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'Wall-E'

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Todavía en las calles de nuestras ciudades no patrullan policías como Alex Murphy ?Robocop-, pero poco falta y nuestros ordenadores no se parecen al Skynet de Terminator, también por ahora.

Y el espacio continúa siendo la última frontera por conquistar. Más que nada, porque no tenemos ninguna nave Enterprise que surque el universo buscando pruebas de un primer encuentro con una inteligencia alienígena.

Tampoco tenemos en nuestras casas un robot, como los que describió -y dotó de leyes-, el visionario Isaac Asimov en sus novelas. Queda mucho para que una IA pueda formar parte de la vida cotidiana de los seres humanos y ejemplos como los de Skynet, dispuestos a exterminar a la raza humana no son, precisamente, tranquilizadores.

Aún así, hay excepciones, si nos ceñimos al apartado de los robots, que confirman que hay robots buenos y capaces de conmover a cualquiera.

Y ése es el caso de Wall-E, protagonista de la última película producida por la factoría Pixar. Esta película es una auténtica obra maestra, no solamente por su animación sino por la historia que nos cuenta.

Wall-E arranca en medio de lo que, una vez, fue nuestro planeta, ahora convertido en un inmenso basurero. Wall-E (iniciales de Waste Allocation Loadlifter Earth-Class) es una pequeña y laboriosa unidad robotizada de recogida de basura, la cual lleva siglos tratando de procesar las montañas de basura que le ganaron la partida a la madre naturaleza.

Wall-E realiza con meticulosa y precisa dedicación su trabajo, y sólo abandona su labor cuando encuentra algún objeto ?triste recuerdo de la sociedad humana- que llama poderosamente su atención. Al terminar su jornada laboral, Wall-E regresa a su casa, lugar donde vive con su mascota, una cucaracha, y con sus pequeños tesoros. Dentro de lo que fue una unidad de mantenimiento de unidades Wall-E, nuestro protagonista pasa sus veladas, viendo fragmentos de la película Hello Dolly y jugando con su consola Atari 2600 y su cubo de Rubick, entre otras muchas cosas.

Así, plácidamente, transcurre la vida de Wall-E, sin nada que altere su rutina diaria. Con lo que no contaba el laborioso robot era con que su vida iba a cambiar, drásticamente, tras la llegada de E.V.E, una robot enviada por la raza humana para comprobar el estado del planeta Tierra.

E.V.E tiene la directriz de encontrar alguna muestra de vida, en medido del estercolero que siglos atrás abandonaron los seres humanos. E intimar con Wall-E no entra en sus planes. Al final, ambos robot se conocerán más “íntimamente”, aunque la situación no durará mucho.

Una vez que E.V.E encuentra lo que estaba buscando, sus sistemas se pondrán en situación de paro, a la espera de que quien la envió regrese para buscarla.

Al suceder esto -tras pasar jornadas protegiendo a su nueva amiga- Wall-E no dejará que se marche sola, comenzando un viaje que le llevará a conocer a la raza que lo creó, siglos atrás.

Después de pasar por una auténtica odisea espacial, Wall-E descubrirá en que se ha convertido la raza humana, en una suerte de seres gordos y sebosos acostumbrados a que una máquina se encargue de proporcionales cualquiera de sus necesidades. Muy atrás quedan los días en los que los seres humanos tenían que utilizar sus piernas para desplazarse de un lugar a otro, o sus manos para hacer cualquier tipo de labor.

Ahora un gran ordenador ?con la voz de la actriz Sigourney Weaver- se encarga de colmar todas las necesidades de los ocupantes de una nave especial, versión artificial y tecnificada de lo que fuera nuestro planeta Tierra.

Al principio Wall-E tratará de asimilar todo lo que allí está pasando, algo que logrará gracias a E.V.E y al resto de los pequeños robots que viven en la enorme nave.

Claro que las cosas no serán tan fáciles, dado que siempre hay algo o alguien dispuesto a ponernos las cosas difíciles.

Wall-E es -tras ejemplos tan válidos como Toy Story, Monsters, Inc, A Bugs Life o la sorprendente Ratatouille- la mejor de cuantas películas han sido producidas por la factoría de animación Pixar.

Resulta increíble ver el nivel de ternura que demuestra la pequeña cajita con orugas que es, en realidad, Wall-E. La manera en la que interactúa con su pequeña mascota, con las cosas que atesora en su casa o, cuando llega E.V.E, desviviéndose por atenderla, te hacen olvidar que estamos viendo una película de animación.

Precisamente ése es uno de sus problemas -sobre todo en un país como España donde, todavía, la palabra animación se asocia a los más pequeños de la casa. Wall-E es una película que la pueden ver los niños, sobre todo a partir de siete u ocho años, pero que, en realidad, la disfrutan los mayores.

Y esto se debe a que la película está llena de referencias a grandes clásicos de la ciencia ficción tales como Blade Runner, Star Wars, Star Trek, 2001 y 2010, Robocop y a otras películas de Pixar como Toy Story o Ratatouille.

Además, todo lo que tiene que ver con la forma en la que la raza humana ha evolucionado, mejor diríamos, degenerado, se escapa a la comprensión de los más pequeños. Los niños podrán ser capaces de reírse con los apuros del capitán de la nave por ponerse de pie ?una verdadera hazaña, dada su masa corporal- pero todo lo que rodea a un acto tan simple como ése está reservado a las personas más adultas y con mayores referencias.

No quiero decir que Wall-E no sea una película para niños, pero sí que las dobles y triples lecturas la adecúan para adultos. Esto se debe al sobresaliente guión de Peter Docter y Andrew Stanton, quien también asume las labores de dirección. Su trabajo dota al pequeño Wall-E de una humanidad pocas veces vista en una pantalla, con unos sentimientos y un gusto por los detalles que ya querrían muchos seres humanos para sí. Encima, el sencillo y bien planteado diseño de Wall-E ayuda a que nos resulte creíble, cercano y hasta te hace desear tener uno en casa.

Es, sin duda, uno de los mejores ejemplos, sino el mejor, de las tremendas posibilidades que la animación le ha aportado al séptimo arte, justo cuando las nuevas tecnologías están compitiendo con los actores reales para los papeles protagonistas.

Eduardo Serradilla Sanchis

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