menos esteriotipada que la que hacemos ahora aprincesando a las niñas cada vez con mayor intensidad. Las niñas tienen que conocer los nombres de las grandes científicas, inventoras y pensadoras, cosa que sabemos que no se da. Por ejemplo, en los libros y los colegios siguen apareciendo principalmente los grandes inventores varones. Los nombres de Ada Lovelace, Mary Anderson, Gertrude BellYvonneBrell no aparecen.

Pero no solo es necesario que las niñas y también los niños sepan quienes fueron estas mujeres inventoras y también científicas, sino sobre todo en qué circunstancias extraordinarias y casi milagrosas fueron capaces de alcanzar sus logros porque tenían restringido el acceso a la educación y la ciudadanía, prohibido el acceso a las universidades o los laboratorios.

Marie Curie, dos veces merecedora del Nobel, tuvo que realizar sus experimentos en un cobertizo, y muchas otras tampoco tuvieron acceso a los laboratorios o a poder firmar sus propios logros, lo que llevó en muchas ocasiones a que varones se apropiaran de su trabajo de manera implícita recibiendo premios en los que no mencionaron los descubrimientos previos en los que se sustentaban, o casos más aberrantes como el robo de investigaciones como ocurrió con las de Rosalind Franklin. Maurice Wilkins robó unas imágenes que Franklin había obtenido en sus investigaciones en las que se mostraba claramente la estructura helicoidal de doble hélice del ADN y que valió al propio Wilkins, a Crick y a Watson un premio nobel en 1962 en el que ni siquiera mencionaron a Franklin que había muerto prematuramente en 1958 como una verdadera desconocida.

Y es que el silencio y el olvido han sido las más de las veces el destino de las científicas y tecnólogas de nuestro pasado, algo que portales como el de Mujeresconciencia, especializado en rescatar las figuras de grandes científicas y tecnólogas, la Asociación de Mujeres investigadores y Tecnólogas (AMIT), el libro publicado por Adela Muñoz “Sabias”, o películas como la recientemente estrenada de Figuras Ocultas -que rescata de ese olvido a las matemáticas mujeres de color que fueron fundamentales en los cálculos que se hicieron en la NASA a los inicios de la carrera espacial-, tratan de paliar.

Es esencial promocionar la participación de las mujeres en la ciencia y la vocación de las niñas porque no nos podemos permitir seguir como hasta ahora. Esto es importante no solo por una cuestión de justicia y de aprovechamiento del talento de la mitad de la población, sino porque necesitamos de otra ciencia y de otro mundo, porque el que tenemos está muy feo y necesitamos urgentemente que los niños y también las niñas pongan todo su talento y esfuerzo en hacer de este mundo un lugar más justo, igualitario y seguro para la humanidad y el propio planeta. El conocimiento ha sido y es androcéntrico, y necesitamos que deje de serlo, y que las nuevas generaciones de mujeres sean capaces de crear en igualdad de condiciones que sus homólogos varones más y diferente conocimiento y ciencia. Si luchamos por el futuro de las niñas, ellas conocerán, ellas inventarán.

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