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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

“Entré en la cárcel con orgullo”

Amber Canavan, animalista encarcelada por liberar a dos patos de una granja de foie gras.

Dani Cabezas

Ocurrió en 2011. La activista por los derechos de los animales Amber Canavan, entonces estudiante universitaria, accedió a la mayor fábrica de 'foie gras' de EE.UU., Hudson Valley, en el estado de Nueva York. Allí grabó las miserables condiciones de vida de los patos y rescató a dos de ellos, que acabaron en un santuario de animales. La acción le supuso 45 días de prisión.

La sentencia quiso servir de ejemplo para cualquier otro activista que ose poner en tela de juicio lo que ocurre tras los muros de la industria ganadera. Y trató de ser, sobre todo, un espaldarazo a la cruel y controvertida industria del 'foie gras', en la que los patos son hacinados y alimentados forzosamente para que su hígado crezca hasta reventar, tal y como en su día denunciaron organizaciones como Igualdad Animal. Una brutal explotación que ha sido prohibida en países como Alemania, Argentina, Austria, Dinamarca, Finlandia, Holanda, Inglaterra, Irlanda, Israel, Italia, Luxemburgo, Noruega, Polonia, República Checa, Suecia, Suiza o Turquía. No en España ni en Francia.

Hoy, meses después de haber salido de la cárcel, Amber ha dejado atrás aquel episodio, pero no su activismo ni su compromiso con los derechos de los animales. Ya graduada, ha aplicado sus conocimientos científicos a su trabajo en People for the Ethical Treatment of Animals (PETA), organización desde la que lucha para acabar con la experimentación en animales. Desde Siracusa, en Nueva York, atiende a las preguntas de El Caballo de Nietzsche.

¿Cómo estás?

Bien. Tras salir de la cárcel, donde pasé el verano, encontré el trabajo de mis sueños en PETA. Parece que fue hace mucho tiempo, pero en realidad solo han pasado unos pocos meses. Sigo pensando en ello cada día, y me acuerdo especialmente de las mujeres con las que conviví durante esas semanas.

Volvamos al principio. ¿En qué momento decidiste embarcarte en una acción como la que te llevó a prisión?

Creo que ya había tomado esa decisión muchos años atrás. Con 14 años empecé a informarme sobre el sufrimiento de los animales en laboratorios, granjas industriales y mataderos. Dediqué mucho tiempo a trabajar en campañas en defensa de los derechos de los animales. Y cuando tuve la oportunidad de dar un paso más y ayudarlos de manera directa, simplemente lo hice.

¿Pensaste en las consecuencias penales que podría tener acceder a Hudson Valley?

Sabía que había un riesgo. Pero si solo te preocupas por las consecuencias de tus actos, jamás lograrás nada. Ni para ti, ni para los animales. La vida es de los que arriesgan.

¿Cómo entraste en la granja?

Simplemente entré. No había ninguna puerta cerrada, y las señales que decían que allí había cámaras de seguridad eran falsas. Existe el mito de que las granjas industriales son fortalezas inexpugnables, pero la realidad es que, aunque es posible que alguna lo sea, la mayoría no lo son.

¿Cuál era tu intención? ¿Ibas con la idea clara de llevarte alguno de esos animales?

La idea inicial era documentar todo lo que allí ocurre, pero fue imposible: hay miles de patos, y todos están sufriendo por alguna u otra enfermedad o a causa de la alimentación forzosa a la que les someten tres veces al día. De haberse quedado la acción simplemente en un vídeo es posible que no hubiera acabado en la cárcel. Pero no podía soportar la idea de salir de allí con las manos vacías, sabiendo que al amanecer muchos de ellos ya no estarían vivos.

¿Cómo fue el proceso judicial?

La Fiscalía me ofreció un acuerdo de culpabilidad. Accedí porque con él se protegía al resto de personas que se involucraron en la investigación y, sobre todo, a los patos que fueron rescatados. Sabía que la sentencia iba a perjudicar a la reputación de la empresa más que a mí, por lo que entré en la cárcel con orgullo.

¿Crees que la sentencia es un aviso a otros activistas?

Sin duda. De hecho, el principal argumento de la fiscalía para pedir la cárcel fue “hacer reflexionar” a cualquier otro activista que se atreva a ayudar a los patos, ya sea filmando sus condiciones de vida o rescatándolos. Pero no lo han conseguido, ni lo conseguirán. Cada pocos años, los juzgados sientan en el banquillo a un activista que ha accedido a las instalaciones de esa granja. A lo largo de mi acusación se me acercó mucha gente que me dijo que habían entrado sin permiso y nunca fueron atrapados. Incluso uno de los guardias de la cárcel admitió abiertamente haberse llevado a dos patos que ahora viven a salvo en su casa tras volcar un camión que los transportaba. Cada vez que un activista es procesado, la imagen de los explotadores de los animales empeora. Y potencia la idea de que los animales merecen libertad. Los activistas por los derechos de los animales estamos en el lado correcto de la historia.

Una vez dentro de la cárcel, ¿fuiste consciente del revuelo que se formó en el exterior, incluso con la campaña en change.org en la que se recogieron más de 100.000 firmas en tu apoyo?

Sí. El actor James Cromwell pasó por la cárcel el mismo día que ingresé para manifestarse en contra de mi encarcelamiento. Eso contribuyó a obtener una gran cantidad de atención por parte de los medios. El primer día que pude acceder al correo tenía unas 50 cartas de apoyo. Incluso uno de los guardias me llegó a preguntar si era alguna actriz famosa. Agradecí muchísimo todo ese apoyo. Desde luego que estar en la cárcel es duro, pero es tolerable si estás allí por una buena razón. He experimentado el aislamiento y el hacinamiento, algo que los animales sufren todos los días, durante toda su vida y en dosis mucho mayores. Así que haber pasado por la cárcel sólo sirve para reafirmarme aún más en mis convicciones.

¿Cómo fue tu relación con el resto de presas?

Con aquellas que se interesaron por mi caso hablé sobre derechos de los animales, y del mismo modo también aprendí mucho de ellas. La mayoría de aquellas mujeres está en prisión por delitos no violentos, como el alcohol o las drogas. Muchas son muy pobres y no tienen la posibilidad de contar con toda la red de apoyo que tuve yo.

¿Crees que la gente está cada vez más concienciada sobre lo que implica el consumo de 'foie gras'?

Creo que, en general, la gente es más consciente hoy en día de lo que es el 'foie gras' y lo que les sucede a los animales para que ellos puedan comerlo. Sin embargo, y por alguna razón, parte de la cultura gastronómica actual ve como un motivo de orgullo comer algo que muchos otros consideran incorrecto. Eso ha supuesto un importante retroceso. Después de décadas de campañas educativas por parte de las organizaciones que defienden a los animales, la industria del 'foie gras' se ha visto obligada a poner en sus productos etiquetas inútiles y absurdas como 'cage free' (sin jaulas), del mismo modo que hace ahora la industria de la carne o los huevos. En cualquier caso, y aunque siempre haya quien se siga aferrando a su 'foie gras' hasta el final, creo que como sociedad estamos empezando a dejar atrás esta horrible práctica.

¿Qué le dirías a la gente que sigue consumiéndolo?

Simplemente les preguntaría si han visto un vídeo de cómo se produce. Gente como yo arriesgó su libertad para que puedan verse imágenes como esas, así que si van a dar su dinero a esa industria es lo mínimo que deberían hacer.

Por último, ¿qué fue de los patos que rescataste? ¿Has vuelto a verlos?

Por su propia seguridad, soy la primera que no sé exactamente dónde están. Pero me basta con saber que están a salvo, que son queridos y que están muy lejos de aquellos que les hicieron tanto daño.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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