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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

No hay nada más triste que los caballitos pony

Carrusel con ponis en una feria de verano. Foto: Partido Animalista (PACMA)

Ruth Toledano

Lo dice la canción de Hidrogenesse:

“No me digas que no hay nada más triste que lo tuyo.

Hay miles de cosas en el mundo

que son mucho peor.

(…)

Los caballitos pony,

eso es mucho más triste.

Los caballitos pony, los caballitos pony.

No hay nada más triste que los caballitos pony.

No hay nada más triste, no hay nada más triste, no hay nada más triste…“

Qué razón tenían los músicos Carlos Ballesteros y Genís Segarra cuando la compusieron para su álbum Gimnàstica passiva (2002).

Con la llegada del verano, proliferan las ferias populares y, en ellas, una atracción perversa: los carruseles de ponis para niños. Es perversa porque nada puede atraer más a un niño que subirse a un poni y dar vueltas sobre él. Pero la mayoría de los niños no querría hacerlo si supiera que ese pequeño animal, que produce ternura y aparenta tranquilidad, lo está pasando muy mal. Si a los niños se les contara la verdad.

La verdad es que los carruseles de ponis son una cruel atracción porque la vida de los ponis de feria es un infierno para ellos. Sujetos con barras al eje de un tiovivo, son obligados a dar vueltas en círculo durante muchas horas. Una y otra vez, una y otra vez. Girando sin descanso. Si la cosa va bien (para el feriante), los ponis pueden pasar así hasta 12 horas. Una buena noche de verano (para el feriante), supondrá que los ponis den entre 1.500 y 3.000 vueltas, sin parar. Con suerte, un pequeño descanso, y vuelta a empezar. Los más afortunados son relevados después de una jornada extenuante. Pero no es lo habitual, y algunos llegan a morir de agotamiento, como ha sucedido, en ocasiones, a la vista de todos, incluidos los propios niños.

Los más pequeños viven la fantasía de Mi Pequeño Pony, que les ofrece un mundo de amistad, magia, aventura y color, pero no saben de la cruel realidad de sus principales protagonistas. Si conocieran la verdad, los niños no querrían que existieran esos carruseles. Si supieran que esos ponis, que tanto les emociona montar y que son, en carne y hueso, aquellos personajes cuyos dibujos y muñecos tanto les gustan, están en realidad terriblemente doloridos; que pasan un calor asfixiante, pues pueden pasar horas a pleno sol; que se sienten angustiados por permanecer atados tanto tiempo; que son ensordecidos por la música atronadora y los altavoces que anuncian su presencia; que están estresados por intensas luces intermitentes y por las chillonas atracciones de alrededor.

Las sillas de montar les provocan rozaduras y heridas, y ese peso, junto con el de los niños, lesiones vertebrales y dolorosas desviaciones de columna. Debe de ser espantoso sufrir esos dolores y no poder evitarlo ni defenderse. Es más, en su inocente y descontrolada excitación, muchos niños les dan manotazos, golpes y patadas para provocar un avance imposible: los ponis no pueden sino seguir el ritmo marcado por la rueda giratoria. El carrusel es para ellos un instrumento de tortura.

Innumerables son las denuncias de organizaciones de defensa animal frente al maltrato que suponen los carruseles con ponis, y muchos los municipios españoles que ya los han prohibido: Chiclana de la Frontera, Vejer, Pamplona, Tudela, Santander, Torrelavega, Granada, Sevilla, Almería o Basauri son algunos de ellos. En la mayoría de los casos, la prohibición ha sido consecuencia de una iniciativa particular. Es lo que ha sucedido recientemente en Estepona (Málaga). La petición creada por Rita Romero Martín-Estévez, una ciudadana de la Costa del Sol, dirigida al alcalde de esa localidad y a la concejal del Área Sociocultural de su Ayuntamiento, ha logrado su objetivo: el alcalde José María García Urbano (PP) ha prohibido en Estepona los carruseles con ponis, atracción en la que los animales vivos han sido sustituidos por grandes animales de peluche sobre los que los niños se divierten dejando volar su imaginación y sin dañar a nadie.

Precisamente, la petición de la ciudadana Romero (que apoyaron las protectoras marbellíes ANAVÍS y Triple A) se refirió no solo a la crueldad con los animales sino también a la educación de los menores en los valores de la compasión, el respeto y la protección: “[Los ponis] ofrecen una visión de la realidad distorsionada y antieducativa, en especial para los más pequeños. Los niños deberían ser educados en el respeto a los seres vivos y la naturaleza, y este tipo de espectáculos no contribuye a esa sensibilización, ya que se les transmite a los niños la idea de que está permitido divertirse a costa del sufrimiento de otros seres vivos”. Sustituyendo los ponis por muñecos, el consistorio esteponero ha demostrado su voluntad de evolucionar y educar en esos valores avanzados.

Muchos otros municipios andaluces, sin embargo, siguen concediendo licencias para estas atracciones, incumpliendo así la Ley 11/2003 de Protección de los Animales de la Junta de Andalucía, que prohíbe, en su artículo 4.1.o., el empleo de animales en exhibiciones, circos, fiestas y otras actividades, “si ello supone para el animal sufrimiento, dolor u objeto de tratamientos antinaturales”. Sufrimiento como el que hemos descrito, dolor como el que provocan a los ponis sus columnas desviadas por la carga antinatural a la que son sometidos, suponen que la Junta de Andalucía incumple una ley que tampoco se respeta en el resto de la Comunidades Autónomas, de las que, a falta de una ley nacional, depende la protección animal.

Así, por ejemplo, el Partido Animalista (PACMA) ha denunciado el uso de ponis en la feria de Cáceres, donde la Ley 5/2002 de Protección de los Animales de la Comunidad Autónoma de Extremadura no solo prohíbe, en su artículo 2.2.a., “maltratar, torturar o infligir daños a los animales o someterlos a cualquier práctica que les pueda producir daños injustificados o la muerte”, sino “el uso de sistemas destinados a limitar o impedir su movilidad injustificadamente”, prohibido por su artículo 2.2.c. Obviamente, permitiendo la instalación de carruseles con ponis, la Comunidad Autónoma de Extremadura tampoco cumple con la ley.

En estas fechas, en las que el verano invita a disfrutar del ocio y las ferias populares facilitan la diversión y seducen a los más pequeños con sus atracciones, no debemos permitir que todo ello sea posible a costa del sufrimiento de los animales. Si somos testigos de su maltrato, debemos ser conscientes de que esos animales nos necesitan, debemos reaccionar y recordar que se puede ayudarlos, que se puede conseguir rescatarlos de su infierno cotidiano a través de denuncias particulares, como la de la ciudadana Romero, así como con el apoyo de organizaciones protectoras y con la intervención del Seprona, a quien se debe llamar ante la presencia de un carrusel de ponis.

Hasta que los carruseles con ponis sean prohibidos en todos los municipios españoles. Como debe ser para que no se vea cruelmente traicionada la magia de la amistad que conforma el mundo de los niños. Como debe ser para que el mundo sea un poco más justo. Sin caballitos pony en las ferias, un mundo mucho menos triste que el de la canción de Hidrogenesse.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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