Jánovas, el pueblo que sobrevivió al pantano, recoge su primera cosecha en cuatro décadas
“Quién me iba decir a mí / que soñaba con el mar / que en un maldito pantano / mi pueblo iba a naufragar”, canta Habanera triste, que narra la desdichada historia de Jánovas, Lavelilla y Lacort: los pueblos del valle del Ara, en el Pirineo de Huesca, comenzaron a vaciarse a mediados de los años 60 ante la amenaza de la construcción de un pantano que iba a inundarlos y tras sufrir sus habitantes las presiones que la compañía eléctrica Iberduero desató en la zona. Casi medio siglo después, los descendientes de la primera de esas localidades, convertida en símbolo del rechazo a los embalses que han esquilmado el Pirineo, han recogido, en plena lucha por recuperar las tierras de sus familias, la primera cosecha en cuatro décadas.
El lunes terminó la siega del trigo en el medio centenar largo de hectáreas del paraje conocido como Las Coronas, tierras propiedad de la familia de Ángeles Bail que han sido cultivadas como comunales, explica su esposo, Ángel Costa, que muestra su “ilusión por verlo sembrado y como estaba hace años, después de haberlo visto arruinado”.
La presa de Jánovas, cuya explotación fue concedida a la compañía eléctrica vasca Iberduero en 1945 junto con otros cuatro saltos, fue diseñada para producir energía tras inundar el tramo medio del Ara, uno de los últimos ríos vírgenes del Pirineo. Iba a almacenar 354 hectómetros cúbicos de agua, un volumen aproximadamente similar a 300 veces el del estadio Santiago Bernabéu. Nunca llegó a ser construida y el proyecto, cuya concesión terminó anotado a nombre de Endesa tras absorber esta en el año 2000 a la empresa aragonesa ERZ, fue desestimado en 2001, cuando el Gobierno central declaró inasumible su impacto ambiental.
Dinamita en las casas y el asalto a la escuela
Para entonces, 43 de los 74 pueblos del valle, en los que medio siglo antes vivían más de 4.000 personas, estaban deshabitados. Algunos, como los de La Solana, por el declive de la zona. Otros, como Jánovas, por una combinación de factores, terribles algunos de ellos: operarios de Iberduero dinamitaban la estructura interior de las casas según iban quedando deshabitadas.
La escuela cerró en febrero de 1966. “Yo lo presencié. Estaba a punto de cumplir doce años. Éramos once críos en clase”, recuerda Jesús Garcés, miembro de la última familia que dejó el pueblo, ya en 1984. “Abrió la puerta de una patada, fue a la mesa de la maestra y la cogió de los pelos mientras le gritaba: 'te dije ayer que no volvieras a abrirla'”, cuenta. Se le tensa el rostro cuando pronuncia el nombre del empleado bilbaíno de Iberduero que protagonizó el asalto: “La sacó de la escuela a estirones y la arrastró hasta la mitad de la escalera”. La maestra no volvió. Tampoco ninguna otra. La escuela, un caserón de piedra de tres plantas, es hoy un centro social, la primera casa que los hijos de Jánovas han podido recuperar.
Jesús y su hermano son dos de los cinco descendientes del pueblo que, como Bail, han logrado la reversión de las tierras que les fueron expropiadas a sus familias. Las leyes franquistas amparaban la expropiación de bienes a favor de empresas privadas si sus proyectos habían sido declarados de interés público. Sin embargo, el proceso de reversión no pudo comenzar hasta que en 2008 el Ministerio de Medio Ambiente declaró formalmente extinguida la concesión del salto hidroeléctrico. Y no va precisamente con fluidez.
Atasco burocrático
“Desde la expropiación no ha cambiado mucho la cosa. Falta un perdón, que alguien reconozca que se equivocaron y que agilicen los trámites”, señala Óscar Espinosa, otro de los cinco descendientes del pueblo que ha firmado la reversión. “Muchas familias no tienen dinero para volver –explica-. No hay ayudas, y vuelven a sus casas en ruinas”.
Los antiguos vecinos y sus descendientes se están encontrando con un problema registral. “Iberduero –explica Espinosa- anotaba en los acuerdos de expropiación con las familias superficies menores de las que adquiría en realidad, para pagar menos por los terrenos, y eso hace que los datos del Catastro no coincidan con los del Registro de la Propiedad. Eso está retrasando mucho los trámites”. “La Confederación [Hidrográfica del Ebro] va resolviendo expedientes y Endesa tiene preparados otros 19 –añade-, pero lo cierto es que solo hemos firmado cinco familias. Esto va muy lento”.
Mientras Endesa asume el pago de indemnizaciones por un proyecto heredado que nunca llegará a explotar, lo que hace prever un nuevo pleito millonario con la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), los descendientes de Jánovas aprovechan fines de semana y días libres para trabajar en la recuperación de Jánovas, integrado hoy en el término municipal de Fiscal. El 26 de septiembre, el pueblo que sobrevivió al pantano celebrará de nuevo su fiesta local.