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Yo ya estuve en Torre Pacheco
La serpiente del verano es un dragón y se llama racismo. La xenofobia cotiza al alta en tiempos de soluciones fáciles y de problemas complejos. Yo no estuve nunca en Torre Pacheco, pero sí estuve. Jamás pateé las calles del barrio de San Antonio, pero lo conozco.
Torre Pacheco, provincia de Murcia. Torre Pacheco desde Bristol a Manchester, desde Liverpool a Londres. Torre Pacheco, banlieux franceses. Torre Pacheco cabe en un estadio búlgaro. Torre Pacheco, en las palabras del ministro del Interior de Italia, Mateo Salvini, citando a Mussolini: “muchos enemigos, mucho honor”.
Pero también todos estuvimos en Torre Pacheco cuando por los mismos pretextos ardieron casas gitanas en la Andalucía de los años 80, o cuando se desató el infierno, a comienzos de siglo en el Poniente almeriense. En la calle Las Norias, por llamarle de algún modo, un argelino me mostró su cibercafé quemado: “Mira lo que hay en el suelo –me agaché y recogí la vaina de unos proyectiles--. Nos lanzaron primero cócteles molotov y nos dispararon luego para que nos quemásemos dentro”.
“Y no eran nazis llegados de otro sitio –añadió--. Fue mi vecino de enfrente, que lleva dos días quitado de en medio”.
Lo de Torre Pacheco, presumiblemente, lo resolverá la Benemérita y los queus locales, aunque hay quien se extrañe, no sin motivos, de que el ministro Grande-Marlaska no haya mandado hasta allí la tanqueta que sacó la pasma a las calles de Cádiz contra los trabajadores en la penúltima huelga del Metal
En El Ejido o en Roquetas, sin embargo, también hubo hombres cachiporra con estilosas botas de Doc Martens, como los que vienen a Torre Pacheco con fachaleco de verano y mala baba de siempre.
En circunstancias normales, si un hijoputa –que haberlos haylos—te amarga la vida con una navaja tripera, intenta desnucar a un conductor con una loza de sanitario o le propina una paliza inmunda a un señor mayor, se le exige en todo caso a la policía que les detenga, a la justicia que los enchironen y al Parlamento, que legisle con suficiente equilibrio entre las garantías democráticas y el peso de la ley para que nuestras calles no se conviertan en un plató del Far-West. Pero no deberíamos emprenderla con todo bicho viviente que proceda del mismo pueblo o del mismo país que los malevos, que tenga el mismo RH o la misma piel que esa pandilla de chulanganos. Un poner: si Cayetano Rivera la lía parda en una hamburguesería de Atocha, que un juez dirima el lanche, sin tener que mandarles, por ello, escraches con bates de beisbol a todos los toreros.
Lo de Torre Pacheco, presumiblemente, lo resolverá la Benemérita y los queus locales, aunque hay quien se extrañe, no sin motivos, de que el ministro Grande-Marlaska no haya mandado hasta allí la tanqueta que sacó la pasma a las calles de Cádiz contra los trabajadores en la penúltima huelga del Metal. El problema será el de día después, porque será el mismo que el del día de antes: barriadas donde la ciudad pierde su honesto nombre, donde los pobres que vinieron antes de que llegaran los otros pobres, se enfrentan cotidianamente a una batalla a veces más peligrosa que la de estos días, la de la supervivencia, cuando el Estado del malestar sustituye a la utopía del bienestar, cuando decaen los servicios públicos y no se mueven suficientes ladrillos de viviendas sociales, en todo este país, desde antes de la burbuja inmobiliaria. Cuando se vaya el facherío –ya están tardando en mandarles a por tabaco-- y los picoletos regresan a casa, seguirán ahí los vecinos, con sus problemas de siempre, sus rebeldes con causa o sin ella, la gente normal y corriente que sigue obstinándose en el día de hoy porque nunca saben si llegará el de mañana; ahí seguirá también el miedo, el recelo, la desconfianza mutua, malos mimbres para una sociedad que parece haber sustituido los compartimentos estancos y los ghettos por la españolísima costumbre del mestizaje.
Los brotes racistas –ya lo estamos viendo en media Europa, en Estados Unidos, ya los vimos aquí—suelen ir acompañados del radiomacuto de la desinformación, de videos virales que luego resultan inciertos o deslocalizados, con la rumorología que ya no es la antesala de la noticia sino del notición: terribles brochazos sobre el imaginario popular, en una era en que necesitaríamos más pinceladas finas de ciertas certezas.
Somos muchos quienes creemos que hay que regularizar a los migrantes que ya están aquí y están currando en la enorme factoría de la economía sumergida; para que tengan derechos y también tengan deberes, para que puedan respirar tranquilos y puedan contribuir a pagar las pensiones de esos menores de cuarenta años que insisten, según las encuestas, en echar a aquellos de los que va a depender su vejez
También vamos bien despachados de hipocresía y esta no es una exclusiva de Torre Pacheco, donde el alcalde equiparaba hace unas horas la caza generalizada del moro, decretada por los voxeros y sus adláteres con la jindama que siempre provocan una banda cualquiera de indeseables. Hace unos días, una señora de dicho partido con mayoría de señoros, proponía expulsar a 8 millones de inmigrantes, sin que supiera de donde había sacado semejante cifra. El Partido Popular, como suele ocurrir, se puso de perfil, con la tibieza que Jesucristo escupía de su boca. Y el PSOE puso el grito en el cielo, aunque el Gobierno más progresista de la historia también haya incurrido en deportaciones, pero de manera más moderada: en 2024, España expulsó a 3.031 extranjeros, alcanzando un total de más de 10.700 expedientes tramitados en los últimos cuatro años, según datos del Ministerio del Interior. Este aumento refleja un incremento del 50% en comparación con 2021, con más de 2.600 expulsiones en 2022 y 2023.
Somos muchos quienes creemos que hay que regularizar a los migrantes que ya están aquí y están currando en la enorme factoría de la economía sumergida; para que tengan derechos y también tengan deberes, para que puedan respirar tranquilos y puedan contribuir a pagar las pensiones de esos menores de cuarenta años que insisten, según las encuestas, en echar a aquellos de los que va a depender su vejez.
Sin embargo, en ese toma y daca, también hay que tener previstas las expulsiones. ¿A quienes quieren “remigrar” los populistas? ¿A voleo y a cualquier sitio, como su ídolo Donald Trump? ¿A quienes hemos echado a patadas de nuestro país, de entre esos miles que reflejan las estadísticas de los últimos cuatro años? Las principales causas de expulsión de extranjeros de España son la estancia irregular, la comisión de delitos, y la falta de documentación o residencia legal. También pueden ser expulsados por motivos de seguridad nacional o por incumplimiento de las leyes de extranjería. ¿Son equiparables, de veras, cada uno de esos supuestos para que merezcan la misma pena? ¿Se puede expulsar con el mismo rango a una madre de familia que ha perdido el empleo y sus papeles, con un sacamantecas pandillero? También les expulsamos en caliente. O, de común acuerdo con nuestros socios estratégicos marroquíes, les dejamos morir a mansalva, apelotonados junto a la frontera de Nador, como ocurriese aquel terrible 22 de junio de ahora hizo tres años.
Esperemos que una matanza tan miserable como aquella no ocurra nunca en ningún sitio ni, por supuesto, en Torre Pacheco. Que sus vecinos dialoguen y que nuestro país, también. Para que seamos capaces de irnos juntos a bañarnos cada verano en la Cala del Pino, en lugar de estar jugando peligrosamente a las cruzadas por las calles del pueblo.
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