“Cuando dejé mi casa porque los israelíes lo bombardeaban todo, se perdió el romanticismo del periodismo”
Isabel Pérez nació en Ejea de los Caballeros (Zaragoza) el 5 de junio de 1982. Con 30 años, en enero de 2013, y tras casarse con un palestino, decidió irse a vivir a Gaza. Fue, como ella misma dice, “una (agradable) obligación”. Allí trabaja como periodista freelance para distintos medios como eldiario.es, El Mundo, La Marea y es la corresponsal en Gaza para HispanTV.
Estudió Árabe en la Universidad de Alejandría (Egipto) y Lengua y Estudios persas en la de Teherán (Irán). Recibió el Premio Día del Periodista Palestino en 2013 y el Premio Tierra Palestina 2015.
Son casi tres años en Gaza, pero no se acostumbra a ver “una muerte prematura o la sangrienta injusticia”. Gaza es una montaña rusa, explica, “y ahora estamos en momento de ascensión”. A pesar de todo tiene tiempo para contestarnos unas cuantas preguntas vía mail. En medio de la que para muchos palestinos ya es una nueva Intifada, Isabel Pérez nos acerca la realidad de una ocupación.
La primera pregunta se la habrán hecho mil veces, ¿Qué hace una ejeana en Gaza?
Trabajar e intentar vivir. La pregunta sería: ¿qué es lo que no hago en Gaza que podría estar haciendo en Ejea? Ahí ya te daría una larguísima lista.
En las facultades de Periodismo, siempre se habla de ser reportero/a de guerra como lo máximo alcanzable, ¿Era usted de las que lo decía? ¿Siempre ha querido hacer lo que está haciendo?
Lo recuerdo muy bien… los estudiantes decíamos siempre que los reporteros de guerra son la repera, pero nunca nos parábamos a pensar en los reporteros que, desgraciadamente, tienen que cubrir una guerra en su propio país. Eso ya cambia la historia bastante. En el momento en el que tuve que volver rápidamente con el coche a casa a coger ropa (para dormir en la oficina), despedirme de mis familiares gazatíes (que dejaba prácticamente sin protección alguna) y decir adiós a mi casa (porque los israelíes estaban bombardeando casas sin ton ni son), en ese momento se desvaneció el romanticismo del periodismo. Era julio de 2014 y acababa de empezar la operación militar Margen Protector. Definitivamente estoy haciendo lo que quería hacer, contar lo que sucede, transmitir el dolor de los que sufren. Sin embargo, a la vez que disfruto, lloro. Cuando siento que mi trabajo es reconocido, me vienen a la cabeza los rostros de las personas que he entrevistado. Recuerdo el momento en el que, al levantar la vista del cuaderno donde tomo notas, veo a esas personas llorando, rotas. Los periodistas hacemos daño, es inevitable. Si no queremos hacerlo, no debemos hacer preguntas y es precisamente de eso de lo que se trata nuestro trabajo. De todos modos, yo no soy reportera de guerra, yo vivo y trabajo en Gaza y, aunque quisiera hacerlo, no puedo ir de un país a otro cubriendo guerras debido al bloqueo. No puedo salir y entrar cuando me plazca. No tengo libertad. Vivimos encerrados.
¿Cómo surgió la opción de irse?
No fue una opción, fue una (agradable) obligación.
¿Cómo es su vida en Gaza?
Caótica y muy intensa. No hay electricidad las 24 horas del día. Tenemos turnos de 8 horas. Eso cuando no hay crisis de combustible. Cuando voy conduciendo voy mirando la cantidad de gasolina que queda en el tanque, es un poco estresante saber que Israel va a cerrar el paso de Karem Abu Salem y nos vamos a quedar sin combustible. Nos duchamos con agua salada y, por cierto, contaminada. Ni te cuento la de veces que he pillado bacterias en mi estómago por el agua, aunque sea tratada. Las centrales de tratamiento de agua están obsoletas porque no dejan entrar material a Gaza. Lo peor de todo es escuchar cada día historias terribles de injusticias y asesinatos. Bombardeos que no son un objetivo militar, muertes de niños indefensos, jovencísimas madres que se quedan viudas… Hay que tener un buen mecanismo de canalización y control para estos momentos.
¿Cuál es la situación actual?
Esto es como una montaña rusa y ahora estamos en un momento de ascensión. Podemos llegar a bajar de nuevo a niveles de violencia menores o seguir subiendo. Nunca se sabe. Pero lo más seguro es que, si hay una decisión política auspiciada por EEUU, la violencia vuelva a estallar pasado el tiempo. Aquí no se trata de decidir abortar la violencia, sino de zanjar el problema principal que es la ocupación de Palestina.
¿Va a llegar la tercera Intifada? ¿Ha comenzado ya?
Para muchos palestinos, sí, esto es una Intifada y la llaman Intifada de Al-Aqsa o Intifada de Jerusalén. Si echamos la vista atrás y analizamos cómo fueron las dos anteriores intifadas, lo que ahora ocurre tiene características diferentes porque la coyuntura es diferente. Hay una división territorial e incluso política entre los palestinos y para que haya una Intifada, llamémosle, tradicional, debería haber una orquestación entre las facciones palestinas. Hoy no hay sintonía entre ellas. Por un lado tenemos al presidente palestino, Abu Mazen, pidiendo calma y que finalicen los altercados. Por otro, las facciones islamistas, incluso de izquierdas, pidiendo más, quieren que los palestinos continúen saliendo a las calles. Llevamos más de dos semanas de protestas y choques entre palestinos y fuerzas israelíes y la cuestión no es cómo llamar a esto, sino por qué sucede esto. Hay que observar quiénes son los sujetos que se están enfrentando: fuerzas israelíes y palestinos, con piedras, cócteles molotov y, desgraciadamente, cuchillos. Aún más, no es la coyuntura la que debe dictar lo que vaya a suceder, es un error de profundidad solo pensar en cómo están viviendo ahora los palestinos. Hay que dar a conocer la base de esta violencia. Hay que preguntarse: ¿Quién empezó matando en esta tierra?
¿Hay solución para este conflicto?
Sí, claro que la hay, pero no es la solución de dos Estados. El camino por donde marcha la política israelí es insostenible y de igual modo lo es la política del Gobierno de Hamas en la Franja de Gaza y de la Autoridad Palestina en Cisjordania. La solución sería la desmilitarización de palestinos e israelíes y la implantación de una hoja de ruta de cambios políticos, educación social y cívica. Hay que hacer uso de la democracia y el respeto a la pluralidad, cambiar los regímenes israelí y palestinos en un gobierno único para todos. Antes hay que romper con lo que Ilan Pappé llama ‘la ortodoxia de la paz’. ¿Quién puede creerse ya lo de “un proceso de paz”? Este historiador y escritor israelí habla de descolonizar Palestina, cambiar el régimen y apostar por la solución de un Estado. Un Estado democrático para todos, palestinos e israelíes, y quien se quiera apuntar.
¿Quieren Europa y Estados Unidos que acabe el conflicto o no les interesa?
No es considerable para EEUU ni para Europa. Definitivamente. Ya lo dijo el escritor palestino Ghassan Kanafani: “Si el Hitlerismo (el Nazismo) fue responsable del terrorismo contra los judíos alemanes y les obligó a escapar, el Capitalismo ‘democrático’ fue el responsable junto con el Sionismo de dirigir una parte grande, relativamente, de esta emigración (judía) a Palestina”.
¿Cómo es la vida en Gaza? La de la gente de allí.
En Gaza se cuenta este chiste: la vida en Gaza es como vivir en el paraíso porque nadie trabaja. El mayor problema es que no hay trabajo, no hay ingresos, aumenta la pobreza y la inseguridad alimentaria, aumentan los problemas, las enfermedades, sigue el bloqueo israelí… pero la gente sigue viviendo y contando chistes.
¿Se acostumbra a ver ciertas imágenes? Por ejemplo la de la niña de 15 años asesinada.
No, nunca me acostumbro. Nadie se acostumbra a ver una muerte prematura o la sangrienta injusticia.
¿Tiene miedo?
Tengo miedo de que los palestinos no se reconcilien entre ellos, políticamente.
¿Se ve trabajando fuera de Gaza? ¿O cree que estará mucho tiempo allí?
De momento no estoy pensando en salir de Gaza. Los planes en Gaza, cuanto más cercanos en el tiempo, más certeros.