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Stiglitz, economista de moda

Rafael Morales / Rafael Morales

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Este profesor de la universidad de Columbia, en Nueva York, ejerció como asesor económico de Bill Clinton y vicepresidente del Banco Mundial hasta que Lawrence Summers, secretario del Tesoro de Estados Unidos, forzó su renuncia en 1999. Entre sus libros más conocidos cabe señalar Comercio justo para todos, El malestar de la globalización y Los felices 90, la semilla de la destrucción. Hoy empieza a notarse el miedo a que una posible recesión en Estados Unidos arrastre al conjunto de los países más industrializados. Stiglitz dispara hacia arriba: “El presidente Bush dejará a su sucesor un país endeudado hasta el cuello, un dólar hundido en la miseria y una nación cuya estructura de clases va camino de parecerse a la de México o Brasil”. O “tras casi siete años de este presidente, Estados Unidos está peor preparado que nunca para afrontar el futuro”. Critica las prioridades de Washington: “La ayuda estadounidense a África ronda los 5.000 millones de dólares anuales, el equivalente a menos de dos semanas de gastos en Irak”. Una de las ventajas de las aportaciones de este estudioso es que cuando habla de la economía mundial se refiere al planeta y no, como suele suceder, a la situación de los países ricos?

Pero regresemos al PIB. “No mide adecuadamente los cambios que afectan al bienestar, ni permite comparar correctamente el bienestar de diferentes países”, dice Stiglitz. Hay que buscar otros instrumentos porque el PIB ignora sus efectos concretos sobre una población de nivel de vida desigual, y es engañoso porque “no toma en cuenta la degradación del medio ambiente ni la desaparición de los recursos naturales” a la hora de cuantificar el crecimiento. El abuso de esta forma de medir puede satisfacer a dirigentes políticos amigos de la ortodoxia económica actual, pero parece contraproducente para aprehender la realidad. El crecimiento del PIB puede disimular una caída violenta del bienestar de la población. Advierte el premio Nobel que “esto es particularmente verdadero en Estados Unidos, donde el PIB ha aumentado más, pero en realidad gran número de personas no tienen la impresión de vivir mejor porque sufren la caída de sus ingresos.” En síntesis, la percepción colectiva inducida según la cual a mayor crecimiento más bienestar no es más que un espejismo contable. El PIB ni siquiera calcula bien el crecimiento mismo al no restar sus aspectos destructivos desde el punto de vista estrictamente económico.

Nicolas Sarkozy solicitó a Joseph Stiglitz que presida una comisión de sabios para estudiar los instrumentos de medida del crecimiento. El trabajo requerirá unos dos años. El premio Nobel dijo que aceptaba la tarea con la condición de preservar su independencia y el gabacho aceptó. No sabe nada Sarkozy. Un dirigente político avispado necesita conocer la realidad y recurre a los sabios al margen de su ideología. El experto ofrecerá sus estudios a todos y el político intentará aprovecharlos en defensa de los intereses burgueses que defiende. Poco nuevo bajo el sol, si no fuera porque esa iniciativa de Sarkozy contribuye involuntariamente a reventar el mito sobre los criterios científicos del neoliberalismo para medir el progreso justo cuando la recesión parece asomar en el horizonte de este 2008 recién nacido.

Rafael Morales

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