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Las hostias y el cura
Hace 30 años, el 25,3% de los asesinos por violencia de género de hoy eran mayores de 20 años y tenían sus valores perfectamente estructurados y definidos. Ese es el porcentaje que suponen los 75 hombres de más de 51 años, que en estos últimos cinco años han asesinado a sus mujeres. Por lo tanto, lo que afirma el párroco de Canena, Pedro Ruiz, sobre que la moral de entonces llevaba a pegar, pero no a matar, no se sostiene. Lo que ocurre ahora, como ocurría entonces, es que el maltratador pegaba o mataba según las circunstancias, por eso pegaba para dominar y controlar a la mujer, y mataba cuando ese control fracasaba y la mujer decidía salir de la relación.
La moral, esos valores que llevan a actuar en nombre de un bien superior y a darle un sentido a lo que se hace, son los mismos ahora y hace 30 años. Lo que ha cambiado ha sido una parte de la sociedad liderada por las mujeres, que se ha revelado frente a la identidad impuesta por una cultura androcéntrica y que les exigía ser, ante todo y fundamentalmente, “esposas, madres y amas de casa”. La misma cultura que llevaba a los hombres a someterlas a lo que cada uno entendía que debía ser una “buena esposa, una buena madre y una buena ama de casa”, a partir de las referencias comunes que cada cual interpretaba y adaptaba a sus circunstancias.
Los que asesinan a las mujeres dentro de una relación de pareja no son los que han perdido la moral que defiende el párroco, sino aquellos que la utilizan para justificarse. Por eso los homicidios por violencia de género están clasificados dentro de los denominados “crímenes morales”, porque no se hacen con un fin instrumental, sino para defender las ideas y valores que el asesino entiende atacados con la conducta y actitud de la mujer. Esa es la razón que lleva a que el 76% se entregue voluntariamente tras matar a la mujer, y a que un 18% se suicide para no enfrentarse a las consecuencias de su crimen ni a los valores que lo juzgan; circunstancias que no se dan en ninguna otra violencia.
La Iglesia Católica debería hacer más para defender los valores que predica y para que se cumplan sus mandamientos, no sólo para que se sepan. Y los mensajes de antaño que hablaban de “resignación cristiana” cuando una mujer era maltratada, de “bienaventuradas las que sufren en este mundo”, de dolor y sufrimiento como sacrificio… no son la mejor forma de conseguirlo, igual que tampoco lo es hablar hoy de sumisión de las mujeres y editar un libro titulado Cásate y sé sumisa como manual de instrucciones.
Para la Iglesia Católica “las mujeres han sido la hostia”
Parece que para la Iglesia Católica las mujeres han sido la hostia, entendida bajo la primera acepción del DRAE, que la define como lo que se ofrece en sacrificio,lo que se ofrece en sacrificio, pues han sido ellas las que han tenido que sacrificar su libertad, la igualdad y su dignidad a cambio de una moral que las elevaba a los altares domésticos por las funciones que debían asumir de manera natural, no como personas y ciudadanas. Quizás por ello el párroco de Canena, Pedro Ruiz, ha hablado de hostias el día de la primera comunión, en este caso me refiero a la 5ª acepción del DRAE, que la define como bofetada, tortazo, para intentar recuperar la moral que justificaba la violencia contra las mujeres en nombre del alcohol, los celos, la locura… o lo que hiciera falta con tal de que nadie dirigiera la mirada ni la crítica hacia esa moral y sus valores.
Los homicidios por violencia de género se producen porque hay hombres que no aceptan que las mujeres con las que comparten una relación de pareja decidan libremente en contra de su criterio, y esa idea está construida por una moral histórica que ha distribuido roles y espacios de manera diferente entre hombres y mujeres. Y no por casualidad han sido las posiciones más tradicionales las que han buscado justificaciones de todo tipo para esta violencia, y las que lo han hecho con un doble objetivo: por un lado presentar la situación actual como una degeneración de la moral de antes, y por otro, intentar defender y recuperar parte del terreno perdido hablando de que los homicidios se producen entre parejas que no están casadas, en niveles sociales bajos, entre inmigrantes, alcohólicos, enfermos mentales… Y ahora parece que el mensaje es que se produce más entre los no cristianos, al menos es lo que dan a entender las palabras en la homilía del párroco de Canena.
El silencio de la jerarquía eclesiástica, igual que ha ocurrido con otras declaraciones, como las del obispo de Córdoba contra la “ideología de género”, o tras el citado Cásate y sé sumisa del Arzobispado de Granada, no ayuda a la fe ni a la conciencia, y, en cambio, sí parece alejarla de la realidad sobre la que debe predicar y dar trigo.
La religión debe ayudar a convivir en este mundo, no a vivir la vida eterna en un Edén que difícilmente será diferente a este “que le den” terrenal si los valores que han llevar a él se fundamentan en la desigualdad, justifican la violencia de género y les dicen a las mujeres que sean sumisas. Un paraíso bajo esas referencias sería la selva a la que se refiere el párroco, como vivir sometidas por la cultura y el más violento, sea o no el más fuerte, es la jungla de la cultura patriarcal.
La Iglesia se queja de la crisis de las vocaciones y de que no tiene curas; con esas manifestaciones no es de extrañar. Esperemos que reaccione y que sí tenga cura.