El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
Perros abandonados, en muchos casos maltratados casi hasta la muerte, buscan una segunda oportunidad y demuestran, posando para fotógrafos profesionales, que lo han perdido casi todo, pero mantienen la dignidad.
El momento de la adopción de Atreyu tuvo unos testigos de excepción: Merce y Andrés. Juntos crearon FotopetsFotopets, una empresa dedicada a hacer retratos profesionales de animales considerados de compañía. Muchos de sus clientes son adoptantes, y desde el principio decidieron que en esos casos donarían el 10% del precio a la asociación o protectora donde hubiera sido adoptado el animal. Pero se les quedaba corto. Querían hacer más, y encontraron la forma. Cogieron las cámaras y empezaron a contactar con asociaciones para hacer retratos profesionales de los animales en busca de familia, para facilitar su adopción.
Atreyu había sido abandonado, ni siquiera sabemos por quién. Fue uno de los 150.000 animales de compañía abandonados cada año en España. La mayoría son perros, como Atreyu. Pero también gatos, conejos, cerdos vietnamitas… Las cifras oficiales, las manejadas por las administraciones, los reducen a unos 120.000, pero las protectoras, las que realmente saben a cuántos animales rescatan, a cuántos no pueden ayudar y cuántos son sacrificados sin haber tenido una nueva oportunidad, no bajan de los 150.000.
La mayoría de esos animales se queda en el anonimato, en una historia sin pasado y la mayor parte de las veces sin futuro, en una mirada que vaga por las calles intentando sobrevivir en medio de la indiferencia, cuando no de la hostilidad.
Pero Atreyu tuvo suerte. Alguien avisó, y una protectora acudió. Fue rescatado por el Albergue Solidario de Dora. Después llegó una casa de acogida, en la que pudo recuperarse de sus heridas, tanto físicas como emocionales. Llegó la ayuda de los veterinarios, de los educadores, el tratamiento para su leishmaniosis y los cuidados que le permitieron volver a confiar en los humanos. Y llegó, por fin, una familia, de la mano de Apa Más Vida. Su pasado de abandono, sus tres años cumplidos y su enfermedad, controlada pero que obliga a un seguimiento y a un tratamiento durante toda su vida, dificultaban su adopción. Pero llegaron ellos, una pareja con dos hijos y otro en camino, deseosos de compartir su vida con un perro adulto, tranquilo, grande, con el que los niños pudieran jugar sin riesgo de intimidarle y asustarle, para evitar así problemas de comportamiento.
Atreyu es feliz con su nueva familia, que sabe lo que implica adoptar a un perro. Adoptar es mucho más que elegir a un perro y llevártelo a casa. Adoptar es más bien dejarte adoptar por el perro, sentir que te reconoce como su nuevo hogar. Es asumir un pasado desconocido, dar una nueva oportunidad a quien lo perdió todo y prometerle que nunca más volverá a pasar por lo mismo. La adopción es un compromiso que no tiene, o no debería tener, vuelta atrás durante toda la vida del animal.
En pleno verano, una de las épocas del año en las que se dispara el abandono de animales, quienes luchan por ellos, como la Federación de Asociaciones Protectoras y de Defensa Animal de la Comunidad de Madrid (Fapam) siguen peleando para que el anteproyecto de tenencia responsable que prepara el Gobierno prohíba la venta y fomente la adopción.siguen peleando
Quienes trabajan rescatando animales de la calle y fomentando las adopciones saben lo difícil que es encontrar una buena familia para cada uno de esos animales. Porque todos tienen su carácter, sus traumas, sus manías, sus necesidades… Conocerlos y asumirlos es la única garantía para una adopción satisfactoria.
“Hay mucha gente realizando una labor increíble, rescatando animales, haciendo todo lo posible por ellos, buscándoles familia, muchas veces en situaciones muy complicadas, sin apenas recursos, y queremos contar sus historias”, explican Merce y Andrés, “pero muchas veces las fotos que hacen quienes han rescatado al animal son muy dramáticas, demasiado”. Es lógico, ellos están sufriendo esa situación y la transmiten como la viven, pero a veces esas imágenes mueven unos sentimientos que no son los más adecuados para decidir una adopción. En otras ocasiones, quienes han rescatado al perro apenas tienen medios para hacerle fotos y difundir su historia.
Así que cientos de miles de animales abandonados esperan en albergues, casas de acogida, perreras, calles… Y son invisibles para la mayoría. Cuando son visibles, como en el municipio asturiano de Laviana, corren el riesgo de ser víctimas de una batida de cazavíctimas de una batida de caza. Son vistos como un problema cuando en realidad son el síntoma más visible de una sociedad carente de empatía, que ha hecho de los animales un objeto más de consumo, que puede arrojarse a la basura, echar a la calle o ahogar en el río cuando estorba.
La prueba más clara de ello es que el número de abandonos sigue creciendo mientras miles de animales son vendidos como mercancía y no se pone coto alguno a la cría indiscriminadamiles de animales son vendidos como mercancía.
Quienes compran al cachorro porque no han podido resistirse a la ternura que inspira rara vez son conscientes de que ese animal ha sido separado de su madre y sus hermanos con solo unos días de vida, sin poder aprender de ellos lo que luego tendrá que enseñarle un educador humano. Seguramente su madre seguirá siendo víctima de la más cruel explotación para parir más y más cachorros, en condiciones que apenas garantizan su supervivencia, y solo mientras sea productiva. Tampoco se suelen parar a pensar qué pasa con los cachorros que crecen demasiado y ya no son vendibles. Ni con los que nacen enfermos. Ni con los que no sobreviven al viaje de miles de kilómetros desde donde nacieron hasta donde son vendidos, en manos de quienes solo los ven como objetos de los que sacar el máximo beneficio.
Por eso es necesario poner fin al tratamiento de animales como objetos de consumo, con leyes, sí, pero, sobre todo, con educación, con empatía, incentivando a las nuevas generaciones a adoptar amigos, en vez de comprar caprichos. En esa labor de información y concienciación cada vez hay más asociaciones y más particulares implicados en una labor solidaria en la que encuentran su forma de contribuir a hacer realidad aquello en lo que creen.
Merce y Andrés dedican prácticamente todo su tiempo libre a recorrer perreras, refugios, albergues, casas de acogida, protectoras… Haciendo fotos de perros que de otra forma serían “invisibles”.
“Siempre los retratamos con fondo negro, para que nada distraiga la atención. Incluso cuando el perro es negro, queda como un cuadro” y lo cierto es que nada en sus fotos permite apartar la mirada de lo esencial.
Ellos se encargan también de difundir el reportaje sobre el animal, con su historia, y donan las imágenes a la protectora para que las utilice como considere oportuno. Los perros retratados por Merce y Andrés están en calendarios, camisetas, carteles… Y están, sobre todo, en su retina y en su corazón, porque recuerdan los nombres de todos, y se emocionan al hablar de algunos. Entre todos los casos vividos hay uno especial. Por doloroso, por traumático, y por habitual.
Aquel día pretendían hacer un reportaje más en el Centro de Protección Animal (CPA) de Torrejón, en Madrid. Una historia más de las que comienzan con un perro que busca adopción. Pero se encontraron con el momento previo, el del abandono. Un señor llegó a dejar allí a su perra, Noa. Le pidieron permiso para tomar fotos con la promesa de no identificarle. Andrés cogió la cámara mientras Merce tomaba nota de todos los detalles. La secuencia captada desgarra cualquier corazón sensible. Noa llega con un collar de castigo. Al parecer se ha vuelto agresiva desde que la mordió otro perro. Eso es lo que cuenta el hombre que la lleva. Además, su mujer está embarazada y se ha hecho alérgica. Noa no puede seguir en casa. La perra está nerviosa, busca su atención, pero el hombre mantiene los brazos detrás del cuerpo, no quiere tener contacto con ella. Por indicación del personal del CPA le cambia la correa, y en ese momento Noa comprende que algo va mal. Busca desesperada una respuesta, pero no la encuentra. La persona con la que ha convivido toda su vida la acaba de abandonar. Se va, dejándola atrás y sin volver siquiera la mirada. Ella se queda al cuidado del personal mientras un voluntario trae sus cosas del coche. Su cama, su manta… Noa las reconoce. El voluntario las deja en el suelo, se agacha, y ella empieza a lamerle la cara. “Dicen que la cámara sirve a los fotógrafos para aislarse, pero aquel día no me sirvió”, recuerda Andrés, incapaz de contener la emoción.
A pesar de la dureza de la situación, Noa tuvo “suerte”. Quien la abandonó pagó la tasa exigida para no dejarla en la calle, donde su destino habría sido sin duda peor. Las perreras municipales, incluso las gestionadas por protectoras, exigen una tasa para cubrir una parte de los gastos de mantenimiento. Es el ayuntamiento quien decide el importe de esa tasa y también a quién concede la gestión de la perrera. Y también es el ayuntamiento quien pone las condiciones, que pueden obligar a sacrificar a los perros enfermos o con menos probabilidades de adopción para hacer hueco a los que siguen llegando. A veces la gestión está en manos de empresas sin la menor sensibilidad hacia los animales y sin el mayor escrúpulo a la hora de cumplir esas normas. Cuando son protectoras, se las ven y se las desean para hacer hueco sin matar a los animales.Por ese motivo, muchas asociaciones luchan por mantenerse “privadas”, con el único apoyo de sus socios, para tener autonomía en la gestión de las acogidas y las adopciones.
Noa es una perra con miedo. En algún momento de su vida algo se torció. El personal que la atiende intenta recomponer su carácter, reconstruir su confianza en los humanos. Saben que es una perra cariñosa, sensible, noble, solo hay que ayudarle a vencer el miedo para que pueda tener una nueva oportunidad.
Quien la adopte deberá ser consciente de sus necesidades y saber que puede atenderlas. Asumir que la vida de Noa está en sus manos hasta el final de sus días, y prometerle que nunca más volverá a dejarla sola en un lugar desconocido. Y tendrá que ir a conocer a Noa y sentir que es ella la que está dando el visto bueno a la adopción. Y tendrá que hablar con sus cuidadores para asegurarse de que las circunstancias de ambas partes son compatibles.
Porque las fotos ayudan, pero para convivir hay que conocerse. Y hacerse cargo de alguien requiere seguridad y compromiso. Adoptar implica luchar activamente contra el abandono, comprometerse a no utilizar a los animales como objetos de los que obtener beneficios económicos ni como caprichos para suplir nuestras carencias. Adoptar es querer compartir nuestra vida con alguien especial a quien damos una nueva oportunidad.
Adoptar es, de alguna forma, rebelarse contra la inacción de las administraciones, incapaces de resolver un problema que no requiere tanto dinero como voluntad, sensibilidad, empatía, educación. Adoptar es asumir que los amigos, los miembros de la familia, ni se compran ni se venden. Ni de forma “compulsiva” ni de ninguna otra. Por eso cada vez somos más quienes pedimos, como Merce y Andrés en sus fotos, no compres un perro, adopta un amigo.
* Sobre los perros que aparecen retratados en este post: Bufón espera en AXLA, como Damián; Lextor, en una residencia pagada por las Txikas de Etxauri; Poli y Jon en casas de acogida de APA Más Vida; Xisca, en la perrera de Aranjuez con ayuda de ARPA; Uppe fue adoptada en el CPA de Torrejón. Otros muchos esperan en otros muchos lugares.
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