“Merecemos saber cómo se ejecutó a los represaliados de la Guerra Civil y que se condene a los responsables aun después de muertos”
A los 97 años, Martín Arnal Mur todavía reside en su localidad natal, Angüés, donde 31 vecinos fueron detenidos en las primeras horas de la Guerra Civil y ejecutados durante los meses posteriores. Entre ellos, sus hermanos Román y José. Se comunica con su pareja, Ángela, en francés. La lengua que tuvo que aprender y emplear durante su exilio hasta después de la muerte de Franco. Este histórico del anarcosindicalismo aragonés, uno de los últimos testimonios vivos de aquel tiempo, no pide revancha sino reparación. Y mantiene clavadas en el fondo del alma aquellas palabras de Ramón Serrano Súñer: “No hay españoles fuera de España”.
Con salud, una cabeza lúcida, una mente privilegiada y un discurso muy articulado -cumplirá 98 en noviembre, y subiendo-, Martín Arnal ha visto en las últimas semanas cumplido una parte de su objetivo vital. La apertura de una fosa común en el cementerio de Las Mártires de Huesca permitió el hallazgo de los restos de cinco de aquellos angüesinos; también los de su hermano Román, asesinado el 4 de enero de 1937. Los análisis científicos corroboraron que se trataba de él. Martín asistió a aquellas jornadas de trabajo en el camposanto, que seguirán hasta que se complete el objetivo de devolver los nombres y apellidos a 23 de aquellos jóvenes víctimas de la represión.
“Ahora esperamos que llegue septiembre porque continuaremos abriendo otras fosas. Hay mucha gente de Angüés que desapareció en las mismas condiciones que mi hermano en los primeros días de 1937. Por eso pensamos que se queden allí los cuerpos que han permanecido 82 años juntos, pero con un entierro más digno del que tuvieron”, anuncia Martín, que permaneció al lado de los equipos de trabajo con calor seco y frío helador, durante largas horas y sin descomponer el gesto.
Angüés era entonces un foco de militancia anarquista, con una notable presencia de la CNT y la FAI. Con el comienzo de la guerra, los destacamentos de la Guardia Civil de la zona se tuvieron que replegar ante el empuje de las milicias procedentes de Barbastro. En su huida se llevaron consigo detenidos a varios de los habitantes tachados de “rojos” y “con la aquiescencia de la burguesía de Angüés”. Martín se convirtió en testigo directo de unos días marcados por la incertidumbre. “No hubo tribunales ni nada para juzgar a la gente con la guerra en pleno apogeo. Esa gente no tenía nada que ver con el conflicto, pero se siguió matando como si nada hasta después de terminada la guerra., durante toda la dictadura”, lamenta.
Arnal pide hoy “que se haga justicia y se les devuelva la dignidad. Queremos conocer en qué condiciones murieron en medio de una matanza tan terrible”. Con el miedo y la urgencia instalados en el alma, sería movilizado por el ejército republicano para incorporarse al frente de Huesca en 1938 después de participar en la colectivización de la economía y medios de subsistencia del pueblo. “No sabíamos qué iba a suceder con todos ellos, ni tuvimos noticias salvo de algún evadido que nos decía que en esa zona no se respetaba nada y se estaba matando. Tuve que esperar al final de la guerra para conocer, más o menos, lo que había sucedido”; se llevaron a José y a Román presos a Jaca, les reclamaron “los caciques del pueblo y pidieron para ellos la pena de muerte. En una semana mataron a todos”.
Era “un secreto” que comenzó a revelarse con la muerte del dictador. Antes, “los asesinados no existían y no teníamos derecho a acceder a los archivos”. Martín Arnal y otras familias de los represaliados en Aragón han emprendido desde entonces la concreción de un puzzle de muchas piezas. “Una señora me dijo con esperanza que a su marido, según pudo saber, lo habían ‘liberado’ de la cárcel de Huesca. Pero esto solo era una forma de que su director se lavase las manos. Les ‘liberaba’ y en la puerta les estaba esperando la camioneta de la Falange y los requetés para llevárselos y ajusticiarlos en las tapias del cementerio y por las calles. Después se los llevaban en ambulancias y los echaban en las fosas comunes”, rememora.
Martín tomó parte en la construcción de fortificaciones y trincheras en Monflorite y vivió su primer exilio en Francia con el avance imparable de las tropas franquistas. Retornó por Cataluña a comienzos de 1939 para unirse a los últimos coletazos de la Guerra Civil. De nuevo en el país vecino, sus avatares describen la historia europea: estuvo interno en campos de concentración franceses, trabajó en la construcción de la Línea Maginot, huyó de los nazis y reorganizó de forma clandestina la CNT. Formó parte del maquis, responsable de vigilar la frontera y reconocer el terreno para el paso de guerrilleros por la zona de Sobrarbe. “Los aviones alemanes e italianos, que llevaban la iniciativa en la guerra, nos chafaban y no podíamos resistir. Me marché de Huesca a Francia por Benasque con la manta al cuello porque era la única manera de sobrevivir. No era llegar a Francia y ponerse a trabajar. Suponía llegar a un país sin ninguna manera de encontrar trabajo. Fue un exilio terrible. Nos salvó la vida, pero no de las miserias de los campos de concentración del Mediterráneo”, rememora.
Esos campos se levantaron con un eufemismo: “Para ellos era un campo de retención. Sin la pena de muerte, como en Alemania, pero nos faltaban la comida y el aseo. Se trataba, en mi caso, de un terreno con una alambrada alrededor en una playa casi virgen. Nuestro techo era el cielo, y la arena, nuestro colchón. La comida llegaba cada semana en pésimas condiciones. Los primeros tiempos fueron muy malos”. Martín Arnal vivió exiliado en Francia más de 60 años y a partir de 1975 ‘recuperó’ la nacionalidad española. “Serrano Súñer dijo que no éramos españoles porque habíamos renunciado a España. Mintió. Nosotros mantuvimos el amor a España y por eso a la muerte de Franco quisimos regresar para vivir en las mismas condiciones que el resto de españoles”, subraya.
Ahora, asiste con alivio a un cambio de paradigma en la relación del país con su pasado más reciente, que ha pasado en su opinión del olvido a una más que necesaria memoria histórica y sentimental: “Tendríamos que seguir el camino de una verdadera democracia en la que se pudiera juzgar y condenar a los responsables, nos merecemos saber qué hicieron, y conocer las causas de tantas desapariciones. Eso queremos las familias diezmadas por este golpe de estado cruel del fascismo. Ellos son los que empezaron a matar. No digo que no hubiese actos de venganza por parte de los republicanos, pero era un tiempo de guerra y ellos siguieron matando desde el 1 de abril de 1939 hasta 1975. Lo que emprendió Franco fue un genocidio”.