“El diseño de las ciudades no facilita la conciliación”
Nos citamos con Adriana Ciocoletto (Buenos Aires, 1971) a las puertas del Centro Cívico Estación del Norte de Zaragoza, unos minutos antes de que comience una charla organizada por la Federación de Asociaciones de Barrios de Zaragoza.
Llega en taxi, acompañada por su pareja y su hijo, un chaval que aprovecha la entrevista para ir y venir con un patinete. Señalándole, Ciocoletto se disculpa por haber llegado con el tiempo más justo de lo previsto. “Es lo que ocurre cuando intentas hacer todo a la vez”, comenta. Precisamente de eso trata el urbanismo feminista.
¿Qué supone aplicar la perspectiva de género al urbanismo?
La perspectiva de género visibiliza los roles, es decir, cómo la sociedad nos ha organizado a hombres y a mujeres, dividiendo las tareas según el género. La idea no es perpetuar estos roles, sino todo lo contrario: romperlos para hacer una sociedad más equilibrada en la que cada persona asuma sus responsabilidades. En este contexto, el urbanismo con perspectiva de género analiza cómo las personas utilizamos el espacio urbano, los equipamientos, las calles, las plazas, las viviendas, el transporte público… en función de los roles de género asignados culturalmente. Según esos roles, hay personas cuidadoras, otras que se dedican a trabajar, a estudiar... Y hay personas que hacen todo a la vez: sería el rol femenino más complejo. El ejemplo práctico sería pensar en personas que salen de casa, van a hacer la compra, llevan a un niño al colegio, acompañan a un mayor a un centro de salud, usan el transporte público para ir a trabajar, vuelven, terminan de comprar, recogen al niño del colegio... tienen un movimiento en el espacio urbano muy complejo, porque se encargan de realizar un montón de tareas diferentes: las reproductivas, las del cuidado y también las productivas, más relacionadas con el rol masculino tradicional. Esto supone un uso de los espacios urbanos muy complejo y muy poco analizado. La perspectiva de género piensa en esta complejidad y habla de que la ciudad que más se adapta a las personas que hacen todas estas actividades es la ciudad más mixta, más compacta, donde tenemos todo más a mano, nos podemos mover a pie o en transporte público y hay diversidad de usos en todas las zonas.
Entonces, ¿las ciudades están diseñadas para hombres?
El urbanismo se simplificó mucho para crear áreas mono-funcionales: zonas solo de trabajo en fábricas, solo de oficinas, espacios donde solo se compra o barrios donde solo hay vivienda. Es un diseño que considera que somos personas que solo vivimos en un barrio o que solo vamos a trabajar a un lugar. No tiene en cuenta a las personas que hacen todos los roles a la vez. Sin embargo, no es que sean ciudades “para hombres”, porque las mujeres también ejercemos roles tradicionalmente masculinos, con el trabajo remunerado. El problema es que la ciudad no facilita que algunas personas ejerzan varios roles a la vez.
¿En la ciudad tradicional, antes de los polígonos industriales y de las ciudades dormitorio, no existía este problema?
La estructura tradicional no respondía al concepto actual del cuidado, a la conciliación: las mujeres siempre trabajaron, pero también trabajaban sus hijos con ellas. Sin embargo, en cuanto a la estructura urbana, la proximidad sí permitiría conciliar diferentes roles. Por eso, nos interesan los pequeños comercios de proximidad y no favorecer que se instalen grandes superficies comerciales. Se trata de tener una panadería, una ferretería y una mercería cerca de casa. O un local donde podamos trabajar.
¿No cabe entonces ningún centro comercial en esa ciudad que proponéis?
Los mercados municipales son grandes superficies con una lógica que responde más a lo que planteamos: una gran concentración de pequeños comercios. Los comercios intermedios pueden funcionar, pero la experiencia está demostrando que, lamentablemente, las grandes superficies, no.
¿La perspectiva de género en el urbanismo llevaría también a ahorros energéticos?
Sí, una ciudad que prioriza los cuidados es más sostenible. Pero la ciudad sostenible no siempre es una ciudad que respeta la perspectiva de género. ¿Por qué? Porque un transporte público que no contamine, carril bici y peatonalización no son suficientes si no responden a lo que llamamos “la red cotidiana”. Por ejemplo, una calle peatonal que no conecta el colegio o el centro de salud es más sostenible, pero no responde a la vida cotidiana del cuidado de las personas.
¿No puede ser una visión demasiado idealista? Podemos elegir nuestra vivienda, pero no siempre podemos elegir dónde está situado nuestro centro de trabajo...
No tanto, porque lo de elegir la vivienda es relativo. La ciudad debería tener una mezcla social en todas sus zonas, de manera que deberíamos poder pagar un piso cerca de nuestro trabajo. Además, nosotras creemos que con una distribución realmente equilibrada, debería haber puestos de trabajo en diferentes lugares. Tampoco se trata de tener el trabajo en la puerta de casa. Si tenemos un buen transporte público, que nos permita llegar en media hora, es suficiente.
¿Hay alguna ciudad modelo en perspectiva de género en el urbanismo?
El caso más conocido es el de Viena, que ha aplicado esta perspectiva a través de una oficina de urbanismo creada con esa intencionalidad. Ha construido barrios mixtos, que tienen lugares con plantas bajas para oficinas, zonas compartidas de espacio público, lugares de cuidado y de colectivizar el lavado, de almacenamiento en un espacio común... En la bibliografía urbanística, también hay experiencias de finales del siglo XIX y principios del XX, pero cuesta encontrarlas, no han sido visibilizadas. En España, la perspectiva de género no se ha aplicado al urbanismo, pero sí hay mucho trabajo teórico.
¿La transformación hacia una ciudad con perspectiva de género sería lenta?
No obligatoriamente. Nosotras creemos que estas transformaciones que mejoran la vida de la gente son fáciles de conseguir: los centros de las ciudades suelen tener una base para empezar a trabajar. Consiste en adaptar los horarios de transporte público, que están pensados para horas pico a las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, pero no para ir al centro de salud a las once. O conectar bien la red cotidiana: el centro de salud, el colegio, las zonas de juego, las paradas de transporte público. La inversión pública puede ser mínima; a veces, solo falta una buena señalización, colocar bancos cada cierto espacio, pasos de cebra, semáforos adecuados... Son cosas muy concretas, no hay que cambiar tanto.