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Juan Goytisolo: premiado por unos, fusilado por todos

Federico Utrera

Siguen aflorando necrológicas y obituarios en todo el mundo por la muerte del escritor Juan Goytisolo. Esto evidencia que a veces el Premio Nobel de la estima literaria lo otorgan los lectores, no los académicos. Aún sobrecogido por el descarnado artículo con que el periodista Francisco Peregil describe su amargo final, no tanto económico como parece desprender el reportaje, sino emocional, existen igualmente otras anécdotas reveladoras que me tocó vivir con él y que afloran su singular personalidad. Justificaba Luis Buñuel su soledad diciendo que para él tres eran multitud y a Juan Goytisolo, que nunca fue un ídolo de masas, le pasaba lo mismo cuando estaba fuera de su tribu marroquí. Haciendo un repaso a la inmensa minoría juanrramoniana que lo admiraba –y que estos días emerge multitud de citas secretas que casan poco con su fama de huraño–, me ha llamado la atención que, como el Cid Campeador, Juan Goytisolo sigue ganando paisajes después de la batalla, incluso muerto. Y sus adversarios, que tanto lo honraban con sus furibundos ataques, no reparan en que ya no puede escribir. Por fortuna, sus escritos son imborrables y aunque las críticas a los enemigos son un regalo que no merecen porque o bien los hace célebres o los hace rectificar, merece la pena contraponer algunas de soslayo.

Me escribe el dramaturgo Fernando Arrabal: “…arrebatado y estremecido por su ocultación (Sartre, PC, loa… lo contaré con más detalle. Y también Festival Arquitecto Babilonia, Sadam H. querido FU). …generosamente Goytisolo dijo: ”si no existiera Arrabal habría que inventarlo“ y yo reconocí siempre: ”felizmente Pan inventó a Goytisolo“. [Généreux Goytisolo a dit / ”si Arrabal n’existerait pas il faudrait l’inventer“ / et moi j’ai toujours reconnu / ‘heureusement Pan a inventé Goytisolo]. Sí que recuerdo la versión de ambos sobre todos estos sucesos, porque a los dos se los pregunté, pero esperamos todos esa memoria patafísica sobre los detalles de la admirada relación entre los que juzgo dos de los mayores genios literarios españoles de finales del siglo XX junto con Rafael Sánchez Ferlosio y el poeta Valente.

Igual ocurre con Mario Vargas Llosa, que también ha escrito: “Me apena mucho la muerte de Juan Goytisolo, un amigo al que vi mucho en mis años de París y con el que compartí inquietudes políticas sobre todo en relación con Cuba. La Revolución cubana nos entusiasmó y creo que al mismo tiempo nos fue decepcionando. Recuerdo mucho la difícil batalla que dimos durante el caso Padilla, en el que defendimos posiciones similares. Lo veía muy poco después de que se fuera a vivir a Marruecos, pero nuestros encuentros, aunque espaciados, fueron siempre muy cordiales. Fue un escritor comprometido, a la manera sartriana, aunque luego se fue apartando cada vez más de sus entusiasmos políticos y aislando en su mundo muy personal, que no solía compartir con nadie”. Sin embargo, el escritor J.J. Armas Marcelo, director de la Cátedra Vargas Llosa de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, no es tan condescendiente en su obituario y aunque “perdona” a Vargas Llosa por su “error cubano” condena sin embargo al otro por el mismo motivo:

“El mismo Juan Goytisolo que había seguido de inmediato por la senda de Fidel Castro y la Revolución Cubana” era “provocador, contradictorio, muy pendiente de su imagen”, “luchaba a brazo partido por ser uno de los primeros de esa misma élite que decía detestar”, “un pura sangre de la transgresión con todo el embuste que eso lleva dentro”, “no se bajó ni un minuto de la pomada literaria internacional”, “muchos de sus gestos y de sus aparentes exabruptos estaban dirigidos a llamar la atención: una manera de pedir un premio como otra cualquiera”, “su discurso cervantino, cuanto más lo leía, más escolar me parecía”, “aquel rebelde se había convertido en una especie de caricatura de sí mismo, carcomido por los años y las contradicciones, las ganas de ser y no estar (pero estar incluso más que ser sin que se notara mucho)”, “tampoco se trata de triturar en la hora de su muerte a un escritor que, pese a sus devaneos y frivolidades, lo fue en toda su condición de ser humano, con sus imperfecciones y sus epifanías”. Y así hasta llegar por fin a la confesión personal: “Le regalé algunas novelas mías que, me dijo, quería leer, pero que estoy seguro de que nunca leyó”.

No a todos les gustaba Juan Goytisolo, queda claro, y aún menos que no les leyera, pero hay algo en la desagradable y ruidosa trituradora de J. J. que no es opinable por incierto. Cuando dice que J.G. “también detestaba, o decía que detestaba, la literatura española tradicional, el Siglo de Oro y todo eso, incluido Galdós”. Si leemos las cartas de Américo Castro a Juan Goytisolo, los ensayos Contracorrientes, Disidencias, Pájaro que ensucia su propio nido, España y los Españoles, El furgón de cola, etc… comprobamos que quizás Goytisolo no tuviera el gusto de leer al epígono canario de Vargas Llosa pero desde luego queda acreditado que quien no leyó al escritor barcelonés fue él.

Incluyo en esta asombrada grey al catedrático y ex militante del PCE, Serafín Fanjul, para quien Goytisolo era “un señorito que ha vivido de creerse un escritor maldito” o a La Cigüeña de la Torre, el bloguero de Infovaticana que confiesa: “Jamás he leído nada del escritor. Sé que era primo carnal de un queridísimo y más admirado amigo, Juan Vallet de Goytisolo, que manifestaba afecto a los tres hermanos. Goytisolo creo que fue premio Cervantes, o algún otro, y seguramente figurará en letra pequeña dentro de cien o doscientos años en los Manuales de Historia de la Literatura Española”. Todo ello como preludio de atroces comentarios impropios de la caridad cristiana que dicen representar.

Otro literato, Javier Barreiro, recuerda en su requiem su encuentro en París: “A pesar de que me habían advertido de que Juan pecaba de roñoso, también me invitó. Y no sólo eso, al despedirnos, como buscando un recuerdo que entregarme, rebuscó en uno de los bolsillos de su blanca gabardina. Vi que se trataba de unos cuantos tickets, la factura de la cena, otra factura de la tintorería… La verdad es que me sentí despechado. ¿Tan devoto me consideraba como para guardar esos papelujos como recuerdo del maestro? Hice un rebullo y me desprendí de ellos. Espero que, cuando se desvelen en 2031 los dos manuscritos que el escritor legó al Instituto Cervantes, estos alberguen algo más sustancioso”. La célebre sutilidad de Juan Goytisolo para despachar a los que juzgaba indeseables aquí también alcanza tintes de genialidad.

¿Por qué molestó tanto que recibiera el Premio Cervantes de manos de la plana mayor del Partido Popular (PP) y lo rechazara con el PSOE? ¿Qué dijo en su discurso que tanto soliviantó a algunos? Lo he repasado una y mil veces y solo encuentro esto: “En términos generales, los escritores se dividen en dos esferas o clases: la de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. El encasillado en las primeras cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de las segundas, no. El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos y a los del segundo, escritores a secas, o más modestamente incurables aprendices de escribidor. A comienzos de mi larga trayectoria, primero de literato, luego de aprendiz de escribidor, incurrí en la vanagloria de la búsqueda del éxito atraer la luz de los focos, ser noticia, como dicen obscenamente los parásitos de la literatura sin parar mientes en que, como vio muy bien Manuel Azaña, una cosa es la actualidad efímera y otra muy distinta la modernidad atemporal de las obras destinadas a perdurar pese al ostracismo que a menudo sufrieron cuando fueron escritas. Mi condición de hombre libre conquistada a duras penas invita a la modestia”.

Tengo para mí que las almas se suceden en el tiempo y quien quisiera conocer a Miguel de Cervantes en el suyo tendría que haber intimado ahora con Juan Goytisolo. ¿Por qué aceptó el Cervantes del PP y no el del PSOE? (En España la mayor parte de los premios y academias no aportan prestigio al escritor, solo dinero, y los dan los políticos bajo encargo a terceros). “No tengo ningún interés en comer del pesebre del poder, me vino a decir cuando le comenté que se rumoreaba que él era ese año el candidato más firme a obtener el galardón del Premio Cervantes. Y es que días antes, un director de uno de los institutos Cervantes que hay en Marruecos, me había comentado que, efectivamente, ”han sondeado a Juan para ver si aceptaba el Cervantes y este ha rechazado tal posibilidad“, le concretó a Joaquín Mayordomo cuando gobernaba el PSOE y así lo ha escrito en su obituario.

En Goytisolo como síntoma su amigo José Antonio González Alcantud, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada al que Goytisolo me recomendó leer en varias ocasiones, da otra versión: “para Paco (Márquez Villanueva), al que traté con más profundidad, como para Juan, el problema de su país -siempre se consideraron muy españoles, no renunciando a pesar de su extrañamiento a la nacionalidad- no radicaba en la Guerra Civil, como se empeña en afirmar la izquierda memorialística, sino que parte de muy atrás, de la ruptura de la España mudéjar, aquella que se quebró con la expulsión de hebreos y moriscos, entre 1492 y 1609. Me refirió Juan aquella visita apostólica en los setenta de un personaje, entonces comunista furibundo y hoy día pregonero de la derecha más radical, que le advirtió: ”Estoy muy preocupado por su desviacionismo pequeño burgués“.

“Lo curioso del asunto, y quizás lo indecible, es que era tal la animosidad sin fronteras que suscitaba Goytisolo que la izquierda literaria local [de Granada] contraprogramó otro acto con un escritor que le hiciese sombra. Para corroborar a quién molestaba, en otra ocasión tuve la oportunidad de poner su nombre en la mesa de un premio de cierto relumbrón. Cuál no fue mi sorpresa cuando vi los gestos de horror de los acólitos del progresismo al oír su nombre. Quedé anonadado. El segundo obstáculo para ser reconocido procede del criticismo sin partido de Goytisolo. Por ejemplo, no tuvo inconveniente en sacar a relucir los discursos islamófobos en plena Guerra Civil de Dolores Ibárruri La Pasionaria en su libro Crónicas sarracinas. Y esto se paga. Ahora vendrán los homenajes de los profesionales de la hipocresía. Pero la muerte de Juan Goytisolo en el exilio sin haber sido reconciliado con su país, al que quería, como también a Marruecos, va a dejar una larga estela de interrogantes sobre la calidad de nuestro espíritu cívico, e interpela más a la izquierda que a la derecha”, concluye Alcantud.

Sí, el progresismo de los duelos y quebrantos oficiales que hicieron rico a Francisco Rico le sacaban de quicio. Rechazó el sillón de la academia pese a la insistencia en reunirse con él en Madrid –cosa que hizo y me contó con todo lujo de detalles– y recomendó, en cambio, una reseña de El Quijote heterodoxo Leandro Rodríguez en Babelia (El País). Le dieron 10 líneas y para compensar la mancha, dos páginas de entrevista al rico Rico. Lo sé porque fui yo quien le envió la edición del Quijote zamorano de los Montes de León, que le sorprendió y entusiasmó. Y era difícil darle novedades cervantinas en escritor que abominaba tanto de los clichés y exaltaciones judías como de las cristianas.

Otra vez me llamó para asistir como testigo a una mesa redonda con Felipe González en una fundación iberoamericana de Madrid. Me sorprendió que yo fuese el único periodista asistente y fui testigo de como, tras un extraordinario discurso como la mayoría de los suyos, el ex presidente le obsequió con toda suerte de elogios, cariños y loas. La respuesta de Goytisolo fue recordarle que el presidente sirio Al Asad formaba parte de la Internacional Socialista y estaba masacrando a su pueblo. Empezaba la guerra civil en Siria y el escritor daba la primera voz de alarma. Recuerdo que Felipe González, en la réplica, llamó “hijo de perra” a Al Asad.

Mal que le pese a algunos, la izquierda era igual que la derecha con Goytisolo y de hecho a la progresía se le revolvieron las tripas con su artículo Mal bicho, pero genial sobre Céline y Quevedo. En él expresaba la misma visión que tenía el poeta Valente. Aplaudía a Mario Vargas Llosa cuando cuestionaba “la lamentable decisión del Gobierno francés de suspender el proyectado homenaje a Louis-Ferdinand Céline en razón de su odioso antisemitismo y su abierta colaboración con los nazis” y “mencionaba con razón a Quevedo”, de quien Goytisolo decía: “El autor de los más bellos sonetos de amor escritos en nuestra lengua y de una obra de la riqueza e inventiva verbal del Buscón era, desde el punto de vista de nuestra ética social y de la honradez exigible a una persona, un perfecto mal bicho”. Y eso no era obstáculo para leerlo y elogiarlo por sus escritos.

Juan Goytisolo, a quien se le calificó en su momento como “gangster de la palabra, écrivain maudit, oveja negra y Juan sin tierra, era todo esto más un entrañable ser humano”, ha escrito Linda Gould Levine, catedrática emérita de español de la Montclair State University (NJ) y autora de Juan Goytisolo: la destrucción creadora (Joaquín Mortiz) y dos ediciones críticas de Don Julián (Cátedra). Y José Martí Gómez concluye: “Juan Goytisolo era consciente de que circulaban muchos clichés sobre su persona y que sin duda no eran muy elogiosos. Algunos le llamaban el moro y para muchos era una persona antipática. Él decía que la antipatía no era otra cosa que la defensa de su intimidad, una cuestión de economía personal”. El problema es que las razones para amar u odiar a Juan Goytisolo procedían de las aversiones o encantos hacia su persona o hacia sus criterios para juzgar situaciones y no sobre su obra. Si el peso de la opinión hubiese sido sobre esto último, habría alcanzado esa rara y elogiosa unanimidad que tanto detestaba.

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