Espacio de opinión de Canarias Ahora
Terror a los conversos
Antes de jurar el cargo de ministro de Economía y Competitividad de España, Luis de Guindos compaginaba sus tareas en el consejo de administración del Banco Mare Nostrum con el de analista de actualidad económica en las páginas de El Mundo. El 3 de abril de 2011, a ocho meses de abandonar el sector privado y su columna en el suplemento dominical del entonces diario de Pedro J. Ramírez, el hoy ministro escribía lo siguiente a propósito del rescate a Portugal bajo el título “Más allá de la austeridad”:
“Empeñarse en la viabilidad de una estrategia sin reestructuración de deuda puede llevar al agotamiento de los gobiernos de los países periféricos, que incluso en algún momento podrían llegar, en su debilidad, a cuestionar el futuro de la moneda única”.
Un par de semanas más tarde, en una pieza titulada “El rescate de nuestros vecinos”, De Guindos escribía unas líneas que hoy se han demostrado premonitorias y que sin duda confirman que el autor es mejor analista que ministro:
“Es cada vez más evidente que hay algo erróneo en la forma en la que hemos diseñado los mecanismos de rescate de los países periféricos. A diferencia de lo que ocurre con los programas del FMI, en el caso de la zona euro no es posible devaluar la moneda, y se intenta evitar de cualquier modo una reestructuración de la deuda de los países. Pero poner sólo el énfasis en los ajustes fiscales es dejar los programas desequilibrados, lo cual es un camino seguro hacia el fracaso económico y social. Se consigue únicamente evitar que el país deje de pagar sus obligaciones en el corto plazo, pero al no favorecer el crecimiento, se da la impresión de que únicamente se está intentando comprar tiempo”.
“Si se acaba generalizando esta sensación de interinidad, puede cundir la idea de que las soluciones definitivas al problema de la deuda de los países periféricos todavía no han llegado. La consecuencia es que el contagio a otros países vuelva a ser una posibilidad real, por mucho que nos empeñemos en negarlo ahora, y que al final el tiempo comprado sea sólo tiempo perdido”.
Ayer, a su entrada a la cumbre del Eurogrupo, cita que se antojaba tan crucial como maratoniana, pero que sorprendentemente fue despachada en un par de horas y con un displicente ultimátum a Grecia, el ministro De Guindos, con ese brío germánico que ahora le acompaña en sus viajes por Europa, recordaba a los griegos que “los préstamos hay que devolverlos en su integridad” y que todo tiene que hacerse “dentro de las reglas”. Lo que Grecia tiene que hacer, sentenció el otrora analista profético convertido en inquisidor, es “tramitar una petición formal de la extensión del programa” de rescate.
Lo patético es que todos sabemos que De Guindos, el ministro que tuvo que negociar contrarreloj con sus pares en aquel esperpéntico verano de “Aguanta. Somos la cuarta potencia europea. España no es Uganda” y “a mí nadie me ha presionado, el que he presionado he sido yo, que quería una línea de crédito”, es un falso converso.
Así, quien antes abogaba por la emisión de eurobonos (“el único modo en el que los países endeudados pueden financiarse a un coste razonable y sostenible en el tiempo, evitando el impago de la deuda, es una emisión conjunta por parte de todos los países de la zona euro”, escribía De Guindos en septiembre de 2011), ahora abraza el discurso que sirve tanto a la estrategia del partido del gobierno para hacer frente a los “populismos” en España, como a los furibundos obispos del euro en Bruselas para combatir a sus herejes.
Es difícil pronosticar el desenlace de la enésima encrucijada que afronta Europa. Ahora el asunto no va de reconocer la crisis existencial que sufre la construcción del proyecto europeo como espacio de economía, trabajo y solidaridad comunes, sino de quien dicta sus dogmas y quien se atiene a ellos. Predomina la opinión, acaso deseo, que al final se logrará zurcir otro parche, “comprar tiempo” una vez más y así aguantar hasta la próxima crisis. El tan mentado “extend and pretend”. Tal vez no, puede que se produzca un “accidente” a causa de las tensiones entre intereses cruzados y que el debate europeo termine en un cisma de proporciones bíblicas.
De momento, De Guindos asume con afán el nuevo papel que le han encomendado, el de un presbítero más de la ortodoxia teutona en sus colonias: si se quiere mantener el orden dentro del muro, hay que imponer terror para que el resto entienda las reglas del encierro. Esta vez le ha tocado a Grecia. Puede que cuando le toque a España nos encontremos nuevamente a De Guindos reflexionando en algún dominical; aterrorizado por los conversos, esos que sí queman a los heterodoxos de verdad.
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