El último adiós de la fosa de Modestita
Modesta Vázquez hace una confesión al cura del pueblo: su marido ha regresado del monte. Modesta es creyente hasta la médula, participa en los actos religiosos… busca compasión para el fugitivo. Revela que el escondite de Ramón Delgado es ahora su propia casa. Arriesga. Y desata una sentencia de muerte. Una banda de falangistas apresa a Ramón quien, muerto a tiros, yace en Valle Redondo. En un lugar conocido desde entonces como 'la fosa de Modestita'.
No hubo piedad en los golpistas. El crimen segó la vida del sindicalista de CNT Ramón Delgado López a finales de febrero de 1938 y en la batida cayó otro ‘topo’, Juan Manuel Guerrero Cacho. Asesinados y cubiertos de tierra en el país de la desmemoria. La intervención arqueológica de la Dirección General de Memoria Democrática de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía localizó y exhumó los restos óseos a finales de 2015. El entierro, digno, ha sido el pasado 6 de julio en el cementerio de Zalamea la Real (Huelva).
La historia, 78 años después, cierra así uno de sus grandes círculos: la reparación familiar. Queda el resultado del análisis genético para dirimir qué esqueleto corresponde a cada ejecutado. Pero eso es todo. Romper el suelo, quebrar el silencio y recuperar aquellas vidas quebradas. Un entierro, digno, como paradigma de la Memoria Histórica. Derechos humanos para las víctimas del franquismo. No hay más 'venganza' a casi 80 años del estallido golpista que convirtió a España en la segunda mayor fosa común del mundo.
Todo el pueblo conocía el crimen
Modesta mutó en una figura que penaba por las calles del pueblo. Ataviada en una extraña túnica púrpura, a diario descendía hasta el Valle Redondo a cuidar la tumba de Ramón y Juan Manuel… la fosa de Modestita. Cortaba la maleza y lustraba una gran cruz de hierro con la que había señalado el enterramiento.
Todo el pueblo sabía del suceso. Cuentan en Zalamea que el padre de Modesta siguió al cortejo criminal. Agazapado, oyó los tiros. Al ver al grupo de falangistas y guardias civiles de regreso, preguntó si podía enterrarlos. Y así lo hizo. Sobre uno de los cuerpos alguien depositó otra cruz… ¿una última voluntad de Modestita con su marido?
La herencia del dolor pasó a un sobrino nieto de ambos, Ramón Romero Perea. Lo hace por sus padres, dice, pero el día del entierro su rostro contagia felicidad. Satisfacción quizás. No dudó en coger la pala durante la búsqueda en Valle Redondo y vaticina una solución al insólito juego de cruces de la fosa: “fíjate si mi tía era cristiana que hasta le trajo una cruz”.
Encontrar los huesos y darles sepultura en el cementerio es “un acto de justicia”, determina. La memoria oral trasmitió que Ramón era “un hombre bueno”. Encargado del abastecimiento de una pequeña población asentada en la Cuenca Minera onubense y en pleno terror fundacional del franquismo, sus achaques de salud y la insistencia de su mujer le hicieron bajar del monte. No tenía 'sangre en las manos', ni tampoco Guerrero Cacho. Los rebeldes cuentan en los sumarios el motivo de la muerte: aplicación del “Bando de Guerra cuando trataba de huir de las Fuerzas Nacionales”.
“Víctimas que jamás debieron serlo”
La recuperación de víctimas del franquismo corresponde a las “políticas de memoria que Andalucía tiene en marcha desde hace más de 15 años”, en palabras del director general de Memoria Democrática de la Junta, Javier Giráldez. Procesos exhumatorios “que están siendo acelerados en los últimos meses”. Como el caso de Zalamea, intervención enmarcada en el listado que se publicó en el BOJA del pasado 24 de junio de 2015.
Destaca Giráldez la colaboración entre administraciones y el empeño de asociaciones y familiares como pilar base de la reparación memorialista. El Gobierno andaluz, tras completar aquel grupo de actuaciones, tiene previsto abrir nuevos procesos en la recta final del presente año.
El trabajo arqueológico, dirigido por Andrés Fernández junto a Cristóbal Alcántara, supone “cerrar el trabajo de muchos años en lo que se conoce en el pueblo como la fosa de Modestita”, manifiesta el alcalde de Zalamea, Marcos Toti. “Fueron asesinados por defender la legalidad vigente”, destaca, y la recuperación de estas historias sirve “como reconocimiento a estas víctimas que jamás debieron serlo”.
“Se ha dado digna sepultura a estas personas que han pasado demasiado tiempo debajo de tierra”, decía el presidente de la Coordinadora de la Cuenca Minera del Río Tinto para la Memoria Histórica, Juan Barba. Una “deuda que esta democracia tenía con ellos”, subraya, “y que ahora se ha solventado”. Con una pena: nunca apareció ningún familiar de Juan Manuel Guerrero, el sindicalista que compartió sepultura con Ramón Delgado en la fosa de Modestita.