Los viajes de Gulliver (1729) es, posiblemente, uno de los mejores libros de filosofía política que se hayan escrito jamás. Su autor, Jonathan Swift (1667-1745), además de un gran estilista de la lengua inglesa, es uno de los grandes maestros de la ironía y la sátira política, como lo prueban otras pequeñas joyas. Por ejemplo, Historia de una barrica (1704) o la imprescindible Una modesta proposición (1729). Swift, a lo largo de su obra, se revela un crítico implacable de la crueldad y los vicios de la especie humana, así como de la soberbia pretensión que olvida la animalidad del hombre, al tiempo que desvela la relatividad de las costumbres y las leyes, en línea con Montaigne o Montesquieu.
En el fondo, como se ha dicho, los de Gulliver son un trasunto de un viaje hacia dentro: de la visión del ser humano a la , del espejo deformado a la proyección invertida del mundo. Su hilo conductor es el mismo de otros escritores de la Utopía: la crítica antropológica, social y política del mundo en el que viven. Pero lo que me interesa aquí es su demolición del tópico del animal racional y también del ideal de civilización, que identifica con la sociedad inglesa de la época. Porque este libro de viajes es una metáfora tan lúcida como implacable del discurso monista, el que sirve de justificación al imperialismo y al colonialismo y se arroga la competencia para calificar de barbarie cualquier forma de diversidad cultural en sentido amplio. Es la historia del desmoronamiento de la presunción de quien se toma por master and commander del universo conocido en el XVIII (Gulliver es varón, inglés, médico y capitán de barco) y acabará por descubrir que los verdaderos atributos de la humanidad se encuentran en animales no humanos, los caballos.
En efecto, el último de esos viajes de Gulliver, que ocupa la cuarta parte del libro, le llevará hasta el país de los houyhnhnms -genial onomatopeya de relincho-houyhnhnms. El nombre de estos seres, los caballos, significa en su lengua “la perfección de la naturaleza”. Su sociedad convive con los yahooyahoo –un vocablo también acuñado por Swift y que ha perdurado, como sabemos-, paradójicamente próximos a los seres humanos y caracterizados por rasgos como la codicia o la violencia. Frente a la sociedad pacífica e ideal que forma la raza de caballos nobles e inteligentes, están esos yahoos, los seres humanos que constituyen una verdadera plaga para la naturaleza, calificativo que Gulliver ha descubierto ya en sus viajes anteriores. Baste recordar que en su segundo viaje, el rey de Brobdingnag, tras escuchar las explicaciones de Gulliver sobre su raza, concluye que éste pertenece a “la más perniciosa ralea de repugnantes sabandijas que se arrastra por la superficie de la tierra”.
En esas páginas de la cuarta parte, sobre todo en los capítulos cuarto a sexto, es donde descubrimos la proximidad entre el irlandés y nuestro Nietzsche. Y no me parece inútil recordarlo al lector, máxime en estos días en los que hemos visto, de nuevo so pretexto de la fiesta -esta vez la feria de abril en Sevilla- cómo se puede disfrazar el maltrato animal de costumbrismo y salero (#ladOscuroDeLaFeria).
Leer las consideraciones que extrae el amo houyhnhnm de Gulliver (recuerdo, un caballo), cuando éste le explica hasta qué punto el reino más próspero y culto de la tierra, la Inglaterra del XVIII, basa su Gobierno en la mentira, la guerra, la desigualdad, en el imperio de un Derecho que, a la postre, no es sino la imposición de la mentira, la violencia y la desigualdad, resulta aterrador para el lector de hoy porque muestra cuán poco hemos avanzado en el proyecto civilizatorio. Por no hablar del especieísmo del que es preso Gulliver y que se le revelará tan falto de fundamento. En efecto, el personaje de Swift comprobará que la sabiduría, el buen juicio, el apego por la educación, incluso el sentido de la justicia y aun de la democracia como asamblea de iguales y, sobre todo, la pietas, son atributo de quienes no tienen la apariencia de humanos.
Y en una vuelta de tuerca que, a mi juicio, supera incluso la escena de Nietzsche en Turín, Swift nos relata que, a su regreso a Inglaterra después de este último viaje, Gulliver cayó en lo que para su familia y amigos era una locura: no podía soportar la convivencia con esos seres humanos tan poco humanos y, “harto de soportar la estulticia humana”, necesitaba refugiarse en las cuadras para reconfortarse con la compañía de los caballos. Son esos animales no humanos los que humanizan al hombre, nos propone en definitiva Swift. Una lección que aún no hemos aprendido.