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La OMS seguirá patologizando las identidades trans

Bandera trans

Mar Cambrollé

Las identidades trans no son un fenómeno contemporáneo. Existen desde siempre, y en todas las culturas de la humanidad, por lo que se puede afirmar que la transexualidad es una expresión de la inmensa diversidad humana. Las respuestas que las distintas sociedades han dado a esta realidad del ser humano han sido muy diversas a lo largo del tiempo y en las distintas geografías de nuestro mundo.

Algunas sociedades han manifestado diversos grados de rechazo y represión de las identidades trans, generando graves violaciones de los derechos humanos de las personas trans, para ello se han valido de la religión, la medicina y la justicia. Para la primera hemos sido un “pecado”, para la segunda unos “enfermos” y para la tercera un “delito”. Otras han aceptado en mayor o menor grado esta realidad y han articulado mecanismos sociales y leyes que promueven la integración de las personas transexuales en dichas sociedades.

Los manuales internacionales de enfermedades mentales DSM-IV-R y CIE-10, elaborados por la American Psychiatric Association (APA) y por la Organización Mundial de la Salud (OMS), han patologizado de forma “totalitaria” las identidades trans. Esta realidad, sin embargo ha “cambiado” por la presión internacional de las/os activistas y entidades trans por la despatologización.

Así, el “Manual” (DSM V) ha eliminado el “trastorno de identidad de género” y lo ha sustituido por la nueva versión de un viejo diagnóstico: “disforia de género”. Si la comparamos con la anterior consideración diagnostica –que patologizaba a las personas trans sólo por ser quienes somos–, la “nueva” categoría podría verse como un avance, puesto que aborda la atención sanitaria de las personas trans específica del sufrimiento y deja de aplicarse una vez que ese sufrimiento desaparece. La influencia del Manual y de sus códigos en todo el mundo, hace que las personas trans sigamos estando atrapadas en una versión u otra de la enfermedad mental, y seguimos siendo catalogadas como una especie de “sufrientes”.

Los diagnósticos provistos por ese Manual siguen siendo condición imprescindible en muchos países del mundo para acceder a derechos tales como el reconocimiento legal y las atenciones sanitarias encaminadas a las modificaciones corporales, las cuales siguen siendo concebidas en este marco, como el “tratamiento” indicado para un padecimiento diagnosticado, y nunca como un modo de atención armonizadora de expresión del ser.

La “incongruencia de género”

En el caso de la Organización Mundial de la Salud, en su próxima actualización del CIE-10 que será sustituida por el CIE-11, prevista para 2018, ha apuntado a reducir los alcances del diagnóstico y ha hecho pública la eliminación de todas las categorías diagnósticas que afectan de una u otra manera a las personas trans, incluyendo el “trastorno de identidad de género”, entre otras. También ha adelantado la inclusión de nuevas categorías en la próxima edición de la Clasificación: “incongruencia de género en la adolescencia y la adultez” e “incongruencia de género en la infancia”. Y, lo que es fundamental, recomendó finalmente evitar toda mención a las cuestiones trans en el capítulo sobre trastornos mentales.

El “trastorno de identidad de género” es un diagnóstico tan desafortunado que pareciera que cualquier categoría capaz de reemplazarlo tiene, por fuerza, que ser al menos un poco mejor. En ese sentido, la “incongruencia de género” también evita diagnosticar a las personas trans sólo por ser quienes son, atendiendo más bien al malestar que pudiera causar la incongruencia entre la identidad de género y el modo en el que se encarna. Sin embargo, como es obvio, sólo se puede patologizar la incongruencia a través de invocar implícitamente un ideal cisexista de congruencia (corporal, identitaria o expresión de género).

Hemos de celebrar este cambio como un paso a la despatologización de las identidades trans, por ello es necesario seguir la ruta marcada por distintos países como Irlanda, Noruega, Dinamarca, Malta, Argentina, España (Andalucía y Madrid),  que no siguen los dictámenes de la OMS, que entienden las identidades trans como una expresión de la diversidad humana y reconocen la libre autodeterminación del género, como un derecho humano fundamental.

Que esta operación “maquillaje” no nos haga perder el “norte”. Hemos de seguir desde el activismo trans luchando por la despatologización total, porque se nos reconozca como sujetos de pleno derecho y no como objetos de la medicina.

“La incongruencia no está en las identidades trans sino en las miradas que niegan la diversidad humana estableciendo un control desde lo médico hasta en el lenguaje con el objeto de seguir perpetuando el estigma sobre aquello que cuestiona el orden binario, sexista y genitalista de las personas”.

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