CARTA A VULCANO
Por Elvira Lindo
Querido Vulcano:
Espero que a la llegada de la presente estés vivo y en buen estado de salud. Te parecerá un comienzo demasiado dramático pero es que no sabes, Vulcano, no te imaginas la que hay aquí liada. Desde que nos dejaste todo son rumores. Yo no soy muy amigo de alimentar bulos ni tampoco partidario de las teorías de la conspiración, pero comprenderás que aunque uno quiera permanecer al margen de lo que yo llamo “el tema estrella” llega un momento en que, sinceramente, es imposible mantener la calma.
Ya va para un año que nos dejaste. Como te habías granjeado ese prestigio de elitista y misterioso muchos pensamos que te las habías apañado para buscarte un retiro de ensueño a nuestras espaldas; por otra parte, no sé cuál podría ser, porque, sinceramente, creo que vivimos mejor que queremos, en comunión con la naturaleza, con un sol que nos ilumina y una luna que viste de plata nuestras noches. Dan ganas de ser poeta. Yo, humildemente, lo soy un poco. Te confieso que no son pocos los momentos en que me aparto de la manada para rumiar sonetos. Esa es la razón por la que aquí me consideran un inocentón, un infeliz. Qué quieres que te diga, prefiero ser inocentón a elucubrar horrores.
Es que no me cabe en la cabeza, Vulcano, lo que por aquí se comenta. Hay noches, amigo, en que a la manada le dan las del alba con ese cuento de que fuiste sacrificado como si fueras un asesino. Dicen que los humanos que habitualmente nos observan te seleccionaron por bravo y hermoso y que tú les seguiste confiado, manso como una vaca, agradecido por haber sido distinguido entre todos nosotros, pensando quizá en que te trasladaban al paraíso de los astados. Pero, ay, Vulcano, también dicen que no se trataba de premiarte sino de pasearte por las laberínticas calles de los hombres, escupiéndote insultos, mareándote, asustándote, clavándote puñales, hasta volverte loco, y que cuando estuviste así, presa de la desesperación por no entender el motivo de tan inmerecido castigo, te clavaron una lanza en el costado, que te atravesó el lomo y te alcanzó el corazón.
Cierto es que nuestra relación con los hombres es distante. Somos de natural tímido y nos cuesta abrirnos a los desconocidos pero nuestra relación con ellos siempre se produce en términos de buena educación y discreto entendimiento. Al menos eso es lo que yo, el “inocentón”, he percibido hasta ahora.
Vulcano, si yo diera crédito a historia tan cruel tendría que pensar que hay hombres más allá de estas tierras en las que a diario cultivamos la armonía que no nos consideran sus hermanos, que hay humanos capaces de matar a quienes habitan la tierra con tanto derecho como ellos; si yo les creyera, amigo, debería admitir que estamos ante un caso de degeneración de una especie, de una raza que asesina sin razón alguna, por pura diversión, por contemplar el dolor en alguien que no puede defenderse, que se encuentra acorralado. Y no puedo entregarme a ese pensamiento porque se me parte el corazón, y me duele tanto como si me clavaran esa lanza que dicen que acabó contigo.
Ellos, los hombres, me bautizaron como “Elegido” y de alguna manera así me considero: tiendo a la ensoñación y a la caída de la tarde me siento uno con el cosmos. Soy un toro enamorado de la luna que abandona por las noches la manada para perderme en rimas y estrofas. Pero de un año a esta parte ese nombre me acecha como si me avisara un destino fatal y me golpea el ánimo. Pienso si no seré yo el siguiente, si no estaré marcado desde mi nacimiento. Allá donde estés, Vulcano, mándame una señal. Alíviame este tormento. Dime que no es cierto que estoy condenado. Dime por qué nos abandonaste. En este monte de los olivos en que me hallo, apartado esta noche de los otros, me atormento pensando cuál habrá sido mi culpa. Y sinceramente, Vulcano, no la encuentro.
Queda en espera de tu respuesta este al que puedes llamar hermano,
Elegido
CARTA A ELEGIDO
Por Julio Ortega Fraile
Querido Elegido,
No conoces mi rostro ni yo el tuyo. Los toros no navegamos por internet y menos si estamos muertos. Pero dicen que la verdadera muerte, la definitiva, sólo llega de la mano del olvido, así que en cierto modo yo sigo vivo, al igual que tú, de alguna manera, ya estás muerto.
Te veo con sus ojos, con millones de ojos; te escribo con sus manos; te recuerdo con sus memorias y te sufro con sus corazones, millones de corazones infatigables, los de todas esas personas que hoy se duelen y luchan por ti como hace un año padecieron y pelearon por mí, para salvarme, pero no lo lograron, por eso terminaron desencajados en arcadas al contemplar mi cadáver embadurnado con la tierra de la Vega, con las babas de los lanceros y con la sangre de mis arterias, seccionadas como mis músculos, mis nervios, mis vísceras y mis huesos.
Estas palabras son la voz de los que no te olvidan ni me olvidan. Tampoco a los nos hacen esto. ¿De qué serviría pronunciar el nombre de una víctima si se silencia el de su ejecutor? ¿De qué valdría llorarla sin dejarse la piel en impedir la siguiente?
Sí, Elegido, yo soy Vulcano y los rumores eran ciertos, pero no fue una sola lanza la que clavaron en mi costado sino muchas y en cada rincón de cuerpo, yo soy el toro al que alancearon hasta matarme en Tordesillas el 17 de septiembre de 2013, del mismo modo que tú serás torturado y asesinado allí el 16 de septiembre de 2014. Y la verdad es que me pongo a responderte sin saber muy bien ni qué decirte porque yo, compañero, tampoco entiendo nada. Cómo explicarte lo que te van a hacer pero, sobre todo, cómo encontrarle un solo motivo, una sola justificación que no suene a canallada.
Los de nuestra especie deseamos todos lo mismo. Unos más juguetones y otros más serios, más bravos o más mansos, más fuertes o más débiles, todos, sin excepción, queremos vivir en paz y ninguno de nosotros mata por diversión. No hay toros asesinos, sólo asesinan los humanos. No hay toros depredadores, somos herbívoros. Lo que hay son toros asustados, agotados, medio ciegos y heridos, que a veces se revuelven ante su verdugo como único y último recurso desesperado antes de morir, cuando comprenden que la huida ya es tan imposible como inútil. Como haría una gacela, como haría cualquier hombre; ¿cuántos se reconocerían con esa conducta como depredadores y asesinos?.
Así que, cómo asumir que entre ellos, que tantas lágrimas derraman por nuestro sufrimiento, que de angustia cierran los puños y abren las náuseas, que de rabia hacen añicos sus gargantas en gritos y que de esperanza convocan marchas, sostienen pancartas, leen manifiestos, firman, exigen, informan, denuncian y hasta reciben insultos, amenazas, puñetazos o pedradas, cómo entender que entre esos, de su misma especie, con sus mismos derechos y obligaciones, con su mismo corazón, se encuentran los que nos martirizan y asesinan, los que lo pagan y los que lo aplauden. Los que sonríen satisfechos ante nuestra última convulsión.
Saldrás con miedo, y con mucho miedo bajarás la calle del Empedrado, cruzarás el puente sin retorno sobre el Duero y alcanzarás el Cristo de las Batallas presintiendo que algo terrible va a ocurrir pero, ¿sabes una cosa, Elegido?, te estarás equivocando porque no será como piensas sino mucho, muchísimo peor, será infinitamente más doloroso y cruel que lo que intuirás antes de llegar a ese lugar al que llaman Campo del Honor. Como lo lees: ¡Campo del Honor! Que no te extrañe lo cínico del nombre, mi desdichado hermano, para lo que no es más que un recogedero de escupitajos con polvo de los hombres y de tu sangre, que no te asombre porque a esa ejecución sañuda y cobarde, con cientos de sayones y una sola víctima indefensa, tú, la denominan Torneo.
Morirás a lanzadas, como yo hace un año. Puede que incluso te griten hijodeputa, como a Moscatel en 2009 cuando trataban de arrancarle la lanza que tenía ensartada a base de tirar remover y escarbar, pero tan hundida estaba en su cuerpo que eran incapaces de sacarla. O que te apuntillen repetidamente con un destornillador para rematarte, como a Afligido en 2011. Y el año que viene serás tú, querido Elegido, el que le escribas una carta parecida a esta a como quiera que se llame el infortunado toro que los hombres escojan para entretenerse en 2015. Y así, septiembre tras septiembre hasta quién sabe cuándo. Cerca de quinientos años y de quinientos toros de la vega después, millones de personas hartas, horrorizadas y asqueadas no han conseguido todavía evitar que unos cuantos miles de miserables, violentos y cobardes, cometan un crimen que desordena los estómagos y desliza cuchillas por las conciencias de todos más allá de la Tordesillas sociológicamente anclada en el más ruin y letal de los primitivismos.
Ellos hablan de una virgen, de tradición, de honor, de virilidad, de respeto. La verdad es que leyendo sus reglas y principios cualquiera pensaría que esa mañana te sueltan para rascarte el lomo, ofrecerte agua fresca y regalarte la hierba más apetitosa del prado, pero no, no te darán nada de eso. No sé el verdadero motivo y, sobre todo, desconozco por qué tienen autorización para hacer algo así, lo único de lo que estoy seguro es de que tu sufrimiento físico y psíquico será atroz y todo lo prolongado e intenso que ellos sean capaces de lograr. No les sirve que tu agonía sea corta, tras un año de espera no se conforman con unos pocos minutos. Y si alguien te cuenta que si consigues ir más allá del Campo del Honor salvarás tu vida no le creas, miente, te matarán igual, como hicieron con Volante en 2012, aunque él atravesó el límite a partir del cual tendría que haber sido indultado. Los lanceros de Tordesillas no tienen problemas para engañar en las intenciones ni en las normas. De hecho no tienen problemas para torturar a un ser vivo por diversión hasta matarlo.
Adiós, Elegido, adiós mi querido poeta. Ya estás muerto, como yo. Tus versos suenan cada vez más a réquiem, por ti. Para reunirte conmigo sólo te faltan unas pocas hojas del calendario, sólo resta que amanezca el día que le abre la puerta a la violencia, al sadismo y a la locura, que llegue la mañana que se la cierra a la decencia, a la justicia y a la compasión. Nada más.
Hasta ahora, Elegido, hasta ahora mismo. No era esta la respuesta que hubiese deseado darte.
Vulcano