La vida tras un trasplante: “Cuando te dicen que hay riñón para ti, no sabes si reír o llorar”
El teléfono sonó a las 6.00 horas del 22 de diciembre de 2011. “Me acuerdo perfectamente, era el día de la lotería. Yo ya juego de vicio”. Emilio llevaba varios años esperando un riñón nuevo tras un par de años de diálisis. Lunes, miércoles y viernes de visitas sin descanso al hospital de tres y cuatro horas. Agradecido a la atención de los profesionales médicos (“hasta para ponerse malo hay que tener suerte”, dice), su poliquistosis hepatorrenal le sonrió aquella mañana por primera vez. “Te dicen que hay un riñón para ti. En ese momento, no sabes si reír o llorar, pero me faltó tiempo para llegar”.
Emilio lleva una vida “absolutamente normal” desde entonces. Este miércoles 29 de marzo se conmemora en España el Día Nacional del Trasplante y él, no puede ser de otra manera, anima a la donación. “Una vez que te mueres, qué te vas a llevar para allá”. En abril de 2004, con 49 años y enfermero de profesión en diversas prisiones andaluzas, sufrió un ictus. Tras cinco años de prediálisis, un 3 de marzo de 2009 que “tampoco” olvida le dijeron que al día siguiente tenía que empezar con el “penoso” tratamiento y esperar pacientemente. El recuerdo de su madre, 15 años dependiente del proceso (“una cadena perpétua”), era nefasto. “La dependencia de los demás es muy frustrante. Yo no quería que mi familia cargara con eso”. Tiene mujer y dos hijos de 23 y 24 años. La dieta, estricta, y el tiempo, pasaba...
Sometido a pruebas de todo tipo, tiene especiales buenas palabras para su nefróloga, Guillermina Fernández, y para otros especialistas que le animaron la espera. Su grupo sanguíneo, el B Positivo, se corresponde con el 8,5% de la población. Del pesimista 'a mí nunca me va tocar' al optimista 'el que llegue será para ti' que le auguraron los médicos. En tres ocasiones le llamaron para reserva pero “no hubo suerte”. Pero aquella navidad de 2011 le trasplantaron “un riñón de lujo”. Tras un seguimiento más intenso al principio, ahora pasa revisiones cada seis meses. “Yo estoy más bien que la mar. El día 18 me toca. Tengo que preguntar si puedo ir al gimnasio”, comenta.
Comenzó a distancia estudios de Antropología e imparte un taller de movilidad de personas mayores en una peña cultural. “Ayudar a los demás”, resumen. Como le ayudaron a él con aquel órgano necesario para llevar una vida normal. No quiere mirar a futuro pero los médicos le dicen que va todo “muy bien” y espero “que dure mucho más”. “Si por mucho que preguntes, te dicen que todo bien, perfecto”. Con 57 años ahora, reconoce que “la vida te cambia totalmente”. “Pasas de un estado de dependencia a manejarte solo” y, con una dieta sana, “sin restricciones alimenticias”. “Lo único triste es que alguien tenga que morir para que tú puedas vivir”, concluye.
La satisfacción de la familia del donante
Precisamente de ese proceso de intercambio se encarga la enfermera coordinadora de trasplantes del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, Elena Correa. Cuando se produce el fallecimiento de un paciente, sus médicos responsables avisan. En ese momento, se le plantea a sus familiares el derecho que tienen a ser donantes de órganos. Es un proceso “muy duro”, reconoce, porque se produce inmediatamente después de haber comunicado la muerte. Es la entrevista de donación, explica, una cosa a la que “nadie se puede habituar”.
“Esa familia te comunica su dolor. La muerte nunca llega en buen momento y deja a esas personas totalmente destrozadas. Eso se palpa. Unos lo exteriorizan llorando y otros con dos lágrimas o ninguna. Para nadie es agradable. Pero esa entrevista ayuda tanto a las personas que puedan ser receptoras como a la familia de los donantes. No ha habido vez que un familiar me haya dicho que se arrepiente de haber donado, porque les ayuda a superar el dolor, la pérdida, y sienten que los receptores, aunque por ley no los puedan conocer, saben que están vivos gracias a sus familiares o que de alguna manera están viviendo en otra persona, más allá de que por supuesto añore su ausencia”.
Una vez que empieza el duelo, este período puede ser más largo o más corto dependiendo de las circunstancias de cada familia, pero no puede alargarse mucho ya que es “una lucha en contra de la naturaleza” y todo depende de la duración de los órganos. “El shock, en cualquier caso, es brutal, porque la calidad de vida previa a este tipo de muertes generalmente era bastante aceptable”. Si la familia acepta, se realizan una serie de pruebas al donante para ver si el órgano o los órganos están bien tras el proceso de la muerte para ser trasplantados.
El resultado se comunica a la Organización Nacional de Trasplantes para ver si en ese momento hay algún tipo de 'urgencia 0' a nivel nacional en busca del receptor más adecuado siguiendo unos criterios prioritarios establecidos. Se programan los quirófanos simultáneamente de donante y receptor, se preparan los líquidos de conservación, las UCI, etc. y, paralelamente, se organizan los medios de transporte que se requieran y se acompaña en todo momento a las familias.
“La negativa familiar ha bajado muchísimo y estamos en continua mejora en todos los sentidos”, apunta. “No se deja de luchar por la vida de alguien cuando fallece, sino que en ese momento va a luchar por la vida de otra persona que necesita de esos órganos para vivir. Por muchos avanaces que tengamos, sin personas solidarias no podemos hacer trasplantes”, señala de su labor también dentro del hospital. La labor de Elena Correa, que ejerce desde 2001, también es extrahospitalaria, fomentando las donaciones de órganos en asociaciones de vecinos, parroquias, etc. La negativa a la donación se ha reducido en Sevilla de un 36% a comienzos de siglo a un 18% aproximadamente. Su “asignatura pendiente” es seguir bajando esa cifra, señala al nombrar a todos los pacientes que conoce que necesitan de ese gesto.