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Que vienen, que vienen... los inexpertos del 15-M
Un rumrum recorre las calles. Es un aviso, una advertencia: “Shh, shh, que vienen, que vienen, los inexpertos del 15-M”. Dos meses después de las europeas en que contra todo pronóstico Podemos logró cinco eurodiputados y el PPSOE fracasó frente a ellos, IU o UPYD que crecieron, se advierte la siembra de un temor: el de que en las municipales puedan alcanzar el poder nuevos partidos, grupos ciudadanos emergentes, “de inexpertos” (Guanyem Barcelona, Municipalia, movimientos municipalistas y este Podemos que tan bien suena hasta en entrevistas tan a la contra como ésta de Pepa Bueno a Pablo Iglesias.
Ahora que la llegada al Parlamento europeo de esos políticos no profesionales, nuevos, no tiene remedio, quienes antes subestimaron sus opciones cruzan los dedos para que no logren manejar los presupuestos de los Ayuntamientos y cambiar la realidad desde lo local. ¿No dijo Cospedal “si quieren hacer política que se presenten a elecciones”? Pues bien, 1.245.948 electores ya les han votado. Así que se recurre a nuevos mantras: “son demasiado utópicos”, “no están preparados” (Amén de bromas chuscas como que son filo-etarras, financiados por la coalición del mal iraní-bolivariana y quieren para la prensa una ley mordaza. ¡Ja! Qué ganas de carnaval. Como si eso lo sostuviera alguna palabra textual en vez de titulares inventados por la casta mediática).
El temor a la inexperiencia, no obstante, es compartido -creo- por cierta ciudadanía sana, escandalizada por la putrefacción del sistema monárquico bipartidista pero que no acaba de confiar en que los partidos pequeños sean real alternativa. Hablo incluso de electores que los votaron en las europeas porque sabían que no ganarían y ahora atienden las funestas profecías sobre los males que nos abatirán si no dejamos que nos cuide el PPSOE, ese matrimonio de padres responsables.
Hablo de analistas serios, como el catedrático de Filosofía Política Ramón Vargas-Machuca, a quien me une el cariño pero con quien no tengo más remedio que discrepar cuando considera al PSOE, de cuyo Comité Federal fue miembro de 1976 a 1993, la única alternativa a la derecha. Para empezar apuesta por un PSOE más de centro que de izquierda -frente a análisis como el de Concha Caballero, ex de IU, con quien en esto coincido. Y luego lo nombra única opción “sin veleidades antisistema”, sin “alentar quimeras que llevan, ¿otra vez? por caminos intransitables o directamente al precipicio”, única capaz de salvar a España “de la ruina”.
Desde mi perspectiva, el problema del PSOE no ha sido vincular sus éxitos al estado de bienestar que ahora a falta de dinero está famélico, ni -¡con ser grave!- su corrupción. El problema es que el capitalismo salvaje al que se ha sometido, y asume como único sistema económico posible, es un caníbal, que se cobra insaciablemente víctimas. Y ya no sólo en un remoto Tercer Mundo sino aquí, entre nosotros. Y ya no sólo entre las clases tradicionalmente condenadas a ser carne de cañón, daños colaterales, sino entre los hijos universitarios de la burguesía. Y que hay que ser realmente muy persuasivo para convencer a éstas de que le voten a uno cuando ofrece un futuro sin expectativas de trabajo, salario, casa, proyecto de vida individual, en pareja o familia, de desarrollo personal, más allá de alienar todo potencial como mano de obra barata o gratis, nacional o exiliada.
A pesar de que coincido con Gil Calvo en que gran parte del apoyo a Podemos en las europeas viene de la generación que en los 70 protagonizó el tránsito a la democracia y hoy está escandalizada, percibo una injustificada desconfianza de esos padres en la capacidad para gobernarse y gobernarles de sus hijos. Con excepciones. Rosa Montero e Iñaqui Gabilondo recuerdan que quienes pilotaron la Transición eran treintañeros que desalojaron a los sexagenarios cuadros de la dictadura. Y los mejores gobiernos de este país han sido los primeros e inexpertos (de González a Aznar y Zapatero).
Por otra parte, un político de peso en las primeras Juntas de Andalucía me exponía estos días que parte del lodo actual procede de la herencia recibida por el Estado -nacional y autonómico- de un aparato previo, franquista, con usos y costumbres que no se han podido o querido cambiar del todo.
“Aparato”, término denostado por su connotación perversa. Ésa. Aunque también tiene un lado, si no bueno, práctico. Todos formamos parte de un aparato, aunque se le puede llamar -y causa menos rechazo- “cuerpo social”. Es el andamio sobre el que se levanta el Estado y seguirá funcionando aunque en las municipales ganen ayuntamientos “los de barba y pelambrera” -si el PP no los ilegaliza echando mano de mayoría absoluta o con un gran pacto con el PSOE, consorte.
Los colegios seguirán abriendo, los médicos -en hospitales y ambulatorios- atendiendo, la policía y los bomberos acudiendo a los avisos, los investigadores en bibliotecas, despachos y laboratorios, jueces, abogados, fiscales en los tribunales, conductores al frente de autobuses y trenes, inspectores fiscales en sus puestos de Hacienda, abogados del Estado y diplomáticos al frente de sus tareas, administrativos detrás de ventanillas y mostradores... Cada cual en su afán como hormigas laboriosas, desmintiendo eso de que todos los funcionarios son unos vagos y “lo público” un mal innecesario.
Para no ser cándidos hay que contarse algo que no se ha explicado en colegios, institutos, facultades: que el PSOE de los 80 era mucho mejor visto por el atlantismo que el PCE en un contexto en que aún existía el bloque soviético. Y, en cambio, es clara la tibia acogida -interrupción del final incluida- que tuvo el emocionante discurso de Podemos en el Europarlamento. No seré yo quien niegue que enfrentarse a poderes empeñados en impedir cambios radicales -de raíz- conlleve tener que asumir riesgos. No negaré que, inevitablemente, algunos asustan. Pero estoy decidida a no vivir con miedo. Por educación y convicción. En caso contrario no podría reclamarme ciudadana libre. Menos aún periodista.